Todos hemos tenido noticia, horrorizados más que asombrados, porque asombrar ya no asombra nada, de la violación en grupo, estilo manada que es lo que se va imponiendo, de un niño de nueve años por sus compañeros de colegio en un pequeño pueblo jiennense de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme. La misma consejera de Educación de la Junta, Sonia Gaya, calificó los hechos de "muy graves, gravísimos", y Susana Díaz mostró igualmente su conmoción por lo sucedido. Como los presuntos responsables directos son también niños de entre 12 y 14 años y, por tanto, no imputables, podemos descontar que por mucho horror momentáneo e interesado que muestren los responsables políticos, aquí sencillamente no pasará nada ni se deducirá la menor conclusión sobre el estado moral de los centros educativos que esos mismos personajes gestionan. Y escribo estado moral muy a sabiendas de que muchos hoy creen que eso de la moral es algo que debe ser erradicado incluso de los colegios.
Juan Manuel de Prada ha recordado en un artículo a propósito de estos mismos hechos la opinión del afamado juez Calatayud sobre el daño que está provocando la brutal irrupción de la pornografía en las costumbres de niños y adolescentes a través de sus teléfonos móviles. Ciertamente, como afirma De Prada, lo sucedido sería inexplicable si "nuestros hijos no estuviesen rodeados por una infestación pornográfica como no ha conocido ninguna otra época". Pero es que esa invasión de la pornografía se ve reforzada por la torpísima educación sexual que se imparte en las mismas aulas, a menudo simplemente aberrante y, desde luego, alejada conscientemente de cualquier forma de virtud. Así, deben saber ustedes "que las prácticas sexuales son comportamientos eróticos con una, dos o más personas del mismo sexo o diferentes con la finalidad de satisfacer el deseo sexual", como explica una guía para niños de 8 a 13 años editada por el gobierno balear, trasunto de tantas otras como hoy pululan en los centros escolares de las distintas autonomías. Con esa doctrina, que no hace tanto hubiera hecho sonrojar e indignarse a cualquier adulto que la hubiera oído, y el manual de instrucciones que la pornografía proporciona, ¿podemos seguir escandalizándonos de lo ocurrido en el colegio jiennense? Lo que se está haciendo con la infancia no hubiera tenido otro nombre, en cualquier época, que masiva corrupción de menores.
Publicado en Diario de Cádiz.