El conflicto catalán llena portadas y centra la atención de los medios. No es para menos. Es una dinámica que, de consumarse, alteraría radicalmente la realidad española. Pero, al mismo tiempo, existe conciencia entre propios y extraños de que tal eventualidad, si no imposible, sí resulta altamente improbable. Pero en el otro extremo, en un rincón del escenario, está funcionando una dinámica mucho más arrolladora, que lleva más tiempo actuando y que consumará su propósito con toda certeza, a menos que se haga un esfuerzo que, a estas alturas, necesariamente ha de ser extraordinario. Pero, a pesar de la certeza, la atención que despierta es muy escasa, incluso se alzan voces potentes, como las que surgen de los adscritos a la perspectiva de género, que se declaran contrarias o ni tan siquiera considerar. Tiene su lógica -mala, pero lógica-, porque se trata del hundimiento demográfico, de la insuficiente natalidad, es decir, de la falta de madres como condición necesaria (y de padres).
La descendencia alcanza mínimos de los que hacen historia, lo que garantiza una población envejecida incapaz de producir lo necesario para mantenerse. A pesar de ello, y siguiendo la antigua consigna falangista, el gobierno, los partidos y el grueso de la opinión pública mantienen impasible el ademán. Es una actitud excepcional por lo insólita en el contexto de estados europeos.
Lo flujos migratorios del pasado reciente lo han enmascarado en una visión interesada en negar el problema, porque a pesar de ello seguía ahí.
Parece como si nadie se quisiera enterar de que la crisis demográfica afecta al Estado del bienestar porque daña de manera irreparable los ingresos que lo hacen posible, y porque deteriora la renta futura de los ciudadanos.
La tasa de natalidad de solo 8,79 nacidos por cada mil habitantes que se alcanzó en 2016 es la mas baja de todas las observadas. En 1978 era el doble. La caída ha sido grave y rápida. Para situar mejor la imagen, esto significa que en una ciudad española de un millón de habitantes nacerán menos de nueve mil niños. Haga un esfuerzo de imaginación para vislumbrar el escenario resultante dentro de quince años.
¿Separación de Cataluña? Qué va, antes de que se produzca, España será un erial humano. En realidad, la gran arma del independentismo a largo plazo sería crear una cultura natalista. Eso sí que es un bingo a plazo fijo. Pero que nadie tema, porque comparten la misma cultura hegemónica española, que no europea, que ve la maternidad como una carga o, como mucho, como una opción al lado de otras muchas, al mismo tiempo que el trabajo a precario, los bajos salarios, los pisos de alquiler por las nubes, la dificultad para conciliar trabajo y familia, disuaden de ser padres a quienes desean serlo. Y toda esta cultura antinatalista, con sus condiciones económicas y sociales, sucede ante la completa pasividad del Gobierno y del Estado, que se mantiene a la cola de Europa en ayudas a la maternidad y a la familia, a pesar de que el coste económico de los hijos es de unos 8000 euros como valor medio el primer año, y algo más de 100.000 euros hasta llegar a los 18 años, de acuerdo con los datos de la Federación de Consumidores Independientes.
La respuesta no tiene enigmas, es suficiente con seguir los caminos que otras sociedades europeas han aplicado con éxito, como la francesa sin ir más lejos: buenos estímulos a la natalidad, ayudas a las familias con hijos (que en realidad son inversión y no gasto, y así deberían computarse y ser consideradas) y políticas activas de conciliación en general, y en especial aquellas pensadas para la maternidad, a fin de facilitar la trayectoria profesional. También un reconocimiento fiscal y en el sistema de pensiones del tiempo dedicado al hogar relacionado con el cuidado de los hijos. Ese es el único camino, bien sabido, pero que no se sigue. Cada vez se asemeja más al suicidio de España.
Publicado en Forum Libertas.