Como natural de Ohio, este mes asistí a uno de los acontecimientos más desmoralizadores de mi vida. El 7 de noviembre, una mayoría de votantes de Ohio consagró en la constitución de nuestro estado el aborto libre durante los nueve meses de embarazo. Fue un golpe bajo para todos los provida del estado.
Conozco a muchas personas implicadas en la campaña contra el Punto 1, e hicieron un trabajo heroico. Como los obispos católicos de Ohio, que también lucharon para derrotar la enmienda. Aquí, en la archidiócesis de Cincinnati, vi carteles de “Vota No en el Punto 1” en todas y cada una de las parroquias por las que pasé. Los obispos de Ohio dejaron claro que el voto correcto era No.
Sin embargo, creo que los obispos cometieron un error. El problema no es que hiciesen un mal trabajo, sino que no hicieron su trabajo. Esto es algo que llevamos viendo desde hace décadas por parte de los obispos cuando se trata de cuestiones políticas y sociales; tanto, que me pregunto si los obispos saben cuál es su trabajo.
En líneas generales, los obispos de Ohio actuaron como un grupo político. Se dedicaron a explicar con todo detalle la enmienda, sus consecuencias y su impacto si era aprobada. Se centraron en que conduciría a la muerte a muchos niños no nacidos y perjudicaría a mujeres vulnerables. Todo eso está muy bien, pero es lo que los activistas laicos que luchaban contra la enmienda ya estaban haciendo.
Lo que los obispos no hicieron fue centrarse en las derivaciones espirituales de la enmienda. En primer lugar, el daño espiritual a muchas almas, en particular los madres y padres que decidan abortar a sus hijos gracias a la facilidad del acceso al aborto. Y, hasta donde yo sé, tampoco mencionaron las consecuencias espirituales para quienes votaran Sí.
Porque, sí, votar tiene una dimensión espiritual que afecta al votante. La moralidad de votar a un candidato o a otro puede ser objeto de debate, pero el Punto 1 era muy simple. Un voto Sí suponía una participación directa en hacer que el aborto sea legal durante los nueve meses de embarazo. No había factores atenuantes que pudieran justificar un voto Sí. Tratándose de una materia grave, en caso de haber pleno conocimiento y consentimiento un voto Sí era un pecado mortal. Sin embargo, los obispos nunca hablaron de esto durante la campaña previa a la votación.
Del mismo modo, tras el recuento, los obispos lamentaron la aprobación de la enmienda y su impacto sobre los no nacidos y sobre las madres, exactamente igual que cualquier organización provida. Pero no hablaron de consecuencias para quienes votaron Sí.
¿Por qué los obispos no anunciaron públicamente que todo católico que votase Sí al Punto 1 debía confesar ese pecado en el sacramento de la penitencia antes de recibir la comunión? Cierto, muchos católicos ignorarían esa directriz, y los obispos serían ridiculizados por los medios; pero ¿no es la salvación de las almas su labor principal?
Y, aunque parezca una locura, hay un precedente reciente. En 1962, el arzobispo de Nueva Orleans, Joseph Rummel, excomulgó a tres católicos que se opusieron pública y categóricamente a su campaña para acabar con la segregación racial en las escuelas católicas de su archidiócesis. Rummel no lo consideró solo un asunto político a debatir en los ayuntamientos y en la plaza pública. No, era un asunto espiritual, y quienes se oponían hacían daño a sus propias almas. Así que él aplicó la áspera medicina de la excomunión en un intento de despertar espiritualmente a estos tres católicos y dejar claro a todos los católicos la seriedad de las acciones que emprendiesen. (Dos de los tres acabaron retractándose de sus opiniones y se reconciliaron con la Iglesia.)
Lamentablemente, hay pocos Rummels en el episcopado actual. Pero no creo que sea porque los obispos no son provida, ni porque sean cobardes, ni porque no quieran contrariar demasiado a un gobierno del cual reciben muchos beneficios económicos. Creo que ellos, sencillamente, no comprenden su papel en estos debates.
Como es notorio, el Concilio Vaticano II animó a los laicos a implicarse en el orden temporal: “Es preciso que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal” (Apostolicam Actuositatem, 7). Es labor de los laicos combatir enmiendas perniciosas como el Punto 1: velar, educar y trabajar por su derrota. Y, en general, en nuestro tiempo, los laicos hacen bien ese trabajo. Lo he comprobado de primera mano en el caso del Punto 1, y podemos comprobarlo en todo el país en numerosos asuntos políticos.
Sin embargo, hay algo que los laicos no pueden hacer, que es ser los líderes espirituales en estas batallas. No es papel de los laicos convocar vigilias de oración o jornadas de oración y ayuno. No pueden apartar de los sacramentos a quienes públicamente defienden el mal y lo votan. Ése es papel de los obispos y los sacerdotes. (Sería injusto por mi parte si no resaltase que algunos sacerdotes sí proclamaron heroicamente la dimensión espiritual de esta batalla. Lamentablemente, fueron demasiado pocos y no recibieron ningún apoyo público de sus obispos.)
Este problema no es algo limitado a los obispo de Ohio o al Punto 1. Es la forma con la que generalmente los obispos estadounidenses han abordado los asuntos públicos desde hace más de una generación. Leed la mayoría de las declaraciones de la conferencia episcopal sobre cualquier asunto político -desde el aborto a la pena de muerte, pasando por la inmigración- y veréis que no difieren en nada fundamental de lo que diría cualquier organización política. Tal vez estén trufadas de términos católicos, pero no abordan los asuntos espirituales subyacentes.
No necesitamos un nuevo comité de acción política. Necesitamos líderes espirituales. Todo obispo es un sucesor de los apóstoles, a quien Jesucristo mismo ha asignado la responsabilidad de la salvación de las almas en su diócesis. En tal medida, los obispos deben centrarse menos en el impacto político y social de los diversos programas, leyes y enmiendas (dejen que lo hagan los laicos) y centrarse más en su impacto espiritual sobre las almas concretas que están a su cuidado.
En otras palabras: los obispos deben hacer su trabajo y dejar que los laicos hagan el suyo.
Publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.