Nuestro pensamiento se dirige con profundo afecto a Alfie, por la extraordinaria batalla que está llevando a cabo para mantener intacta su vida. Pero también a los miles y miles de personas que en Inglaterra y en muchos otros países del mundo, incluida Italia, se han manifestado para expresar la cercanía del pueblo a este pequeño hijo del pueblo que debe morir porque su imagen de vida no corresponde a la imagen de vida dominante.
El pueblo ha sabido librar esta gran batalla. Cualesquiera que sean los resultados, porque la crueldad y la irracionalidad no pueden ser vencidos ni siquiera por las manifestaciones; cualquiera que sea la conclusión, lo que hemos tenido ante nuestros ojos es un gran asunto del pueblo, en el que todos hemos podido participar con mayor o menor determinación.
Pero esta gran experiencia del pueblo señala, también, a los horribles culpables de toda esta historia. Esta eugenesia que, en sustancia, no tiene nada que envidiar a la eugenesia nazi, pues parece ser su continuación, algo increíble dados los tiempos en que vivimos.
Se ha decretado la muerte de un niño absolutamente normal en sus reacciones, y que muchísimas horas después de la suspensión de la ventilación vive, respira, reacciona con sus propias fuerzas.
Quienes tienen la intención de sacrificar la vida de Alfie a su concepción enferma de la eugenesia asumen una responsabilidad terrible. Y, así, aparecen en el horizonte de nuestras conciencias imágenes que creímos desaparecidas para siempre. Esos horrorosos experimentadores que utilizaron la carne viva del pueblo alemán, y no solo, en Auschwitz y en otros campos de concentración.
Creo que ellos solo fueron los encargados de abrir este camino que, con Alfie, ha llegado a sus terribles consecuencias. Esto no quita que, de alguna manera, mantengamos la esperanza en un epílogo distinto y que estemos agradecidos a la intensa actividad llevada a cabo en estos momentos por la Santa Sede.
Sin embargo, la cuestión ya está abierta. La cuestión que San Juan Pablo II vio y mostró con gran claridad. Dos antropologías se enfrentan en el mundo. Por una parte, una que posee una potencia desmesurada: la antropología del hombre dueño de sí mismo y que quiere ejercer su dominio sobre la realidad. Por la otra, la antropología de un hombre abierto al misterio, que busca en el camino hacia el Misterio llevar a cumplimiento de manera plena su propia humanidad. Cultura de la vida, cultura de la muerte. Ciertamente, la cultura de la vida es, en casi todo el mundo, enormemente minoritaria en este momento. Pero es necesario que quien se sienta protagonista de ella siga su camino, continúe su batalla.
El problema de la vida y de la muerte no es un problema estadístico. El problema de la vida y de la muerte es un choque de antropologías. Y es necesario dar toda la fuerza y la consistencia a la antropología de la verdad para que pueda triunfar sobre el mal, que parece invencible, pero que, ciertamente, no lo es.
El pequeño Alfie resume, hoy, toda la grandeza ideal de nuestros pueblos y juzga toda la mezquindad y la depravación de tantas -demasiadas- instituciones o estructuras científicas. Y aquí quiero dedicar un pensamiento al triste espectáculo de la Iglesia inglesa, espectáculo al que nunca habríamos pensado tener que asistir: su silencio y su claro apoyo al comportamiento de los médicos del Hospital Alder Hey. No puedo no considerar esto una grave traición a la verdad y la libertad del pueblo.
Creo que la batalla está en sus inicios y que es necesario rezar a la Virgen para que ayude, a quienes defienden la intangibilidad de la vida y su destino al bien, a no retirarse.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Monseñor Luigi Negri es arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio.