Microcréditos, crowdfunding, créditos solidarios… Son muchos los nombres que han aparecido en los últimos tiempos para designar una corriente aparentemente novedosa: la del préstamo de dinero a bajo coste. Sin embargo, la Iglesia católica lleva nada menos que cinco siglos -por lo menos- practicando este sistema a través de una fórmula tan eficaz como desconocida: las “arcas de misericordia”.
Según el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, se trataban de una “institución de carácter benéfico que se constituye en España, seguramente sobre el modelo del primer monte de piedad que se conoció en Europa, que fue el que se estableció en Perugia en 1462. Su objeto principal era el préstamo benéfico de carácter prendiario, por el que no se cobraba interés”.
Nacieron para servicio y ayuda de los labradores pobres, fundadas la mayoría por personas piadosas. A través del préstamo de trigo, en una economía sujeta a la climatología irregular, estas cajas de previsión agrícola posibilitaban la siembra y el pan para muchas familias sin recursos. “Su actividad consistió en otorgamiento de préstamos en especie: prestaban a los labradores trigo y semilla necesarios para la siembra y, en invierno, incluso pan cocido, a cambio de un reducido interés”, explica Santiago Muñoz Machado en su Tratado de Derecho Administrativo de 2015.
Y aquí aparece un nombre propio: Juan Bernal Díaz de Luco, el obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño entre 1544 y 1556, que será quien reglamente mediante unos estatutos su funcionamiento en el año 1547, si bien muchas de ellas funcionaban ya anteriormente. Los patronos de las mismas, el párroco y el alcalde, formaban una lista de los necesitados señalando las fanegas que debían percibir por San Miguel (29 de septiembre), tiempo que “se comienza la sementera”, y en mayo “por la mayor carestía”; no más de tres fanegas de trigo por campaña. Un encargado asalariado realizaba los préstamos y la anotación en el libro de cuentas, reflejando la cantidad, día, firma y persona que recibía; la cual debía devolver el trigo para la Virgen de septiembre. Las arcas se extendieron por La Rioja y el País Vasco principalmente, y su misión más importante era la ayuda mutua entre los parroquianos.
Las “arcas de misericordia” han vuelto ahora a salir a la actualidad después de que la asociación Hispania Nostra haya incluido el edificio que acogió a una de ellas –la de Huércanos, en La Rioja- en su Lista Roja por su pésimo estado de conservación, con peligro de derrumbe del tejado y de las paredes maestras.
Y es que las arcas dejaron de tener continuidad entre mediados y finales del siglo XIX, hasta que desapareció la pía y caritativa institución. Los fundadores del arca de Huércanos fueron Martín Romero y María Andrés, casados el ocho de julio de 1582, a través de un testamento (29 de mayo de 1599), y de un codicilo (16 de febrero de 1625).
Además de varias mandas pías, legan cien fanegas de trigo para el arca y, de sus bienes, una casa para el almacenamiento del trigo. Martín Romero fallece el 18 de febrero de 1625 y su mujer María Andrés el 20 de noviembre de 1630. La fecha fundacional del Arca de Huércanos es el 14 de octubre del año 1638. Este año se reparten 113,5 fanegas de trigo entre 111 personas.
El licenciado y beneficiado Juan de la Torre, heredero de los fundadores, había entregado las 100 fanegas y comprado una casa para la sede. Según parece, este sitio era muy húmedo y, a pesar de los reparos anuales para preservar el grano de la humedad, siempre padecían el mismo defecto. De esta manera, el párroco Diego Rodriguez y el alcalde Juan Marín de Alvear, como administradores del arca, convienen vender la casa y construir una nueva en “la obra que se fabrica en el sitio y parte donde llaman San Roque, por ser muy apropiado para conservar el pan”.
Tras superar los siglos XVII y XVIII, la llegada del convulso siglo XIX significa la desaparición de tan venerable institución. En el año 1800 no se hizo distribución de trigo, ya que la villa solicitó del Tribunal eclesiástico permiso para vender 300 fanegas del Arca. El Estado, con una economía arruinada, solicitó de las villas y ciudades un cargamento de 300 millones de reales. A Huércanos le tocó pagar 7.000 reales pero, imposibilitado para costear dicha cantidad, recurrió al Tribunal, que le concedió licencia en calidad de reintegro.
Las malas cosechas, la situación precaria de los agricultores por los altos precios del trigo y los muchos tributos reales, demoraron la devolución. No obstante, se recuperaron 26 fanegas, que fueron vendidas; de igual forma, con los 262 reales que restituyeron algunos vecinos se compraron 10 fanegas y media de trigo en 1806, a 25 reales la fanega, las cuales fueron repartidas por el cura a los vecinos.
La modesta construcción de Huércanos se erige cerrando la manzana, debajo de la ermita de San Roque, en mampostería y ladrillo, con esquineros de sillería y grandes puertas (ahora cegadas) para recibir el grano. Sin embargo, pronto todo esto puede desaparecer, si nadie pone empeño en frenar el deterioro de este edificio que supuso la salvación para cientos de labriegos a lo largo de los siglos.