"Lo quiere el Papa". Es así como monseñor Annibale Bugnini (19121982), el artífice de la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II, acallaba siempre a los expertos que cuestionaban una u otra de sus innovaciones más desconsideradas.
El Papa era Pablo VI que, efectivamente, había confiado precisamente a Bugnini el papel de secretario y factótum del consejo para la reforma de la liturgia, presidida por el cardenal Giacomo Lercaro.
Bugnini gozaba de pésima reputación entre algunos de los componentes del consejo. "Perverso y melifluo", "manipulador", "sin cultura ni honestidad": así lo definió en sus Memorias el gran teólogo y liturgista Louis Bouyer (1913-2004), muy estimado por Pablo VI.
Al final, este Papa estuvo a punto de hacer cardenal a Bouyer y castigó a Bugnini exiliándolo como nuncio en Teherán cuando se dio cuenta de los daños que había ocasionado y de la falsedad de ese "Lo quiere el Papa" en el que el réprobo se escudaba.
Sin embargo, en los decenios siguientes los herederos de Bugnini dominaron el campo. Su secretario personal Piero Marini fue el maestro de las ceremonias pontificias de 1983 a 2007. Y recientemente se han publicado libros sobre Bugnini que exaltan su papel.
Pero volviendo a Pablo VI, ¿cómo vivió la reforma litúrgica? Los defensores de la liturgia preconciliar le señalan como el responsable último de todas las innovaciones.
En realidad, entre Pablo VI y la reforma que lentamente tomaba cuerpo no había esa sintonía que los críticos le reprochan.
Más bien al contrario, en no pocas ocasiones Pablo VI sufrió por lo que veía que se estaba llevando a cabo y que era lo opuesto de su cultura litúrgica, de su sensibilidad, del espíritu con el que él mismo celebraba.
Hay un pequeño volumen, publicado hace unos días, que arroja nueva luz precisamente sobre este sufrimiento personal del Papa Giovanni Battista Montini en relación a una reforma litúrgica sobre la que no compartía muchas cosas: Paolo VI. Una storia minima, por Leonardo Sapienza, (Ediciones Viverein, Monopoli, 2018).
En este libro monseñor Sapienza –desde 2012 regente de la Prefectura de la Casa Pontificia– recoge varias páginas de los Diarios redactados por quien fue el maestro de las ceremonias pontificias con Pablo VI: Virgilio Noè (1922-2011), hecho cardenal en 1991.
Con estos Diarios Noè prolongó una tradición que se remonta al Liber notarum del alemán Johannes Burckardt, ceremoniero de Alejando VI. En el resumen de cada celebración Noè anotaba también todo lo que Pablo VI le había dicho antes y después del rito, incluidos sus comentarios a algunas novedades de la reforma litúrgica experimentados por primera vez en esa ocasión.
Por ejemplo, el 3 de junio de 1971, después de la misa de conmemoración de la muerte de Juan XXIII, Pablo VI comentó: "¿Cómo es posible que en la liturgia de los difuntos ya no se hable de pecado y expiación? Falta totalmente la imploración a la misericordia del Señor. También esta mañana, para la misa celebrada en las Grutas [vaticanas], aun teniendo textos hermosísimos, faltaba en ellos el sentido del pecado y el sentido de la misericordia. ¡Pero tenemos necesidad de esto! Y cuando llegue mi última hora, ¡pedid misericordia para mí al Señor, porque la necesito!".
Y en 1975, después de otra misa en memoria de Juan XXIII:
"Ciertamente, en esta liturgia faltan los grandes temas de la muerte, del juicio…"
La referencia no es explícita, pero Pablo VI se lamentaba, entre otras cosas, de la exclusión de la liturgia de los difuntos de la grandiosa secuencia Dies irae que, efectivamente, en la actualidad no se recita ni se canta en las misas, sobreviviendo sólo en los conciertos, con música de Mozart, Verdi y otros compositores.
En otra ocasión, era el 10 de abril de 1971, al finalizar la vigilia pascual reformada, Pablo VI comentó: "Ciertamente, la nueva liturgia ha aligerado mucho la simbología. Pero la simplificación exagerada ha eliminado elementos que, antes, prendían en el ánimo de los fieles".
Y le preguntó a su ceremoniero: "¿Esta liturgia de la vigilia pascual es definitiva?".
A lo que Noè respondió: "Sí, Santo Padre, ya se han impreso los libros litúrgicos".
"Pero, ¿se podrá cambiar algo?", insistió el Papa, claramente nada satisfecho.
Otra vez, el 24 de septiembre de 1972, Paolo VI replicó a su secretario Pasquale Macchi, que se lamentaba de lo largo que era el canto del Credo: "Pero debe haber algún punto en común en el que todos se encuentren: por ejemplo, el Credo, el Pater noster en gregoriano...".
El 18 de mayo de 1975, tras haber observado en más de una ocasión que durante la distribución de la comunión, en la basílica o en la plaza de San Pedro, había quién pasaba de mano en mano la hostia consagrada, Pablo VI comentó: "¡El pan eucarístico no puede ser tratado con tanta libertad! Los fieles, en estos casos, se comportan como… ¡infieles!".
Antes de cada misa, mientras se revestía con los paramentos sagrados, Pablo VI siguió recitando las oraciones previstas en el misal antiguo "cum sacerdos induitur sacerdotalibus paramentis", también después de que fueran abolidas. Y un día, el 24 de septiembre de 1972, le preguntó sonriendo a Noè: "¿Está prohibido recitar estas oraciones mientras se ponen los paramentos?".
"No, Santo Padre: se pueden recitar, si uno quiere", le respondió el ceremoniero.
Y el Papa: "Pero estas oraciones ya no están en ningún libro y en la sacristía ya no hay carteles… Así, ¡se perderán!".
Son pequeñas ocurrencias, expresivas de la sensibilidad litúrgica del Papa Montini y de su incomodidad ante una reforma que preveía proceder sobre medida, como el mismo Noè ha anotado en sus Diarios: "La impresión es que el Papa no está totalmente satisfecho de lo que se ha llevado a cabo en relación a la reforma litúrgica. […] No siempre sabe todo lo que se ha hecho a este respecto. Tal vez en alguna ocasión algo se le ha escapado en el momento de la preparación y de la aprobación".
También esto deberá ser recordado de él, cuando el próximo otoño Pablo VI sea proclamado santo.
A título de documentación, he aquí a continuación –en latín y en lengua vernácula– las oraciones que los sacerdotes recitaban mientas se vestían con los paramentos sagrados y que Pablo VI siguió recitando incluso después de que fueran eliminadas de los actuales libros litúrgicos.
-Da, Domine, virtutem manibus meis ad abstergendam omnem maculam: ut sine pollutione mentis et corporis valeam tibi servire.
-Purifica, Señor, de toda mancha mis manos con tu virtud, para que pueda yo servirte con limpieza de cuerpo y alma. Amén.
-Impone, Domine, capiti meo galeam salutis, ad expugnandos diabolicos incursus.
-Pon, Señor, sobre mi cabeza el yelmo de salvación, para rechazar los asaltos del enemigo. Amén.
-Dealba me, Domine, et munda cor meum; ut, in sanguine Agni dealbatus, gaudiis perfruat sempiternis.
-Hazme puro, Señor, y limpia mi corazón, para que, santificado por la Sangre del Cordero, pueda gozar de las delicias eternas. Amén.
-Praecinge me, Domine, cingulo puritatis, et extingue in lumbis meis humorem libidinis; ut maneat in me virtus continentiae et castitatis.
-Cíñeme, Señor, con el cíngulo de tu pureza, y borra en mis carnes el fuego de la concupiscencia, para que more siempre en mí la Virtud de la continencia y la castidad. Amén.
-Merear, Domine, portare manipulum fletus et doloris; ut cum exsultatione recipiam mercedem laboris.
-Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para poder recibir con alegría el premio de mis trabajos. Amén.
-Redde mihi, Domine, stolam immortalitatis, quam perdidi in praevaricatione primi parentis: et, quamvis indignus accedo ad tuum sacrum mysterium, merear tamen gaudium sempiternum.
-Devuélveme, Señor, la estola de la inmortalidad, que perdí con el pecado de mis primeros padres, y aun cuando me aceptas sin ser digno a celebrar tus Sagrados Misterios, haz que merezca el gozo eterno. Amén.
-Domine, qui dixisti: Iugum meum suave est, et onus meum leve: fac, ut istud portare sic valeam, quod consequar tuam gratiam. Amen.
-Señor, que has dicho, mi yugo es suave y mi carga liviana, haz que la lleve a tu manera y consiga tu gracia. Amén.
Publicado en Settimo Cielo.