El grueso de la campaña de desprestigio se produjo en Francia. Valgan como botón de muestra las contundentes declaraciones realizadas poco antes por el entonces presidente del Consejo de las Instituciones Representativas Judías de Francia, Jean Kahn, en las que aseguraba que su confesión “jamás perdonaría” a la Reina el “exilio forzado de las comunidades judías de España y los crímenes de la Inquisición”. O la cicatería del diario católico La Croix, que retiró a Isabel su dignidad de católica, concedida oficialmente por el Papa en 1496. Estos fueron algunos de los trompetazos que sonaron en público.
La eficaz labor de zapa corrió a cargo del padre Jean Dujardin, que desempeñó el cargo de secretario de la Comisión para las Relaciones con el Judaísmo de la Conferencia Episcopal gala entre 1987 y 1999, años donde la influencia del cardenal arzobispo de París, Jean-Marie Lustiger, en Francia y en Roma alcanzó su punto álgido. Lustiger era un hombre de gran elevación espiritual; era asimismo un judío convertido al catolicismo que nunca se olvidó de defender los intereses de sus antiguos correligionarios ante Juan Pablo II.
El padre Jean Dujardin (1936-2018) falleció el pasado domingo. Ingresó en la Sociedad del Oratorio en 1955 y fue ordenado sacerdote en 1962. Estudió Filosofía, Teología e Historia y fue superior de su familia espiritual. Escribió varios libros centrados en las relaciones contemporáneas entre judíos y cristianos. En 1996, le fue concedido el Premio de la Amistad Judeocristiana de Francia.
Su papel en la suspensión de la causa de beatificación de la soberana que unificó España consta en dos obras tan dispares como Isabel íntima, del periodista José María Zavala, o la biografía que le dedicó el antiguo corresponsal religioso de Le Monde, Henri Tincq. La eficacia de las gestiones de Lustiger no habría sido posible sin los trabajos preparatorios de Dujardin.
Éste último formaba parte de una generación de sacerdotes franceses tremendamente marcados por la declaración conciliar Nostra Aetate –dedicada a las relaciones entre judíos y católicos- y que seguían arrastrando el complejo de culpa acerca del silencio de ciertos jerarcas eclesiásticos sobre la suerte de los judíos franceses durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, fue el redactor de la Declaración de Arrepentimiento del episcopado a finales de los noventa.
Tan cerriles eran sus convicciones que, en el caso de Isabel la Católica, no tuvo en cuenta los escritos de intelectuales franceses de mucha mayor relevancia que la suya. Por ejemplo, los de Fernand Braudel, historiador de fama planetaria y poco sospechoso de tradicionalismo católico que, en su libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo, se negaba a culpar a España del “asesinato de Israel”: “Estoy con los judíos, con los conversos y con los protestantes, pero no es razonable calificar a la España del Siglo XVI de Estado totalitario”. La brillantez de Braudel no convenció al militante Dujardin.
Obituario publicado en ABC el 7 de marzo de 2018.