«El Papa ya no es pop», titulaba con algo de sorna un vaticanista, comentando la tormenta provocada por el caso Barros, durante el viaje a Chile. Parece como si se hubiese abierto una compuerta y muchos que habían alabado sin fisuras el rumbo del pontificado vertiesen una inesperada amargura sobre el Papa. Al coro de los indignados se han sumado cabeceras históricas como The New York Times o El País, pero también medios católicos como el National Catholic Reporter. La arremetida de este último contra Francisco ha producido estupefacción, porque se trata de un periódico que siempre le ha ensalzado como protagonista de un cambio revolucionario. Quizás sea ese el secreto de esta historia. Hay muchos que nunca han deseado ser confirmados por el Papa, sino ser ellos quienes confirmasen que el Papa estaba en el camino justo. Y como Francisco no se ha plegado a su dictamen, han roto la baraja.
El Papa llegó a Chile con una sonora petición de perdón por el daño irreparable que algunos ministros de la Iglesia han causado a personas inocentes, reafirmó su compromiso absoluto con la línea de tolerancia cero marcada por Benedicto XVI, y se encontró con varias víctimas de abusos sexuales a las que escuchó, con las que rezó y lloró. No tenemos espacio para enumerar todas las iniciativas que la Iglesia católica ha puesto en marcha para combatir esta plaga. Seguramente nunca será suficiente, porque la posibilidad del mal permanece trágicamente abierta. Pero es imposible no tener la sensación de que algunos ya habían decidido que todo ese esfuerzo no vale nada. A Francisco le acaban de acusar de «ser parte del problema», pero recordemos que unos lunáticos intentaron sentar en la Corte Penal Internacional a su predecesor.
Es imposible que el Papa no haya estudiado en profundidad el dossier del obispo de Osorno, Juan Barros, ligado personalmente al sacerdote Fernando Karadima, condenado por varios casos de abuso. Diversos grupos llevan tiempo exigiendo a Francisco que fuerce la salida de Barros, acusado de haber conocido los casos y haberlos encubierto, pero él insiste en que «no hay evidencia de culpabilidad» y por tanto no cede a la presión. Algunos dicen que este Papa se ha quitado la careta; yo creo que son ellos quienes han quedado al descubierto. Nunca han querido seguir a «la Santa Iglesia de todos los días», con su gloria y sus heridas, sino que han pretendido que la Iglesia se pliegue a su proyecto. Yo prefiero fiarme de Pedro, una vez más.
Publicado en Alfa y Omega.