Los indicios del conflicto se multiplican. La mayoría de los políticos de la pequeña Europa aún no son conscientes de la enormidad del desafío. Será una gran batalla a librarse con ideas. Al menos de momento. A conquistar están cabezas y corazones. Los campos de batalla son todos los medios de comunicación e instrumentos de formación de opinión y voluntades que ofrece la tecnología. Más que batalla será una guerra de aniquilación, porque una parte al menos se juega la existencia. Es la que cree en el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Y no cree en el ser humano como fabricante de verdad absoluta y perfección. Sus ideas han hecho posible esta sociedad imperfecta e injusta pero libre, generosa, compasiva y capaz de enmienda y perdón como ninguna otra jamás habida. Es como es porque es cristiana. Los que están enfrente son los que creen que el hombre es indefinidamente moldeable, lo que hace posible transformarlo a él y a la sociedad a un estado de armonía y plenitud. No dudan, creen en la justicia y la igualdad y por esos bienes supremos están dispuestos a sacrificarlo todo y a todos.
Son un frente mutante que hoy lidera la socialdemocracia en esta épica campaña. Ellos son los herederos y adoradores de la Ilustración, el marxismo y el sesentayochismo. Los tres tienen mucha mejor reputación de la que merecen. A la Ilustración le adjudican últimamente todas las grandes conquistas de la humanidad. Como si el mundo hubiera empezado con ese ataque de arrogancia del siglo XVIII en el que se pretenden deducir verdades absolutas de ciencia rudimentaria. Toda ciencia es rudimentaria ante la siguiente puerta. Afirman que toda ciencia viene de entonces e ignoran antigüedad y el prodigioso Renacimiento. Dicen que las leyes y la democracia vienen también de la Ilustración, cuando la gran democracia, la americana, la fundan sin excepción hombres religiosos y conservadores, con el fin supremo de proteger al hombre del abuso de poder del estado.
Del poder que se cree con verdades absolutas y científicas. Como sucede a los gobiernos siempre que actúan para verdades abstractas y no para realidades concretas de los hombres. Ahí empieza el desastre. La Ilustración no llamaba a la duda ni al escepticismo. Ni a la razón. Su primer gran producto práctico es pura irracionalidad: la Revolución Francesa. La orgía de la muerte que sugería lo que iba a llegar por la misma senda en el siglo XX. Hoy, comunistas en España citan mucho la Revolución Francesa. Pero solo recuerdan la guillotina. Después llegó Napoleón, que salió al mundo a quemar todo y hacerlo nuevo con su verdad de la modernidad. Más tarde el marxismo, hijo ilustrado para imponer «verdades científicas» en la conducta del hombre y la organización del estado. Acabó peor que la Revolución Francesa.
Con un siglo de miseria, hambre, dolor y más de 110 millones de asesinados por las ideologías redentoras del comunismo y el nazismo. Que se decían científicas, hijas de la Ilustración. El Mayo de 1968 trajo más de lo mismo: arrogancia y desprecio a todo lo ajeno. Se estrelló en el asalto a los cielos de la felicidad total. La vieja razón, la racionalidad y el sentido común neutralizaron el delirio. Pero la terrible herencia del 68 no dejó de avanzar y hacer daño en educación, instituciones, cultura, moral, hábitos y memoria. Ahora, el veneno del neomarxismo en nueva mutación de la corrección política y voluntad totalitaria pretende convertir su hegemonía en dominio total en Occidente. Se escucha ya ese «A la lucha final». El milagro está en que, pese a todo, no está decidida esta guerra. Y la voluntad totalitaria puede ser derrotada.
Publicado en ABC el 18 de abril de 2018.