El otro día leía que Charles Chaput, arzobispo de Filadelfia, llamaba a los hombres a ser los nuevos templarios que la Iglesia y el mundo necesitan. A pesar de sus indudables aciertos, al poner como modelo de masculinidad a los templarios apelaba demasiado a la memoria y a la historia en busca de la identidad masculina perdida… Me parece que mirar al pasado no es el mejor modo de abordar el "crepúsculo de los machos". Se trata de hacer una reflexión compartida y no una búsqueda nostálgica de la esencia masculina. Hacen falta modelos de masculinidad contemporáneos y variados (no estereotipados) con los que nuestros niños y jóvenes puedan identificarse.
 
“Hemos pasado de intentar convertir a las mujeres en hombres a intentar convertir a los hombres en mujeres. Y eso no conviene a ninguno de los dos sexos. Tampoco a las mujeres. Las mujeres tienen tanto interés como los hombres en acabar con la crisis de la masculinidad. Una mujer sensata no quiere un párvulo como pareja. Quiere un hombre”, dice Jordan Peterson.
 
Es cada vez más evidente que los hombres jóvenes, y no tan jóvenes, están algo confusos respecto al modo de relacionarse con las mujeres, respecto a lo que se espera de ellos, a lo que deberían asumir o abandonar, respecto al modo de ejercer su paternidad, etc.
 
Algunos construyen su identidad como hombres en salas de musculación, trabajando hasta la extenuación, corriendo heroicos maratones o tomando cañas mientras se quejan y culpan de casi todo lo que no funciona a su mujer (nada nuevo desde Adán), con la continua y confusa sensación de no estar a la altura (nadie lo estamos) y de que no se valoran sus esfuerzos por adaptarse a sus presuntas súper mujeres y súper madres, que aportan además la mitad de los ingresos al hogar.
 
"Nos habíamos ablandado, habíamos perdido la virilidad, nos habíamos reducido al estado de niños mimados que tienen una rabieta, de títeres preocupados por su cardio-training, de peluches adictos a la pornografía", afirma Fabrice Hadjadj. La cita es dura. La transcribo por si aporta luz a pesar de su crudeza.
 
Hay más; en la educación ha aumentado exponencialmente el fracaso escolar de los chicos (que se traduce en último término en un 60% de mujeres en la universidad frente a un 40% de hombres). Algunos expertos lo atribuyen a un modelo educativo y un profesorado mayoritariamente femenino, que ignora el modo de aprender masculino, más necesitado de confrontación, competitividad, emociones fuertes, retos, superación personal, etc.
 
También parece que ha aumentado la violencia en los chicos a edades tempranas. De nuevo, varios expertos lo relacionan con la carencia de modelos masculinos. Parece que el niño rodeado casi exclusivamente por mujeres, sin un hombre que limite su ego, engendra más violencia.
 

La formación de la identidad sexual psicológica puede ser sencilla o puede ser un proceso complejo e incluso doloroso. Hacia los tres o cuatro años de edad exige, en el caso de los niños, la figura del padre cercano, afectivo y referente de masculinidad, que modere la excesiva fusión madre-hijo.
 
La masculinidad y la feminidad están en cada cromosoma e implican evidentes diferencias entre sexos, pero eso no excluye que los abanicos de masculinidad (y feminidad) sean amplísimos. Presentando referentes variados a nuestros hijos (no solamente futbolistas, piratas y superhérores), quizás podamos minimizar las crisis de identidad sexual que la ideología de género traerá consigo.
 
Es obvio, pero conviene recordárselo a nuestros niños: uno puede ser profundamente masculino y ser un artista, un poeta, un bailarín, un científico o un músico.
 
Pienso en el patio del colegio de mis hijos y creo que su mundo está demasiado limitado al fútbol. La televisión, el cine y las redes sociales no ayudan. Presentan hombres muy brutos o gays muy sensibles. Una dicotomía falsa que les confunde y dificulta la construcción de su identidad.
 
La masculinidad y la feminidad son realidades amplias y complejas, llenas de matices y riqueza. Que la variedad de modelos de identificación sea tal, que no terminen por mostrar su propia masculinidad demostrando que no son chicas, es decir, por la vía de la negación.
 

La incorporación de la mujer al mercado laboral es una realidad que no tiene marcha atrás y exige hacer cambios. El escenario es nuevo. Ya no basta con que el padre sea el proveedor económico y material, porque la madre también lo es.
 
Por tanto, al replantear en términos actuales la masculinidad no podemos limitarnos a recuperarla reproduciendo el pasado.
 
El trabajo que da el sostenimiento de un hogar y el cuidado de unos hijos es inmenso y el hombre debe asumir su parte. No imagino un reto que suponga más heroicidad y autosuperación. Shackleton se queda corto.
 
El reparto de las tareas del hogar… ese tema tan manido y cansino, como cansina es a veces la vida misma. No niego que la mujer sea en esencia una gran cuidadora (no veo en ello un rol de género asumido casi por fatalidad, sino riqueza y capacidad), creadora de hogar y madre; biológicamente es ella la principal protagonista en los primeros años de crianza, pero urge recuperar la función del padre.
 
Por más que la familia monoparental esté de moda y se nos venda que una mujer sola puede con todo, exaltando exclusivamente la maternidad y la sensibilidad femenina, necesitamos a nuestros maridos y padres. Reivindicamos la figura paterna por supervivencia. La cantidad de niños tiranos que hay hoy en día tiene mucho que ver con el descrédito de la masculinidad y la paternidad.
 
“La figura del padre es clave no sólo para el niño sino también para la mujer/madre. Parece que el padre pone límite a la tiranía del hijo sobre la madre. La figura paterna podría ser la clave de la verdadera emancipación de la mujer respecto a la tendencia cada vez mayor a la tiranía de los hijos”, explica María Calvo en Padres destronados.
 
Nuestros hijos necesitan padres presentes y no madres omnipresentes e hipercontroladoras. Y nosotras, al menos yo, necesito a mi marido. Frente a la idea cada vez más extendida de que una mujer sola puede con todo, pienso en la sabiduría del plan de Dios: “Hombre y mujer los creó”, “No es bueno que el hombre esté solo”, etc.
 
Creo que es clave dejar a los hombres ejercer su paternidad sin pretender que “hagan todo como nosotras”. Ellos probablemente asumirán más riesgos con los hijos y les alimentarán peor, quizás se olviden el abrigo y salgan de casa sin peinar, pero les pondrán frente a sí mismos y sus límites, les ayudarán a superarse, les marcarán con mayor eficacia el límite a su Yo frente a la tendencia de la madre a darlo todo y a estar en todo. Esta realidad, como todas, tiene mil matices y excepciones pero creo que tiene también bastante verdad.
 
Sobreabundan las madres que, por la culpabilidad generada al pasar tantas horas trabajando fuera de casa, cuando están presentes son demasiado solícitas e intensas en el ejercicio de la maternidad porque la condensan en unas pocas horas y no dejan espacio al hombre para ejercer su paternidad, tan legítima como la maternidad.
 
Si dejamos a nuestros hijos con nuestro marido y desaparecemos un rato, no es necesario que les organicemos la vida ni corrijamos cada iniciativa del hombre por más disparatada y mal organizada que nos parezca. La tarde podrá resultar un bodrio a nuestros ojos y, a nuestra vuelta, quizás ninguno se haya bañado y hayan cenado palomitas. Pero debemos dejarles ese espacio porque es suyo, no es una cesión, les pertenece.
 
Conclusión: urge recuperar la masculinidad y la paternidad sin limitarnos a reproducir el pasado.