La conclusión del año civil -y para los cristianos la celebración del Nacimiento de Cristo- es ocasión de reflexión y balance. También para Benedicto XVI, quien, como de costumbre, ha hablado a sus colaboradores más cercanos (cardenales, miembros de la Curia romana, representantes pontificios) releyendo el año bajo una luz que puede sorprender, pero que es la única verdadera, esto es, «en presencia de Dios». Y proponiendo su visión de estos meses pasados a quien desee prestarle atención.
El Papa ha elegido los tres grandes viajes internacionales del año -a África, a Tierra Santa, al corazón de Europa- para desarrollar una reflexión sobre el ser humano que, consciente o no, está precisamente ante Dios. De hecho, la preocupación de Benedicto XVI es testimoniar esta realidad. Ello en un año que ha transcurrido en gran parte «bajo el signo de África». Pero también durante la peregrinación a la tierra prometida a Moisés y por donde Jesús pasó anunciando e inaugurando el reino de Dios. Y en la visita a la República Checa, en el corazón de una Europa libre de nuevo desde hace veinte años y en paz, aunque doblada bajo el peso de nuevas divisiones, injusticias e intolerancias.
Como siempre el Papa capta lo esencial, pero sin atenuar un realismo atento que, con demasiada frecuencia, falta a gobernantes y políticos. Este realismo, sin embargo, es la característica principal de la encíclica Caritas in veritate, como lo fue de la asamblea sinodal, que no se arrogó competencias políticas impropias. Y lo esencial radica en el hecho de que el cielo ya no está cerrado y Dios está cerca. Por esto los católicos africanos viven cada día el sentido de la sacralidad, han acogido el primado pontificio como evidente «punto de convergencia para la unidad de la familia de Dios» y celebran liturgias gozosas y ordenadas que han recordado a Benedicto XVI la sobria ebrietas tan apre ciada por el misticismo antiguo, judaico y cristiano.
Para el Papa, la reconciliación es la urgente en África, como en cualquier otra sociedad, según un proceso que puede tomar ejemplo del emprendido en Europa después de la tragedia de la última guerra mundial. Pero la reconciliación se realiza, ante todo, en el sacramento de la Penitencia, en gran parte desaparecido de las costumbres de los cristianos porque se ha perdido «la veracidad respecto a nosotros mismos y a Dios», poniendo en peligro la humanidad y la capacidad de paz. Y frente al mal es necesario permanecer vigilantes: por eso Benedicto XVI ha vuelto a recordar la «conmovedora» visita realizada al Yad Vashem, que recuerda el exterminio de seis millones de judíos y la voluntad de expulsar del mundo al Dios de Abraham y de Jesús.
Pero la imagen que más impacta y que quedará de este gran discurso papal es la del «patio de los gentiles», reservado en el templo de Jerusalén a los paganos que querían orar al único Dios y que Jesús quiso desalojar de quien lo había convertido en una «cueva de ladrones». A imitación de Cristo, también hoy -dijo Benedicto XVI- la Iglesia debería abrir un espacio para todos los pueblos y para cuantos conocen a Dios de lejos o para quienes es desconocido o ajeno. Para ayudarles a «agarrarse a Dios», en cuya presencia se encuentra toda criatura humana.
Giovanni Maria Vian, es director de "L´Osservatore Romano" (Traducción de Zenit)