Empieza un nuevo año. Y no lo digo con una semana de retraso. Todos sabemos que el año comenzó el día 1, pero ahora da inicio el nuevo año «ordinario». La primera semana continúan las celebraciones de Navidad, la preparación y el último estrés de los Reyes, la ilusión de los pequeños, y de los que nos hacemos pequeños, por los regalos, etc. Y ahora, cuando regresamos al trabajo, nos damos cuenta de que 2010 ha empezado, de que tenemos que cambiar las dos últimas cifras cuando ponemos la fecha.
 
En estos primeros días, al igual que en la semana final del año, abundan las evaluaciones y análisis, los objetivos cumplidos y las metas para este nuevo año. La política exterior nos ha traído un regalo de Reyes, no se sabe si bueno, malo o ni uno ni otro: la presidencia española de la Unión Europea. Con la perspectiva de la marcha de España durante 2009, creo que las previsiones más convenientes son la prudencia y el silencio. El tiempo dirá. Poca previsión es, pero pienso que es la más prudente.
 
Los Reyes nos han traído una mala noticia económica (¿nos habremos portado tan mal?) Cuatro millones de parados según las listas oficiales; si añadimos los que están en cursos para desempleados, los que buscan trabajo a tiempo parcial y varios colectivos más, la cifra sube medio millón (o millón y medio, según ciertos análisis). Menudo carbón que nos ha llegado, y eso que nos habían prometido la salida de la crisis para finales de 2009.
 
En lo religiosos, y para algunos en lo cultural, este año nos ha traído un regalo más: el Año Jubilar Jacobeo, una celebración que no se repetirá hasta dentro de once años. ¿Y qué hay dentro de este papel de regalo, que suena tan festivo y atlético, con mochila, bastón y la vieira colgada? Benedicto XVI, en su mensaje con motivo de la apertura del Año Santo Compostelano 2010, nos ofrece algunas ideas interesantes.
 
Se trata de un tiempo de gracia y de perdón. O sea, que con la perspectiva para este nuevo año, nos viene como anillo al dedo. Este período gira en torno a la experiencia del Camino de Santiago, una peregrinación, como la vida de cada uno, que nos aporta fervor espiritual, penitencia, hospitalidad, arte y cultura. En este mundo en el que parece que Dios sobra, o que está acomodado en su trono del quinto cielo, peregrinar a Santiago acerca ese Dios a las ampollas del camino, al peso de la mochila, a la humildad para dejarse ayudar y guiar, y a la humanidad para compartir el caminar y sufrir de quienes viven a nuestro lado.
 
El lema para este Año Santo es muy navideño: «Peregrinando hacia la luz», hacia la estrella. Y es que la vida humana, del creyente y del que no cree, es un caminar hacia un sitio, una meta que nos atrae. El hombre es «Esencialmente peregrino», y su principal problema surge cuando no sabe a dónde va.
 
«En el Camino se contemplan nuevos horizontes que hacen recapacitar sobre las angosturas de la propia existencia y la inmensidad que el ser humano tiene dentro y fuera de sí, preparándole para ir en busca de lo que realmente su corazón anhela», y de aquí brota la grandeza humana del Camino de Santiago. «Abierto a la sorpresa y la trascendencia, el peregrino se deja instruir por la Palabra de Dios, y de este modo va decantando su fe de adherencias y miedos infundados».