En estos primeros domingos del tiempo ordinario, el Evangelio nos presenta a Jesús llamando a sus primeros discípulos, a los que posteriormente constituirá apóstoles y fundamento de su Iglesia. Cuando Jesús bajó al Jordán para ser bautizado, Juan lo señaló ante sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y ellos se interesaron por Jesús. ¿Qué pudo atraerles de Jesús? Probablemente la misma indicación de Juan el bautista al señalarlo, pero además su atractivo personal. Estamos no ante un hombre cualquiera, sino ante un hombre misterioso, incluso fascinante desde el primer contacto. Algo intuyeron en él aquellos primeros discípulos, cuando fueron capaces de dejarlo todo y seguirlo.
“Maestro, ¿dónde vives?” “Venid y lo veréis”. Jesús no les lanza un discurso para convencerles de lo importante que es su seguimiento, sencillamente les invita a convivir con Él. En el seguimiento de Cristo, Él no nos ofrece un programa, un proyecto, un plan de vida. Jesucristo nos ofrece convivir con Él. El seguimiento de Cristo significa dejar entrar a Jesús en mi vida y entrar yo a formar parte de la suya. Ellos fueron y vieron y se quedaron con Él aquel día. Es curioso porque anotan incluso la hora del encuentro. Debió ser para ellos un momento fuerte de encuentro, que ya nunca olvidarán. Encontrarse con Jesús, también hoy, es uno de los momentos más fuertes de la vida de una persona. Pero hasta que no se produce ese encuentro personal no tenemos un cristiano. Luego viene la comunidad que acoge o que incluso propicia el encuentro, pero nadie puede sustituir ese encuentro personal con el Señor.
En ese encuentro cada uno tiene su papel. Está Jesús, que atrae con su simple presencia. No es un hombre cualquiera, es Dios que se acerca hasta nosotros en su realidad humana y cercana. Está cada uno de los discípulos, que se deja fascinar por Él y al dejarlo entrar en la propia vida, la vida le cambia de rumbo y constata que Él ha venido a satisfacer las más profundas aspiraciones del corazón humano. Y están las mediaciones de unos con otros. Lo que llamamos apostolado está lleno de testimonio de la experiencia personal transmitida a otros. “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. La diferencia entre apostolado y proselitismo está precisamente ahí. El apostolado consiste en un testimonio fuerte, que respeta la libertad del destinatario y espera de Dios el resultado, acompañándolo con la oración. El proselitismo, por el contrario, busca una cuenta de resultados, busca el fruto de la operación, se realiza a base de marketing y no respeta la libertad, los tiempos, el ritmo del destinatario. La evangelización es lo contrario del proselitismo.
Dios sigue llamando hoy. Jesucristo sigue siendo atrayente y fascinante para tantos hombres y mujeres de hoy, y especialmente para tantos jóvenes de hoy. Toda vocación cristiana –a la vida seglar, a la vida consagrada, al sacerdocio– tiene como raíz este seguimiento de Cristo, fascinados por el atractivo que ejerce en nuestro corazón por medio de su Espíritu Santo. La vida cristiana no es un conjunto de normas, no es un proyecto, ni unas ideas más o menos bien articuladas. La vida cristiana es una persona y consiste en su seguimiento. Esta persona es Jesucristo, que sigue llamando hoy.
En estos primeros domingos del año la liturgia nos presenta la vida cristiana como un seguimiento, como una llamada, una vocación. Quizá hoy sea más difícil percibir esa llamada, no porque Dios no llame, sino porque los transmisores de esa llamada están obstruidos. No sería tanto falta de llamada, sino falta de testigos o falta de intensidad del testimonio, que sacuda fuerte la mente y el corazón de los llamados. Jesucristo sigue teniendo hoy fascinación y capacidad de atraer en su seguimiento. Una cultura vocacional genera un microclima en el que se respira la llamada de Dios (a cualquiera de las vocaciones cristianas). Es decir, una cultura vocacional crea un clima, en el que la vida se entiende como llamada y como respuesta. No faltan jóvenes que se sienten llamados, pero no se atreven a seguir al Señor. De ahí, que la oración deba apoyar a todos los que se sientan llamados, mostrándoles nuestra experiencia de haber encontrado al Señor. Ven y verás. Fueron y vieron y se quedaron con él. Oremos por las vocaciones.