Un día sí y otro también, los informativos de TVE nos ponen las imágenes de la romería hondureña que se dirige en procesión hacia Estados Unidos. Miles de hondureños que de pronto se han puesto de acuerdo para salir todos a la vez en dirección al país rico del norte, en busca de trabajo, a sabiendas de que a una avalancha de ese volumen no le será permitido entrar en territorio USA. Entonces, ¿qué pretenden? ¿Qué buscan? ¿Las imágenes del choque de los emigrantes con sus niños y mujeres en primera línea de ataque con los guardias fronterizos useños? Allí estarán diligentes las cámaras de la CNN para dejar constancia ante el mundo entero de lo malas que son estas tropas americanas del presidente Trump.
Dicen que recorren este particular camino de Santiago a pie, pero no se trata de una simple andadura de unos pocos cientos de kilómetros a transitar en unos días, sino de una distancia de dos mil kilómetros, como mínimo, con niños a cuestas y mujeres incluso embarazadas -una de ellas dicen que ha dado a luz en el trayecto-, que a una media de 40 kilómetros diarios, sin descanso alguno, necesitarían como poco mes y medio de caminata. ¿Eso es creíble? Bueno, teniendo en cuenta que nos tragamos todas las trolas que nos echen encima, no tendría nada de particular que así nos lo contasen. Como suele decir un viejo amigo mío, el número de los tontos útiles es infinito.
De todas formas, una operación de este tipo requiere una preparación logística de mucha envergadura. Los peregrinos necesitan comer al menos un par de veces al día, y son miles de ellos, todos apiñados, según las imágenes que nos sirven los informativos de las televisiones colaboradoras, como TVE. ¿Y quién prepara las viandas? Necesitan también dormir, aunque aparentan hacerlo al raso, asearse, conocer la ruta, atención médica si enferman o se agotan, etc. En conclusión: todo eso cuesta dinero, mucho dinero, teniendo en cuenta la cantidad de gente involucrada en tan extraña aventura. A mí me da que me da, o lo que es lo mismo, intuyo que alguien está armando ruido y no es por filantropía, y mucho menos por caridad cristiana.
Recordemos otro episodio ruidoso. ¿Alguien se acuerda de aquella escena ocurrida en Hungría hace unos años, donde une reportera puso la zancadilla a un padre con su hijo de una columna de emigrantes? Esas imágenes dieron la vuelta al mundo. Padre e hijo terminaron aterrizando en España –lo recordarán también–. El niño quería ser futbolista y lo acogió el Getafe en su escuela del equipo infantil. Al padre le dieron trabajo de utillero de los equipos de mayores o algo parecido de ese club madrileño de primera división, si la memoria no me falla. La reportera ha sido juzgada estos días y ha quedado absuelta sin cargo alguno. Entre tanto ¿qué ha sido de aquella familia? ¿Se la ha tragado la tierra? Parece ser que se largaron de España a donde fuese, pero de tapadillo, sin cámaras de televisión ni nadie que los despidiera. Ya no eran sujetos de propaganda. Ya no podían sacar ninguna rentabilidad los “buenistas” de turno, por tanto ya no tenía ningún interés seguir exprimiendo la zancadilla.
Y no hablemos de las escuadras de pateras que invaden el Mediterráneo, en particular las que vienen de Marruecos, atestadas de jóvenes con alguna mujer en medio, mejor embarazada, para que cause mayor impacto, amontonados como si fuesen ganado en embarcaciones sumamente precarias, que no se sabe cómo logran mantenerlas a flote. Dicen los audaces –mejor sería llamarse suicidas en potencia–, o dicen que dicen ellos, que huyen de las atrocidades de sus países; pero, me pregunto, ¿también atrocidades en nuestro vecino Marruecos?
Fijémonos, sin embargo, en las consecuencias que trae la invasión migratoria aquí en Europa. Hungría precisamente, la de la zancadilla, ha cerrado las fronteras totalmente a toda inmigración. Austria, la siguiente estación de este vía crucis migratorio, ha pedido salirse del pacto mundial para la emigración. En Italia, invadida por masas de emigrantes, ganaron las elecciones generales formaciones nacionalistas anti Unión Europea y anti migración. En Alemania, los partidos históricos –democristianos y socialdemócratas– están sufriendo reveses electorales en cadena, especialmente los segundos, en buena medida por su política migratoria acogedora.
Aquí vamos a ver lo que puede pasar a poco que nos descuidemos. Pero los antisistema batuecos, muy crecidos, no lo son por rechazo de la migración, sino por infección bolivariana, por tanto anti española, y por la epidemia separatista. Esa es, pues, otra historia, sólo que convergen ambos fenómenos en el mismo objetivo: destruir España para repartirse y dominar los cascotes. Sólo los jueces, cumpliendo con su función de hacer cumplir la ley, pueden librarnos de semejante hecatombe.