Nos hemos despedido de don Rafael con una cena de picoteo. Aunque estaba agotado por el horario de Misas que tiene que atender (la primera a las 6 de la mañana durante la novena a la Virgen) aceptó sin dudarlo.

Es un sacerdote que profesó siendo ya maduro. Su vocación fue muy temprana, pero pospuso sus deseos para poder atender a su padre viudo, pues don Rafael es hijo único. Muchos años de vida profesional y personal en "el mundo" como se decía antes, con un trabajo bien pagado, un tren de vida alto, muchas amistades. En cuanto murió su padre cambió todo eso por una vida austera y entregada.

Desde su llegada las dos iglesias del pueblo están siempre abiertas. Es reconfortante poder entrar a cualquier hora del día, aunque sean cinco minutos. Antes pasabas por delante y las puertas cerradas a cal y canto transmitían una frialdad desconcertante. El antiguo párroco aducía razones de seguridad, quizá no estuviera tan protegido por la Virgen como éste. En mi experiencia los mejores sacerdotes son los más marianos, pero esto es algo completamente subjetivo, claro.

Cuando don Rafael entra en la iglesia y hace una genuflexión ante el sagrario se percibe que sabe ante Quién se postra. Hay sacerdotes que pasan por el altar con la expresión concentrada en sus tareas y que se arrodillan de manera automática. Éste no, su cara seria y bondadosa, su actitud de respeto y confianza y todo lo que transmite -eso que se llama lenguaje no verbal- es edificante.

Dice que en verano le da mucha alegría ver que los domingos hay muchos niños en la Misa y también gente joven. Es verdad que durante las vacaciones se multiplica la población foránea y es lógica esta mayor presencia, pero detrás de esa frase se percibe la tristeza de constatar cómo los lugareños van abandonando paulatinamente las santas costumbres que les caracterizaban.

Ahora le espera un invierno largo y de meteorología inclemente. También de soledad y frialdad.

El gran obispo que le tuteló y cuidó en sus años de seminario y ordenación ha sido destinando a la otra punta de España. Tampoco cuenta ya con los jóvenes sacerdotes que le apoyaron hasta hace poco en su misión pastoral, los han enviado a otras parroquias donde seguramente hacen mucha falta.

Siento un agradecimiento y un cariño enormes por don Rafael. Me gustaría que se sintiera arropado y acompañado en su tarea, que percibiera el calor de la amistad y simpatía de sus feligreses y sus superiores. También que quienes le tratamos en verano sigamos acompañándole desde la lejanía.

Sacerdotes así son un privilegio enorme, cada vez son más escasos y sus vidas más duras. Debe ser difícil no flaquear y resistir a la tentación de tirar la toalla. Hay que tener mucha fortaleza y mucha templanza. Podemos ayudarles con nuestras oraciones y desde luego don Rafael cuenta con las mías.