Ante la confusa situación de la Iglesia italiana (y no solo), nos cuesta salir del inquietante embrollo de acontecimientos y posicionamientos: ha habido un momento en el que se nos ha instruido en la duda de cuáles fueron las palabras reales de Jesucristo en los Evangelios, porque entonces no había grabadoras; después, hemos asistido a una serie de intervenciones que relativizan el mal y que, sobre todo, archivan la figura del demonio convirtiendo, por lo tanto, la diferencia entre el bien y el mal, y entre el infierno y el paraíso, en algo puramente formal; al mismo tiempo, continúa la insensata e ideológica propaganda sobre el reformador Lutero. Y cuanto más, mejor...
Hemos asistido a la desacralización de las iglesias, transformadas en restaurantes, sin que hubiera realmente una necesidad objetiva, sino más bien en aras de una ideología subyacente según la cual las iglesias no son, sobre todo (como la Iglesia defiende desde hace dos mil años), el lugar de la presencia de Dios y del culto, sino que son, fundamentalmente, el lugar donde se expresa la asamblea de la comunidad en fraternidad para sus distintas necesidades, entre ellas también la de alimentarse. Resulta entonces absolutamente legítimo e innovador que las Iglesias sean utilizadas como restaurantes, obviamente baratos, que es el precio del valor que damos al culto y a la Presencia Real.
Creo poder decir (no es únicamente una opinión mía personal, sino también la de muchos sacerdotes, hermanos y hombres de buena voluntad) que esta serie de circunstancias, de palabras, de actitudes resultan ambiguas, si no desconcertantes. Cuesta ver a dónde conduce todo ello: a algún sitio conduce, pero es cierto que no se sabe dónde... y cada día tiene su dolor.
En estos días hemos sido arrollados por esta noticia: «El pasado mes de diciembre, monseñor Pietro Zhuang Jianjian, obispo de Shantou (Guangdong), fue obligado a ir a Pekín, donde "un prelado extranjero" del Vaticano le pidió que cediese su cátedra al obispo ilícito Giuseppe Huang Bingzhang. Esta petición ya se le había presentado en el mes de octubre». Todo agravado por las comprometidas declaraciones del cardenal Joseph Zen Ze-Kiun. A partir de aquí, ha comenzado una tempestad mediática de fuga de noticias, o presuntas tales. Intentando aclarar la situación han llegado las declaraciones de la Sala de Prensa Vaticana y la intervención del cardenal Secretario de Estado.
En esta circunstancia, vuelve de nuevo, con fuerza, el caso de los obispos chinos que han anunciado el Evangelio, defendido la Fe y educado al pueblo de Dios en las situaciones más difíciles, en general siendo claramente perseguidos y sufriendo, en la mayoría de los casos, la cárcel, la tortura o el martirio. Si las noticias que se están difundiendo en estas horas por personajes dignos de estima, que siempre han estado en primera línea en defensa de la libertad de la Iglesia, incluso al precio de la propia sangre, son verdaderas, entonces la situación es realmente delicada y grave.
La Iglesia china vive -y existe aún hoy- porque ha sido edificada sobre la ofrenda de la sangre de todos los que han defendido su libertad de cualquier injerencia externa; sabiendo ofrecer la propia sangre en unión a la sangre entregada por Cristo en la Cruz. Así ha sido para la gran mayoría de las comunidades de antigua o más reciente fundación. Así fue también para la comunidad eclesial de Roma, bañada por la preciosísima sangre de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
¡Los mártires son el tesoro de la Iglesia! Por esto, desde los primeros días de su historia, la Iglesia siempre ha custodiado las reliquias de aquellos que profesaron la Fe hasta la efusión de la sangre, en las situaciones más distintas, en las circunstancias más difíciles: pequeñas, adolescentes o poco mayores que adolescentes, como algunas de las grandes mártires de la Iglesia católica de los primeros siglos, hasta esa procesión de mártires que, de generación en generación, garantizan con su presencia y testimonio la correspondencia de la Iglesia de hoy con la Iglesia del Señor.
Si es verdad todo lo que estamos oyendo, ¡los mártires no se tocan! ¡La Iglesia eleva, desde siempre, sus mártires a los altares y les dedica las iglesias más bellas! Quien reniegue de ellos sería corresponsable de una página terrible de la historia de la Iglesia.
Si la Iglesia se olvidara de sus mártires, o renegara de ellos o los combatiera, entonces podríamos considerar, con toda la razón, que la hora de la prueba y de las tinieblas está cada vez más cerca. De acuerdo con la sana tradición de la Iglesia, es por lo tanto más que nunca necesario que el pueblo cristiano redescubra su identidad, derivada de la presencia de Cristo, y recupere su camino diario de misión y testimonio. No hay ninguna circunstancia, dificultad, divergencia de opiniones fuera o dentro de la Iglesia, que pueda disminuir el deseo que un verdadero cristiano debe siempre tener de servir a la misión de Cristo, anunciándolo y haciendo que esté presente, con el propio testimonio, entre todos los hombres, hasta los confines de la tierra, hasta ofrecer la propia sangre.
Monseñor Luigi Negri es el arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.