La masonería es ciertamente muy anterior a la ideología de género, pero está relacionada con ella y está contribuyendo de modo notable al desarrollo y éxito de esta ideología. Siempre me ha intrigado que las leyes de ideología de género tengan, como ha sucedido en Madrid y en Andalucía, el respaldo de los cuatro grandes partidos españoles. Una de las explicaciones más lógicas que se me ocurren de este extraño hecho es que todos estén infiltrados por la masonería.
La masonería afirma que defiende la libertad, pero es una libertad exacerbada en el que las leyes no hacen referencia al derecho divino, sino sólo a un mero contrato social, y en el que el individuo tiene una autonomía en la que se confunde lo libertario con la libertad. Su moral es esencialmente relativista, lo que conduce a aberraciones, especialmente en el campo sexual. Y así defienden el divorcio exprés -porque para ellos el matrimonio indisoluble es un atentado contra la libertad-, el matrimonio para todos -aunque sean del mismo sexo-, la unión libre, el aborto, la eutanasia, y por supuesto los principios del laicismo frente a los valores religiosos. En pocas palabras, defienden la libertad y la tolerancia, pero sólo aplicable a sus propios principios, porque rechazan aplicar la tolerancia a aquellos cuyas ideas no coincidan con las suyas, especialmente si son las propias de las iglesias cristianas, y muy especialmente de la católica.
En cuanto al matrimonio, desde hace milenios se ha considerado como la unión entre un hombre y una mujer. El término matrimonio tiene una referencia fundamentalmente heterosexual. Y más si incluimos el plano religioso. La heterosexualidad se diferencia de la homosexualidad, no intentando el modelo matrimonial cristiano la protección de simples relaciones asistenciales, amistosas o sexuales, sino que lo que se pretende con el matrimonio es construir personas y proteger un estilo de vida que asegure la estabilidad social y el recambio y educación de las generaciones. El presunto matrimonio homosexual no tiene ninguna relación con el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio para todos, también para los homosexuales, ha significado modificaciones en el Código Civil, con la supresión de las palabras ‘padre’ y ‘madre’ y su transformación en simples parientes. Su tolerancia, presuntamente humanista, no disimula una decidida oposición a los principios cristianos.
En lo referente al aborto, para la masonería es un derecho humano fundamental de las mujeres, que tienen derecho a disponer de su cuerpo y es muy de desear que esté inscrito como tal en la Carta de los Derechos Humanos de la Unión Europea. Por ello, entre el derecho del feto a vivir y el de la madre a rehusarle este derecho, la masonería ha tomado claramente partido por el crimen horrible del aborto (cf. Gaudium et Spes nº 51) o esa tontería lingüística que es la interrupción voluntaria del embarazo, como si la vida de ese niño pudiese volver a ponerse en marcha.
Con respecto a la eutanasia, la defienden porque un masón que ha venido al mundo sin su consentimiento, debe poder escoger el modo y el momento de morir. Resumiendo su filosofía, el ser humano no es dueño de su nacimiento, pero debe serlo de su muerte. Para ellos la eutanasia es un acto de humanidad, incluso un acto de caridad. Los defensores de esta medida no tienen en cuenta que se trata de matar a otra persona y que existe algo llamado cuidados paliativos, sin olvidar el hecho indiscutible de que allí donde la eutanasia es legal, como sucede en Holanda, muchos pacientes son asesinados contra su voluntad. El método es el mismo que con el aborto. Se empieza defendiéndola sólo para casos excepcionales y se termina en pocos años convirtiéndola en regla general, válida sobre todo, más que para enfermos en el final de la vida, para personas cansadas de vivir. Lo que se pretende fundamentalmente no es tener personas libres, sino personas liberadas de Dios.
Podemos concluir que la masonería es una de las grandes defensoras de la ideología de género y que detrás de esta ideología no resulta difícil darse cuenta de que masonería e ideología de género coinciden sustancialmente.