Por ello viene a colación hablar de quien nos ha dejado el pasado 4 de diciembre, la italo-española Gabriela Morreale (1930-2017), una incansable trabajadora de la ciencia, de reconocido prestigio nacional e internacional por ser la inventora de la famosa prueba del talón para bebés.
Gabriela Morreale fue una química experta en bioquímica de la endocrinología y la nutrición, y desarrolló la mayor parte de su carrera científica en el Instituto de Investigaciones Biomédicas Alberto Sols de Madrid, perteneciente al del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Asimismo, desarrolló actividad docente como catedrática de Universidad.
Hace unos añitos tuve el inmenso honor de compartir con ella el homenaje 2009-2010 a los científicos del CSIC premiados, que el propio Consejo organiza cada curso. El CSIC, fundado por los católicos José Ibáñez-Martín (de la Asociación Católica de Propagandistas) y Jose María Albareda (sacerdote del Opus Dei), es la mayor y más longeva institución científica de la historia española, y la mayor fundada en el mundo por la Iglesia Católica –en dos de sus miembros– en todo el siglo XX.
En dicho homenaje, por vez primera y al parecer única, se nos brindó a los científicos la posibilidad de definir la ciencia. Ciencia es… y debíamos añadir cada uno lo que quisiera. Gabriela fue bastante contundente y esclarecedora: "Después de Dios y la familia, el motor de mi vida". Para escribir su biografía en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, le pedí un curriculum vitae, que me envió titulándolo Camino de Rosas: “Creo que investigar en España fue, y sigue siendo, un camino de rosas con todas sus espinas”, decía. En él desgranaba a un nivel de sinceridad elevadísimo su actividad profesional, mezclada con su vida y sus creencias. A sus entonces casi 300 artículos científicos en revistas especializadas le seguían palabras elogiosas hacia Jose María Albareda (científico del Opus Dei fundador del CSIC que terminó ordenándose sacerdote, a quien ella y Severo Ochoa consideraron crucial para el desarrollo de la ciencia española, digan lo que digan algunos) y situaba el origen de su vocación científica –como el de su fe católica– en sus padres y abuelos. Decía: “Tanto mi abuelo como mi bisabuelo maternos (italianos) fueron profesores universitarios. Mi madre, Emilia De Castro, fue la responsable de la clasificación y conservación de serpientes boa, tal y como se puede comprobar aún en Milán, salvadas de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Mi padre también se inició como investigador hasta que se metió en política”. Trabajó con otro científico católico, Alberto Sols.
Su infancia la vivió en Viena (Austria) y Baltimore (Maryland, Estados Unidos), donde su padre fue destinado como cónsul italiano. Allí acudió al colegio de monjas Notre Dame. O sea, recibió religión en la escuela. Curso el bachillerato en Málaga, obteniendo Premio Extraordinario en el examen de Reválida de Estado (Universidad de Granada, 1947).
Con permiso del Rectorado completó los cincos años de estudios en cuatro, obteniendo matrícula de honor en 13 de las 17 asignaturas, tras lo cual se hace licenciada en Ciencias Quimicas (Universidad de Granada, 1951) con Premio Extraordinario. Se le concede una beca del CSIC para trabajar en Fisiopatología de la Nutrición (1951) con el profesor Eduardo Ortiz de Landázuri, otro científico católico, con quien él y su esposo, Francisco Escobar, también católico, iniciaron su formación en Granada. Con motivo del fallecimiento de Ortiz de Landázuri, escribieron una larga carta a su viuda. Gabriela decía: «Doña Laura, desde lejos siempre la admiré como la dulzura y la fuerza en la que se apoyó don Eduardo. A él lo he admirado muy de veras, por su entusiasmo, su integridad, su profunda bondad. Cuánto nos ayudó de forma directa, y con su continuo ejemplo. A Dios pido muy de veras que pueda yo parecerme, aunque mínimamente, a usted por su bondad y dulzura y a don Eduardo por su perseverancia».
Esta milanesa se nacionalizó española en 1953 tras su matrimonio, del que nació su hijo, dedicado en el Hospital Ramón y Cajal a tareas de investigador, actividad compaginada con la de profesor en la Universidad de Alcalá de Henares.
Morreale continuó su actividad siendo becada por el rectorado de la Universidad de Granada (1953) para realizar el doctorado. Ejerció como jefe de la Sección de Fisiopatologia de la Nutrición del CSIC, también en Granada (19541957), y finalmente y con la máxima calificación, obtuvo el título de doctor en Ciencias por la misma Universidad en 1955, otorgándosele otro doctorado en 2001, el de Doctor en Medicina, Honoris Causa, por la Universidad de Alcalá de Henares.
De también dilatada carrera docente, entre los premios más relevantes recibidos por la doctora Morreale figuran: Premio Nacional de Investigación en Medicina de la Presidencia de Gobierno (1977), compartido con F. Escobar del Rey; Premio Reina Sofía de Investigación para la Prevención de la Subnormalidad (1983), compartido con F. Escobar del Rey y A. Ruiz-Marcos; Premio de Investigación de la European Thyroid Association (1985); Ordine del Merito della Repubblica Italiana (1987); Premio Severo Ochoa de Investigación Biomédica de la Fundación Ferrer (1989), compartido con F. Escobar del Rey; Primer Premio de Investigación en Endocrinología y Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología (1991), compartido con F. Escobar del Rey; Pitt-Rivers Lecture Award, concedido por la British Society of Endocrinology (1994); Académico de Honor de la Real Academia de Medicina (1994); la Fundación Ramón Areces organizó un symposium internacional sobre Hormonas tiroideas, en su homenaje y en el del Dr. F. Escobar del Rey (1995); Premio Nacional de Biología José Gómez-Acebo, VII Premios Nacionales Cultura Viva (1996), compartido con F. Escobar del Rey; Premio Nacional de Investigación Médica Gregorio Marañón (1997); Premio Rey Jaime I de Medicina Clínica (1998); Doctor Honoris Causa en Medicina por la Universidad de Alcalá (2001); Premio Serge Lissitzy de la Asociación Europea de Tiroides (2009); Cruz de Honor de la Sanidad Madrileña en la categoría de Oro (2012).
Es bueno que las mujeres y las niñas sepan que religión e Iglesia Católica y ciencia son compatibles, y que para ser científica no hace falta ser atea.