La ley trans quiere favorecer en todos los sentidos (quirúrgico, social, económico, cultural) a la transexualidad, incluso de adolescentes, tirando a niños. Para nadie que me conozca mínimamente es ninguna sorpresa mi oposición a esa ley y a la antropología que la sostiene. Tampoco lo es, para quien me conozca un poco más, que jamás afearé a nadie personalmente ninguna condición. Por delicadeza, como dice Baudelaire, y también por pereza de la redundancia. Mi juicio moral está implícito en mi cosmovisión, que no escondo, de manera que nadie necesita que le diga nada a la cara. Pasa al revés y también se agradece. Mis amigos ateos no me están explicando todo el día lo mal que hago en creer ni en tratar de seguir el decálogo al pie de la letra. Contra lo que piensa el postmoderno profesional, no hace falta estar todo el día emitiendo condenas morales.
Sin embargo, me inquieta el daño futuro que estas técnicas irreversibles de cambio de sexo producen en chicos y chicas. Ya hay personas profundamente arrepentidas de las intervenciones a las que se sometieron. Han interpuesto demandas y reclamaciones a hospitales e instituciones por haberse apresurado a operarles. También me preocupa que quienes tienen alguna duda sobra su identidad sexual se encuentran rodeados (sin el menor contacto con voces críticas) de quienes sólo les animan al cambio. Sus padres, con la mejor intención. ¿Quién, como se dijo, si su hijo le pide pan le dará una piedra o si le pide un huevo le dará una serpiente? En una sociedad donde prima el deseo, es difícil para los padres no desvivirse por cumplir con los de sus hijos. A las instituciones habría que pedirles más neutralidad, pero son hijas de su tiempo y de su ideología.
Cabe la posibilidad de que, cuando algunos exijan responsabilidades a los que tenían que cuidarles y les empujaron, viendo que sus padres obraron con amor, se vuelvan sobre nosotros, que sabíamos que no era el mejor camino, y nos pidan cuenta de nuestro silencio. Yo no querría perder mi delicadeza y mi respeto a los sentimientos actuales de cada cual, pero tampoco escurrir el bulto. Ruego, por eso, a los afectados y a sus padres y a los médicos y a los organismos públicos muchísima más prudencia y que sopesen también las objeciones de tantos científicos y psicólogos contrarios. Que no se den a la ligera pasos irreversibles. Nadie nace -pienso- con un cuerpo equivocado, con perdón.
Publicado en Diario de Cádiz.