No creo exagerar si afirmo que uno de los mayores enemigos, probablemente el mayor, con los que se enfrenta actualmente la Iglesia es la ideología de género, por muy a favor de ella que se declaren la práctica totalidad de los partidos políticos del arco parlamentario. Esta ideología defiende que las diferencias entre el hombre y la mujer son construcciones culturales, independientes del sexo. Lo determinante es el género, que cada uno escoge libremente y lo puede cambiar cuando quiera, pues aunque existe el sexo biológico, éste no es determinante ni en la vida ni en la personalidad. No nos extrañe por ello que el Papa Francisco haya tenido que abordar este tema en multitud de ocasiones
Ya en la Encíclica Laudato Si escribió el Papa Francisco en el nº 155: “La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno… En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda ‘cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma’”.
En su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia el Papa Francisco hace referencia directa a la ideología de género en los números 53, 56, 153, 155, 251, 285 y 286. Y así podemos leer: “Avanza en muchos países una deconstrucción jurídica de la familia que tiende a adoptar formas basadas casi exclusivamente en el paradigma de la autonomía de la voluntad” (nº 53); “Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer” (nº 56); “¿Acaso se pueden ignorar o disimularlas constantes formas de dominio, prepotencia, abuso, perversión y violencia sexual, que son el producto de una desviación del significado de la sexualidad?” (nº 153); “El riesgo está en pretender borrar las diferencias y esa distancia inevitable que hay entre los dos (el varón y la mujer). Porque cada uno dispone de una dignidad propia e intransferible” (nº 155); “No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (nº 251); “La valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (nº 285); “Es verdad que no podemos separar lo masculino y lo femenino de la obra creada por Dios” (nº 286).
Debo decir que la postura del Papa Francisco no es ninguna novedad, puesto que siendo todavía cardenal, el 20 de junio del 2010 rechazó el matrimonio homosexual como “una movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. Pero también los Papas anteriores pensaban lo mismo. San Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis Splendor nº 46, escribe: “El hombre ni siquiera tendría naturaleza y sería para sí mismo su propio proyecto de existencia. ¡El hombre no sería nada más que su libertad!”. Y Benedicto XVI, en su discurso del 21 de diciembre de 2012, dice: “Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano”.
Es decir, lo que existe de verdad es el sexo, en el cual, aunque existen aspectos culturales, lo fundamental es lo biológico, pues Dios nos ha creado como varones o como mujeres.
Muy recientemente, este 8 de enero de 2018, repasando ante el Cuerpo Diplomático los derechos humanos, el Pontífice ha condenado “el egoísmo” del aborto, que se trate a los ancianos “como un peso” y el desprecio a la familia, “elemento natural y fundamental de la sociedad”.
Y nosotros, ¿nos esforzamos en defender los derechos humanos y luchar contra esa barbaridad que es la ideología de género? Siempre se puede hacer algo y desde luego podemos hacer más.