La Iglesia es una sociedad, aunque quizás sería más apropiado llamarla un pueblo -el Pueblo de Dios- entreverada en otra sociedad, la secular. Siendo esto así, la pregunta necesaria es si su naturaleza, su específica naturaleza, la de seguidores de Jesucristo, la hace mejor, porque si la respuesta fuera globalmente negativa, estaríamos delante de un grave problema: que la condición de discípulos de Jesús, guiados por los sucesores de Pedro y de los apóstoles en la persona del Papa y de los obispos, no nos hace mejores como conjunto. No se trata de que este o aquel cristiano constituyan un pésimo ejemplo. Esto forma parte de la naturaleza humana, y es obvio que en la Iglesia conviven santos y pecadores. Se trata del balance global, del signo de la fe y el testimonio.
 
Es un examen poco habitual, pero necesario. Sobre él solo pretendo apuntar un rudimento de análisis, lejos, por consiguiente, de toda conclusión.
 
Una primera cuestión es su razón de eficiencia en relación a los fines que cada sociedad, la religiosa y la secular, persiguen. Es evidente que la variación depende del contexto de cada sociedad, pero en líneas generales podríamos decir que la Iglesia es algo más eficiente, sobre todo cuando sus condiciones son malas para ella. Hace mucho para dar la buena nueva con poco. No es tan evidente cuando dispone de medios, como en los Estados Unidos, por ejemplo. Pero, sin negar su calidad, no sé si en todas las diócesis españolas los medios materiales y personales de que se dispone guardan relación con los resultados. 

Observemos una gran diócesis como Barcelona. Además de los sacerdotes diocesanos están presentes la mayoría de congregaciones religiosas globales, dispone de importantes medios: fundaciones, una emisora de radio, un seminario, tres universidades que se declaran cristianas, una directamente promovida en su inicio por el obispado, casi una tercera parte del alumnado en escuelas católicas, más de cien mil personas se reúnen en la fiesta dominical y escuchan -más o menos- la homilía, lo que señala un potencial comunicador directo único y extraordinario… Pero, a pesar de ello, menos de la mitad de los nacidos son bautizados, los matrimonios religiosos son escasos, y a duras penas alcanza el 5% la población menor de 25 años que se declara practicante. No, no se trata de ningún balance, solo de un boceto para justificar la afirmación de que en este caso es cuestionable la eficiencia en su tarea fundamental. La única que justifica a la Iglesia, la que no hará nadie más si ella no la realiza: la proclamación de la buena nueva, el proponer el camino de Jesús a todas las personas.
 
¿Comunica bien la Iglesia en relación con sus miembros? ¿El mensaje que se manda desde los centros de dirección es consistente con el anuncio de Jesús, es equilibrado, o en ocasiones tiene visos de confusión? No me atrevo a responder, y sí a apuntar que la sociedad secular se caracteriza por un esfuerzo ímprobo y creciente para comunicar. Otra cosa es que lo que comunica sea bueno, algo que no siempre ocurre.
 
¿Nos profesamos amor entre nosotros, distintivo que Jesús anunció como característica cristiana? No estoy seguro de que en relación a este punto funcionemos bien, sobre todo porque si así fuera nuestro atractivo sería descomunal, y es obvio que no es así. Esta no es una explicación subjetiva, basada en mi experiencia, sino fruto exclusivo de la realidad. En una sociedad desorientada, frustrada, llena de personas heridas, el amor entre nosotros sería como un imán. Y no me refiero ahora al “hospital de campaña”, sino a algo previo e interno, que nos queramos fraternalmente de acuerdo con el modelo evangélico. La unión fraternal no brilla.
 
No estamos bien en lo que se refiere a la inclusividad y a la participación. Nuestras instituciones políticas seculares presentan también muchas deficiencias, más en razón de la partitocracia que por otra causa, pero el clericalismo, incluso de los laicos, también sigue comiendo la vida interior eclesial. Después de tantos años del Concilio, los laicos continuamos ausentes, mientras que muchos sacerdotes que deberían disponer de todo su tiempo para vivir su misión, la vocación a la que han sido llamados por Jesucristo, desempeñan tareas que pueden realizar laicos y, en algunos casos específicos, probablemente mejor, como los de naturaleza económica, de comunicación y un largo etcétera. En ocasiones y lugares parece como si el obispo no acabara de creer en la madurez religiosa del laico -sospecha acertada en ocasiones, tampoco eso debe negarse-. No existen consejos de laicos que dispongan de una determinada capacidad ejecutiva, ni lugares donde los fieles destacados en su actividad profesional o pública puedan prestar servicios específicos a la Iglesia. Existe un gran descuido en el acompañamiento y formación espiritual de los políticos católicos, cada vez menos y más silenciosos. La concepción del laico como un tipo de sacerdocio, y de la familia como Iglesia doméstica es puramente teórica porque no existe empoderamiento (para utilizar una palabra secular de moda).
 
¿Estamos bien en materia de liderazgos en relación con el mundo secular? En buena medida sí; el Papa, como en el pasado, sigue siendo un líder moral además de religioso, pero no estoy seguro de que en ámbitos pastorales más próximos ese liderazgo se note, no como una excepción, sino como una generalidad.
 
Pero hay lugares de excelencia. La corrupción es un hecho excepcional en la sociedad religiosa, y sobre todo la caritas, donde la eficiencia de la Iglesia supera en mucho a la de la sociedad y, aún más, a las administraciones públicas. Este diagnóstico es consistente con la gran dicotomía en la valoración que tiene la Iglesia a los ojos de los ciudadanos. Muy alta cuando se trata de Caritas, de las mas bajas de Europa cuando se refiere a ella, y el hecho de que tal disociación se produzca ya es un mensaje en sí mismo.

Publicado en Forum Libertas.