Estos días de Navidad los cristianos nos disponemos a festejar el nacimiento del Niño Jesús con alegría. Son también fiestas profundamente familiares, en las que, con el convencimiento que al estar Dios presente entre nosotros y en nosotros, se refuerzan también los lazos los lazos con nuestra familia natural.
Pero en todas las familias hay problemas. Uno de los más comunes el de las relaciones entre los padres y sus hijos pre o adolescentes. Para unos padres entender a sus hijos de esta edad, no es nada fácil. Los adolescentes están llenos de problemas, sobre los que hay que decirles que lo que les pasa a ellos, sólo les pasa a ellos y a casi todos los demás. En ellos suelen predominar los sentimientos sobre la razón, aunque, debido a sus estudios, en esta época se desarrollan su inteligencia, su racionalidad, su espíritu crítico y su afán por las discusiones. Suelen ser imprevisibles, capaces de lo peor, pero también e incluso mucho más a menudo, de lo mejor. Aunque no sea padre, voy a contar algunas anécdotas que tuve con ellos, porque creo pueden ayudar a entenderles. Para ello voy a contar lo sucedido en dos viajes y una salida nocturna.
El primero sucedió hace ya unos años Organizamos un viaje de tres días con alumnos de la asignatura de Religión a Port-Aventura y otros lugares. Los alumnos tendrían unos trece años y, para algunos, era la primera vez que salían de casa. Muchos padres fueron a despedirles y bastantes con una cierta pena. En cambio los alumnos entraban en el autobús casi todos con el mismo comentario: «Qué alegría, tres días sin padres». Cuando tiempo más tarde se lo conté a algún padre, recuerdo su comentario: «Qué c…».
Cuando llegamos al camping de Salou, para que se diesen una vuelta tras montar las tiendas, y para que se fuesen rápido, les dije: «Si me esperáis, salgo con vosotros». Desaparecieron como por encanto.
Pero estaba yo tranquilamente dormido a las dos de la mañana, cuando se me acercaron aterradas dos alumnas para expresarme su miedo porque un inglés borracho les había seguido. Creo todavía hoy que el inglés las siguió por la sencilla razón que también él volvía al camping. Estábamos todavía hablando cuando llegaron los otros cuarenta. En vez de pensar que poco puede uno contra cuarenta, el pánico se hizo colectivo. Aquella noche tuve que dormir en el hotel de todas las estrellas, es decir al aire libre, en medio de las tiendas, para protegerles, según creían ellos, para tranquilizarles, según yo.
Aquello me enseñó mucho sobre la relación entre los adolescentes y los adultos. Quieren a los adultos lejos, porque desean ser independientes, pero a la vez que estén a tiro suyo, por si nos necesitan. Y no me vengan con el cuento que eso pasó porque eran chavales de trece años. Una sobrina me contó algo semejante. Su hija, de dieciocho años y dos amigas, que viven en las afueras de Madrid, volvían a casa a las tres de la mañana, cuando el taxista les comunicó que había pinchado y que no sabía arreglar el pinchazo. Mi sobrina, llamada por el móvil, tuvo que coger el coche e ir a por ellas y las encontró en el mismo estado de terror que mis alumnas en Salou, a pesar que el taxista no había intentado lo más mínimo. Y es que mientras por una parte parece que se van a comer el mundo, por otra una de sus características es la inseguridad.
En cambio recuerdo un viaje que hicieron mis padres, cuando yo era adolescente y el único hijo que estaba en casa. Estuvieron fuera diez días y a la vuelta me preguntó mi madre: «¿Nos has echado en falta?». Naturalmente le dije que sí, en una de las mentiras más inolvidables de mi vida, porque, como es lógico, había estado encantado de tener unas vacaciones de padres. Recuerdo que sí pensé que les hubiese echado en falta, si hubiese sido una ausencia de años. Pero de unos pocos días, magnífico.
Cuando algunos insensatos tratan de destruir la familia y nos hablan de nuevos modelos familiares, no puedo por menos de pensar lo importante que es para nuestros niños y adolescentes la familia normal, lo fundamental que es que se sientan queridos por sus padres, porque para creer en el amor es muy importante que lo vean en ellos y se sientan queridos por ellos, así como que éstos estén accesibles y a su disposición. Pero también los padres deben saber que son muy queridos por sus hijos. La mayor parte de los adolescentes les tienen un gran cariño, están orgullosos de ellos, conformes e incluso agradecidos con la educación que reciben, y salvo la hora de llegar a casa, donde son juez y parte, la mayoría te dice que educarán a sus hijos parecido a como ellos han sido educados, aunque suele darles vergüenza manifestar externamente su cariño.