Me estoy acordando mucho del sacerdote que ha marcado más profundamente mi vida y la de muchas personas, el padre José Luis Torres-Pardo, fundador en Argentina de mi Instituto Cristo Rey y fallecido en 2023. Lo conocí cuando estaba en la plenitud de su labor apostólica (mis recuerdos van desde 1972 en adelante: especialmente me refiero a 1972-2000) y de ese tiempo tengo presente ante todo su predicación sobre Cristo Rey.
Puedo decir que toda su persona era para mí una "predicación". Pero me refiero ahora a sus homilías, conferencias y pláticas en las que con espontaneidad surgía el misterio de la Realeza de Cristo, aunque no fuera el tema directo que se proponía.
Cuando el Padre hablaba de Nuestro Señor Jesucristo (es decir, en toda ocasión posible), comunicaba, del modo más natural, el señorío y la majestad de Jesús, identificados con su Corazón manso y humilde.
Cuando explicaba el Evangelio, según las diversas etapas del ciclo litúrgico, nos ayudaba a contemplar al Señor bajo el esplendor de su divina majestad, pero nunca en conflicto con su humana pequeñez, su pobreza, su compasión y misericordia, ¡sino al contrario!
Es decir, la realeza de Cristo era comprendida siempre a partir del humus evangélico y en relación a la Persona concreta del Señor, "Uno de la Trinidad" encarnado.
Con otras palabras, Cristo Rey no era presentado como una idea abstracta (¡aunque sí como un "Ideal"!), ni como un teorema o una pancarta política.
El Padre nos dirigía lo más directo que podía al Corazón de Jesús, porque la vida cristiana en su esencia es relación personal con Cristo.
Al mismo tiempo, el reinado de Cristo tiene necesariamente consecuencias sociales y políticas, porque es para todo hombre y para todas las dimensiones de la vida humana.
Recuerdo la claridad, la fuerza y la frecuencia con que el Padre proclamaba el Reinado Social de Cristo.
Quedaba yo impresionado (y seguramente no era el único) por la audacia y el celo "argumentado" de su predicación sobre Cristo, Rey de la historia y de las naciones.
No se dejaba amedrentar por lo que podrían pensar algunos (o muchos), sabiendo que no anunciaba su "opinión personal", sino las verdades aprendidas en la Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia.
También cuando escribía el Padre se expresaba con un entusiasmo sincero, que tenía más en cuenta honrar a la Verdad en sí misma que congraciarse con la opinión de la mayoría. Le encantaba aquello del Apóstol: "Si quisiera agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gál 1,10).
En estas líneas quisiera recordar sólo tres aspectos de aquella enseñanza sobre la realeza social de Cristo, necesariamente vigentes para nuestro compromiso cristiano hoy.
Los derechos de Dios
El Padre hablaba mucho de los derechos de Dios. ¿Por qué? Primero, porque es verdad. Y es una consecuencia inmediata del ser Dios Creador y Redentor. Además, porque es una verdad poco recordada. Tal vez muchos católicos jamás han oído hablar de los derechos de Dios.
Con harta frecuencia se habla de los "derechos humanos", así como de la dignidad humana y de la libertad humana y del progreso humano. Todo esto puede ser dicho con un sentido muy verdadero y bueno. Pero las mismas palabras pueden ser dichas sólo para manipularlas al servicio de oscuros intereses ideológicos; no para respetar la realidad, sino para violentarla.
El Padre enseñaba que, incluso en los casos del más honesto empleo de esos términos, si no se remarca la relación del hombre con Dios Creador y Redentor, no se entenderán adecuadamente. Sólo respetando de verdad los derechos divinos respetamos de verdad los derechos humanos.
Nos referimos a los auténticos derechos humanos, no los que se quieren imponer artificialmente por la "cultura dominante" como herramienta dialéctica, al servicio de la negación de Dios y de la destrucción del hombre.
Precisamente hoy -en tiempos del ateísmo práctico y del envilecimiento colectivo de lo humano- es más necesario explicar, promover y defender los derechos de Dios en toda ocasión.
Con esta prioridad "profética" no se intenta diluir la fuerza de la verdad sobre los derechos humanos, sino todo lo contrario. Se trata de no olvidar el "Principio y Fundamento" (diría San Ignacio), sin el cual todo lo humano se corrompe o cae en el sinsentido. El Padre lo dijo así muchas veces: "Si no se respetan los derechos divinos, no se respetarán (realmente) los derechos humanos". Y esto se confirma a cada paso de la historia.
Si se exaltan los derechos humanos sin Dios y contra Dios, finalmente -arrastrados por la férrea lógica del ateísmo "fluido"- ya no sabemos quién o qué es el hombre. Ya no sabemos dónde radica su dignidad, su libertad, sus derechos y su auténtico desarrollo.
Si no hay un Dios Creador, ¿hay una naturaleza humana que debamos respetar todos?
Los más "avanzados" nos dicen que no: que el hombre puede rehacerse a sí mismo según su propio genio e intereses.
Este pensamiento "progresista" está en la base de la promoción del aborto, de la procreación artificial y de toda manipulación genética, de la ideología de género, de la eutanasia y de cada nueva "ley" que reduce el hombre a resultado del azar, sujeto productivo, hecho para el consumo placentero y destinado a la nada.
Frente a este diabólico intento destructivo de lo divino y de lo humano, es justo y necesario afirmar con toda certeza que los derechos divinos son el único sólido cimiento y garantía de los derechos humanos.
Con razón el Padre compendía el anuncio de los soberanos derechos divinos como una apremiante misión evangelizadora, directamente relacionada con la realeza de Cristo y la salvación de los hombres. Y así lo vivió hasta el final.
El Reinado Social y algunos "católicos"
Con este título quiero recordar lo que el Padre decía acerca de algunos (probablemente muchos) católicos que, en la práctica, actúan como enemigos de Cristo en la dimensión pública y social.
Se refería a quienes, habiendo sido bautizados y educados en la fe católica -tal vez con una familia bien conformada y una favorable situación económica-, se muestran espectadores "neutrales", no comprometidos y masificados en sus opiniones y comportamientos; sus decisiones familiares, profesionales y políticas no tienen en cuenta "la mente de Cristo" (1 Co 2,16), como si Él no tuviera que ver con los diversos aspectos de la vida real.
Veía en esas elecciones y en esos estilos de vida manifiestamente incoherentes la carcoma que debilita de raíz el trabajo evangelizador de la Iglesia. Y puede añadirse que dan lugar al escándalo y a "la fuga" de no pocos hacia el ateísmo o hacia las sectas.
En la figura de Poncio Pilato advertía el Padre la personificación de quien: "quisiera" hacer justicia, pero prefiere no tener problemas; "quisiera" conocer la verdad, pero no quiere que la Verdad inquiete su vida; "quisiera" quedar bien con Dios, pero no quiere perder su confortable posición. Y al final pronuncia la sentencia "conveniente".
El Padre denunciaba con vivo celo sacerdotal las combinaciones contradictorias, como las de "católico-marxista" y "católico-liberal", con las que queda envenenada la identidad católica.
Y también ponía en evidencia la desgraciada actitud del católico "practicante, pero equilibrado", quien respeta (más o menos) algunas formalidades de la religión, pero "se adapta" dócilmente a las modas y propuestas del "mundo" para no "complicarse la vida".
Actitudes semejantes son las de quienes se declaran "optimistas" y ven todo "en positivo", porque en el fondo la historia siempre va "progresando" necesariamente, y ya no habría "dos Banderas". Adoptan servilmente las ideas y el lenguaje que se va imponiendo desde la corriente cultural dominante. Por ejemplo, siguen con más fidelidad las pautas señaladas por la Unión Europea (entre otros poderosos de la tierra) que las consignas del Evangelio. Suelen tener unos criterios tan "horizontales" que ya no hay lugar para la esperanza sobrenatural.
En conclusión recuerdo que el Padre:
-fustigaba esos criterios y estilos de vida porque la negación práctica y concreta del Reinado Social de Cristo comienza con la negación del reinado de Cristo en la vida personal, familiar, profesional y social de cada uno;
-y proclamaba el Reinado de Cristo en todas las dimensiones de la vida social, porque si las leyes y las grandes principios de la acción política son iluminados y regidos por el Evangelio, entonces la vida moral y cristiana de cada persona se verá liberada de coacciones y seducciones que ejerce un poder político corrupto; y se facilitará la vida realmente virtuosa, para la gloria de Dios, la salvación de las almas y la "buena salud" sustancial de la vida pública y privada.
Los grandes testigos
Los santos son los grandes testigos de la "potestad salvadora" (San Juan Pablo II) de Cristo Jesús. Y entre ellos hay muchos que han sido destacados "profetas" y "mártires" del Reinado Social de Cristo.
Me concentro en el recuerdo de la distinguida piedad del padre Torres-Pardo por algunos santos que tuvieron una misión directamente relacionada con el Reinado Social de Cristo, como el Rey San Fernando, San Luis Rey y Santa Juana de Arco, entre otros.
Pero también ensalzaba algunas figuras "políticas" ejemplares que, sin estar canonizadas, vivieron con fidelidad y total entrega esa misma vocación, como la gran reina Isabel la Católica y Gabriel García Moreno.
Naturalmente el Padre no podía olvidar a los gloriosos mártires de Cristo Rey que padecieron durante el siglo XX, y de modo especialísimo a quienes derramaron su sangre durante la década del 30 en España. Fueron varios miles, y más de dos mil ya están en los altares, pero seguramente todos han sido coronados en la Patria eterna.
Como sabemos, el Padre, siendo un niño de siete años, vivió junto a su madre dentro del Alcázar de Toledo durante los 71 días de aquel horrible asedio, entre julio y septiembre de 1936. Esa dura experiencia se grabó profundamente en su alma. Su propio padre (joven oficial del Ejército) y otros heroicos defensores de la fortaleza eran como la encarnación de un glorioso ideal. Su corazón infantil fue comprendiendo que era un gran honor entregar la vida por Dios y por la patria. Siempre guardó inmensa admiración y gratitud a quienes liberaron al Alcázar y a España entera de la aplastante tiranía del comunismo. Aquello tuvo mucho de imponente destello de la victoria de Cristo, que libera a las sociedades de la opresión del odio a Dios y a sus criaturas redimidas.
Entre los grandes testigos de Cristo Rey recuerdo a dos hombres extraordinarios: el profesor Jordán Bruno Genta y el Dr. Carlos Sacheri, padres de familia ejemplares, lúcidos maestros de la sabiduría cristiana y de la doctrina social de la Iglesia. Desde la cátedra y la formación de los jóvenes estaban seriamente comprometidos con el reinado de Cristo en el orden temporal. Cada uno de ellos tuvo diversos encuentros con el padre Torres-Pardo, quien fue honrado por su amistad. Dios les concedió ser testigos señoriales de la verdad cuando fueron vilmente asesinados por agentes marxistas en octubre y diciembre de 1974, respectivamente. Estamos a punto de cumplir el 50º aniversario de aquellos acontecimientos de odio y de gracia.
Precisamente en aquellos años el Padre se encontraba muy ocupado en el ministerio de la predicación y de la enseñanza. Siempre encontraba oportunidad para dar testimonio del reinado social de Jesucristo. Lo hacia con plena convicción, con gran tranquilidad y con justa osadía. Todo él abandonado a la providencia del Rey divino, en quien había puesto toda su confianza.