La Tercera de ABC del 3 de enero de 2018 la titula Don Antonio Garrigues así: 2018: Un año fascinante. En ella hace una serie de consideraciones sobre lo que será 2018 sobre las que quisiera reflexionar.
Tras una sombría reflexión sobre lo que ha significado 2017, intenta ser algo más optimista con la siguiente frase. “Vamos decididamente hacia un nuevo orden que dará paso a una época histórica más justa, más civilizada y más humana”. Cuando leo las palabras ‘nuevo orden’ a mí se me ponen los pelos de punta, porque no puedo sino pensar en la New Age, en la masonería y en los poderes diabólicos. En el artículo, las afirmaciones fundamentales son “el mundo intelectual será la clave” y “lo que late en el mundo actual es un ansia de conocimiento y de cultura, un ansia de equidad, integridad, honradez y seriedad, y una detestación de las actitudes ambiguas, de las insolidaridades y egoísmos extremos, y aún más de las palabras falsas, retóricas y vacías que nos inundan diariamente”. Son, en principio, afirmaciones con las que uno puede estar de acuerdo, pero los que me gustaría conocer son los principios éticos, morales, espirituales y religiosos que estarían detrás y con los que pretendemos funcionar.
Para mí, sin embargo, hay unas verdades evidentes. Si queremos mejorar el mundo, el primer paso es empezar la mejora por nosotros mismos. Se cuenta tanto de San Juan XXIII como de Santa Teresa de Calcuta, que ante los comentarios de otra persona sobre lo mal que andaba el mundo, ambos respondieron: “Tiene Vd. razón, pero vamos a hacer una cosa. Vd. y yo vamos a ser dos buenas personas. Así habrá dos sinvergüenzas menos”.
El paso siguiente es la mejora de las estructuras. Como dice el artículo, “el mundo científico y tecnológico asumirá por fin que hay que atender los dilemas éticos, morales y jurídicos que plantea el progreso”, pero no se nos dice con qué criterios hay que abordar estos dilemas, que mucho me temo sean los políticamente correctos. Está claro que necesitamos la dimensión espiritual, pero su silencio sobre la relación entre la religión y las nuevas formas culturales y económicas nos recuerda que en el mundo no creyente hay otra forma de entender la espiritualidad, pues piensan que las antiguas creencias se han quedado obsoletas. Es decir, se trata de buscar una nueva o nuevas espiritualidades fuera del ámbito católico y cristiano, es decir fuera de la Revelación divina y los valores cristianos.
Jesucristo nos enseña: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6) y “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,32), es decir, exactamente lo contrario de lo que afirman nuestros progres relativistas y enemigos de la Ley Natural, cuando afirman “la libertad os hará verdaderos”, afirmación que está en la base de tantos desastres, porque conduce directamente al libertinaje.
Desgraciadamente hoy muchos buscan la verdad por caminos equivocados. El entonces cardenal Ratzinger, en su libro La sal de la Tierra, nos lo describe así: “Ahora parece que hemos irrumpido en una nueva era de la religión. Los hombres buscan la religión por caminos muy variados, pero piensan que no la encuentran ni en la fe cristiana, ni en la Iglesia. Los hombres van a la busca de novedades, donde la religión es casi siempre una forma de sublimación, como un contrapeso a las cosas de cada día, y que deriva hacia la magia o hacia sectas que, luego, manifiestan ser muy perjudiciales para el hombre”.
No puedo por menos de pensar que alejarse de Cristo es un disparate que conduce a aberraciones. Pero, a pesar de ello, pienso siempre que, aunque debemos ser realistas, podemos ser optimistas, porque estamos en manos de un Dios que nos ama como hijos suyos que somos y que desea que le llamemos, como hacemos en el Padre Nuestro, Padre. Ha sido “voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Lumen Gentium, nº 9).
Los creyentes tenemos la fortuna de poder tener ideas claras y de saber para qué estamos en este mundo: para amar y hacer el bien, y así alcanzar la gloria eterna, mientras los no creyentes, al pensar que la vida no tiene sentido y que todo termina con la muerte, carecen de esa esperanza que nos permite afrontar con alegría las dificultades de esta vida. Si fuese así, si ellos tuviesen razón, sería el triunfo de la injusticia y del mal, y la imposibilidad de crear un mundo mejor, que es nuestra tarea en esta vida. Y es que sin fe no hay razones serias para el optimismo.