El concepto de “colegialidad” de los obispos ha sido severamente contestado desde que el Concilio Vaticano II lo debatiera en 1962, 1963 y 1964. Esa discusión fue lo bastante conflictiva como para exigir una intervención personal del Papa Pablo VI, quien incorporó el concepto de colegialidad episcopal en la constitución dogmática sobre la Iglesia [Nota explicativa previa al final de Lumen Gentium] de forma que el primado del Papa y su jurisdicción universal quedasen salvaguardados.
El debate sobre la colegialidad ha continuado desde entonces. Ahora, sin embargo, se centra más en qué tipo de colegialidad existe en el seno de las conferencias episcopales nacionales. ¿Es una “colegialidad afectiva” de apoyo y sostén mutuos? ¿O bien la colegialidad episcopal en el seno de las conferencias episcopales es “efectiva”, de modo que la conferencia tiene una autoridad magisterial y legislativa real?
Ya sea la colegialidad “afectiva”, “efectiva” o una combinación de ambas, debería estar claro qué no es un auténtico comportamiento “colegial”.
No lo es que algunos obispos intenten puentear a su conferencia nacional, pidiendo intervenciones de Roma para impedir debates que sus hermanos en el episcopado quieren abordar. No lo es que los obispos intenten intimidar al presidente de la conferencia episcopal para que cambie la agenda a gusto de una clara minoría y engañen sobre sus pretensiones a sus hermanos en el episcopado cuando les piden apoyo para esa jugada. Y no lo es intentar boicotear el desarrollo de la conferencia para que no pueda tomarse ninguna medida sobre un punto de la agenda sobre el que la gran mayoría de los obispos quiere debatir y actuar.
Si cualquiera de estas maniobras merece el nombre de “colegial”, entonces la “colegialidad” significa poco más que pedir que mis pobres Baltimore Orioles tengan una buena alineación inicial.
Desde hace años (y por “años” entiendo mucho antes de que la idea de un “presidente Biden” empezase a tomar forma en la conciencia nacional), a los obispos de Estados Unidos les preocupa que nuestra Iglesia sea menos eucarística que lo que pidió el Vaticano II al enseñar que la Eucaristía es la “fuente y cumbre” (Lumen Gentium, 11) de la vida de la Iglesia. El Papa San Juan Pablo II reafirmó esa petición conciliar cuando en su última encíclica enseñó que “la Iglesia vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia, 1), la cual “encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”.
Sin embargo, en todas partes vemos cómo decae la asistencia a la misa dominical: una desgracia anterior a la pandemia pero que ha sido exacerbada por ella. Es más, según las encuestas, demasiados católicos piensan que la misa dominical es esencialmente una cita social, más que un encuentro con el Dios vivo en el que Cristo se ofrece al Padre y es devuelto a Su pueblo en la santa comunión, una comunión en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo, recibido bajo las especies de pan y vino.
Si la Iglesia vive de la Eucaristía y sin embargo los miembros de la iglesia no participan en la Eucaristía con la frecuencia que debieran, o, si lo hacen, no entienden lo que están celebrando y recibiendo, entonces la Iglesia padece un serio déficit eucarístico. Quienes tienen como misión liderar la Iglesia están obligados a hacer algo al respecto.
Por eso, hace tiempo que los obispos estadounidenses decidieron emprender un programa amplio de educación eucarística en toda la Iglesia. Para la gran mayoría de los obispos, esa decisión se refuerza por el hecho de que nuestro déficit eucarístico se está agravando por la incoherencia eucarística de cargos públicos que, aunque rechazan la autoridad del magisterio católico basado en la Revelación y en la razón, sin embargo se presentan a comulgar como si estuviesen en plena comunión con la Iglesia. La prolongada incapacidad de los obispos para abordar esta incoherencia agrava el déficit eucarístico del catolicismo norteamericano, dando a entender que la Iglesia realmente no cree en lo que enseña sobre la naturaleza sagrada de la Eucaristía.
Quienes sugieren que todo esto va de “política” o están mal informados o deliberadamente engañan a la Iglesia y al sector más crédulo de los medios. La preocupación por la integridad eucarística de la Iglesia es mucho más profunda -aunque la incluye- que la preocupación sobre la incoherencia eucarística de los cargos públicos católicos que actúan como si las firmes convicciones de la Iglesia sobre las cuestiones de la vida y la aptitud para recibir la santa comunión no existieran. Por ese motivo los obispos estadounidenses están avanzando en la preparación de un documento magisterial que aclarará a toda la Iglesia por qué somos una comunidad eucarística, qué es verdaderamente la Eucaristía, qué implica recibir la Eucaristía y por qué todos los miembros de la Iglesia deben hacer examen de conciencia antes de recibir a Cristo en el sacramento.
Las ruedas de la colegialidad pueden girar despacio. En este caso, sin embargo, están girando de verdad, y en bien del Evangelio.
Publicado en First Things.
Traducción de Carmelo López-Arias.