Conocer las raíces judías de la Eucaristía es poder ahondar un poco más sobre la forma en la cual Dios obra; vislumbrar cómo tiene todo pensado desde el principio, y la manera en que actúa a través nuestro.
 
Dios nos va dando signos para que quienes nos interesemos en conocer cómo Él se sumerge en nuestra historia podamos identificar su firma, su huella en cada detalle. Y de este modo, apasionarnos por seguir profundizando en sus misterios. Esos misterios que cuanto más uno descubre, más se da cuenta de lo inabarcables que son y a la vez no puede dejar de adentrarse en ellos.
 
En este artículo vamos a recorrer algunas de las raíces del más profundo misterio y Don de Dios que jamás existió y, me animo a afirmar, existirá. El material utilizado para esto es obtenido, principalmente, del libro del Dr. Brant Pitre, Jesús y las raíces judías de la Eucaristía y de una de sus conferencias sobre el tema (en el cual se utilizan no sólo las Sagradas Escrituras como fuente, sino también libros de tradición judía, como el Talmud y la Mishná, imprescindibles para conocer e interpretar el tema en cuestión). 


Brat Pitre aborda en su libro una cuestión apasionante: Jesús y las raíces judías de la Eucaristía.

El autor recorre toda su investigación bajo la siguiente premisa: cómo es posible que los primeros cristianos, que eran judíos, y muchos como San Pablo y San Pedro, muy observantes de la ley judía, la Torá, hayan creído en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
 
Este interrogante lo hace teniendo en cuenta en especial, que en el tercer libro de la Torá (en griego, Pentateuco), el Levítico, está prohibido claramente que los judíos tomen cualquier tipo de sangre: «Ninguno de ustedes comerá sangre, ni tampoco lo hará el extranjero que resida en medio de ustedes» (Levítico, 17.12). Y sin embargo, encontramos en San Pablo, en la primera Carta a los Corintitos, lo siguiente: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (10.12)
 
¿Cómo pasó una persona como San Pablo, estricto observante de la ley del Levítico, a creer y consumir la sangre de Cristo?
 
Lo que vamos a ver a continuación es que precisamente su fe judía, sus prácticas y tradiciones judías, fueron los fundamentos que hicieron que San Pablo, junto a San Pedro y el resto de los primeros judíos cristianos de la época, creyeran en la presencia real de Jesús en la eucaristía.
 
Es ciertamente por determinados conceptos y tradiciones judías que vamos a poder entender este traspaso, y comprender más profundamente el misterio de la Eucaristía.
 
Existen varios aspectos para sumergirnos sobre este tema. En este trabajo Dr. Brant Pitre lo hace a través de tres cuestiones bíblicas:
 
1-La pascua judía (Pesaj)
2-Las creencias judías sobre el maná
3-El misterioso pan de la presencia o de la proposición, que los judíos conservaron en la Carpa del Encuentro y luego en el Templo de Salomón.
 

Primero, para comprender las raíces judías de la Eucaristía, necesitamos analizar brevemente cuáles eran las expectativas del pueblo judío en la época de Jesús, con respecto a la venida del Mesías.
 
Si tenemos que responder rápidamente lo primero que se nos viene a la mente es lo más obvio, lo más escuchado: los judíos esperaban un Mesías terrenal y político. Si bien esto es en parte verdad, no era la única interpretación. Esta concepción y esperanza era propia de un grupo de judíos, conocidos como los zelotes.
 
Pero muchos otros judíos, que conocían muy bien las Escrituras, esperaban otra cosa diferente. Esta esperanza mesiánica se puede simplificar en un nuevo éxodo.
 
Según los profetas, como Jeremías y Ezequiel, cuando el Mesías viniese, salvaría el pueblo como lo hizo Moisés y traería una nueva alianza. Y esta nueva era sería un nuevo éxodo.
 
Vamos a hacer un brevísimo resumen: antes del éxodo, las doce tribus estaban esclavizadas por el faraón de Egipto. Y Dios mandó a Moisés para liberar al pueblo y conducirlo a la tierra prometida. Este acto es la base fundamental para entender lo que el nuevo éxodo a la vez espera.
 
1- En el primer éxodo había un salvador, que fue Moisés. En el nuevo éxodo se espera a otro salvador, el Mesías
 
2- En el primer éxodo las doce tribus fueron liberadas de la esclavitud de Egipto. En el nuevo éxodo se espera la liberación no sólo de judíos sino también de los gentiles. Y ya no de la esclavitud física, sino del pecado. Y hasta de la muerte misma.
 
3- Una vez que el pueblo de Israel salió de Egipto estuvieron en un viaje por el desierto durante 40 años, antes de llegar a la tierra prometida de Canaán. En el nuevo éxodo los profetas nos dicen que Israel va hacia un nuevo
viaje, un recorrido a una nueva tierra prometida, que será como un nuevo edén.
 
4- En el desierto, el lugar físico para dar culto a Dios estaba centrado en un lugar especial, llamado el tabernáculo. Un templo “portátil” en donde los israelitas ofrecían sacrificios y lo llevaron durante todo su viaje por el desierto. Y cuando llegaron a la tierra prometida un tiempo después con el rey Salomón, hicieron un templo permanente donde para ellos constituía el lugar de encuentro con Dios, el lugar sagrado, donde Dios moraba. En el nuevo éxodo los profetas nos dicen que el culto a Dios va a estar centrado en un nuevo templo, un nuevo santuario, aun más glorioso que el templo de Salomón.
 
5- En el primer éxodo el destino final no era el Monte Sinaí, ni siquiera la tierra prometida, sino Jerusalén, donde se edificó el Templo. En el nuevo éxodo, el viaje final va a ser la nueva Jerusalén, lo que Isaías llama la nueva tierra, la nueva creación.
 
Esto es lo que esperaban los judíos que conocían bien las escrituras. Un nuevo éxodo para la salvación.
 
Y ahora sí, con estos datos en mente, remontémonos a la época de Jesús, y tratemos de analizarlo a través de estos ojos, con esta mirada, con las expectativas mesiánicas que tenían los judíos en ese momento.
 

Si se espera un nuevo éxodo, ¿qué es lo que se necesita tener primero? ¿Cómo comenzó el primer éxodo? El pueblo de Israel no sólo salió de Egipto, sino que fue liberado por Dios, “por su mano poderosa”, obrando, entre otras cosas, a través de las diez plagas. Y fue con la última plaga, cuando la muerte de los primogénitos cayó en Egipto y atravesó, “pasó” las casas de los israelitas, cuando el faraón finalmente los dejó partir.
 
Para que esto ocurriera, Dios le dio a Moisés indicaciones específicas que su pueblo debía hacer, y la práctica de éstas consistió en lo que fue la primera pascua. (Esto se puede ver detalladamente en el Antiguo Testamento en el capítulo 12 del libro del Éxodo.)
 
El libro del éxodo no sólo cuenta la historia sobre lo que pasó en la noche de la Pascua, sino que también establece la liturgia pascual, el rito pascual, que debía ser llevado a cabo por el pueblo judío esa misma noche y para siempre. Incluso se sigue haciendo hasta el día de hoy.
 
Cada padre debía actuar como un sacerdote para su familia, ofreciendo un sacrificio. Debía llevar un cordero puro, sin ningún defecto, de un año de edad y matarlo. Cortar su cuello y colocar la sangre en un recipiente. Y luego el padre debía tomar una rama de la planta de hisopo, y mojarla en esa sangre y poner en los marcos de la puerta de su hogar, como un signo de la alianza con Dios. Un signo para que el ángel de la muerte “pase”, “atraviese” ese hogar, y no muera el primogénito.
 
Finalmente y fundamental, al final de este ritual, la familia debía juntarse en la cena y comer la carne de ese cordero. Esa era la culminación del sacrificio pascual. Era esencial hacer esto. No importaba si les gustaba el cordero o no, sí o sí debían consumirlo todo, de lo contrario no se cumplía el sacrificio.
 
A lo largo de los años, la celebración de la pascua, Pesaj, se fue desarrollando en la tradición judía. No sólo se hace lo que está detallado en la Biblia sino que se le fueron añadiendo aspectos tradicionales. De modo que para entender cómo era la celebración de Pesaj en la época de Jesús hay que entender y conocer también la parte tradicional.
 
En la noche de la celebración del Seder de Pesaj (así se llama a esta cena especial), el hijo más pequeño le hace al padre ciertas preguntas. Por ejemplo: “¿Por qué esta noche es diferente a las demás?” “¿Por qué esta noche comemos pan sin levadura?”; y el padre le va respondiendo con estas palabras: “Es por lo que Dios hizo por mí, porque fui liberado de Egipto”.

Sin importar cuánto tiempo haya pasado de ese momento y de la primera celebración de la pascua judía, se sigue diciendo que es por lo que Dios hizo por mí. La celebración se ve como un acto de participación en esa primera pascua, no sólo un recordatorio. Es una participación espiritual en el primer éxodo de Egipto. En la Mishná, colección de tradiciones rabínicas judías, se enseña que en toda generación un hombre debe celebrarlo como si él mismo hubiera salido de Egipto. Y por eso debemos dar gracias a Dios. El hecho trasciende el tiempo y el espacio.
 
¿Por qué esta pascua es diferente a todas las demás?
 
Como mencionamos previamente, para tener un nuevo éxodo se requiere también una nueva pascua. Y la noche de la última cena, Jesús celebra junto a sus discípulos la celebración de Pesaj, la pascua Judía. Del mismo modo que cientos y miles de otros judíos lo estaban haciendo esa misma noche.
 
Pero algo más grande estaba ocurriendo esa noche, en esa pascua, que la hacía diferente a todas las pascuas antes celebradas: Jesús instituye la nueva pascua del nuevo éxodo.
 
Por medio de este sacrificio Jesús inaugura el nuevo éxodo que los profetas habían anunciado y que el pueblo judío tanto anhelaba. Esta noche, Jesús pronuncia por primera vez las palabras que consagran su propia sangre, como expiatoria. Derramada por muchos, para el perdón de los pecados.

Cualquier judío de la época conocía que la única persona que podría ofrecer sangre por el perdón de los pecados era un sacerdote ordenado. Jesús reconfigura la pascua judía a través de su propio sufrimiento y su propia muerte y marca la nueva pascua y la nueva alianza. Asimismo se instituyen nuevos sacerdotes: Jesús y los doce apóstoles.
 

Jesús reemplaza el sacrificio del cordero pascual por el sacrificio de sí mismo. Se va a ofrecer él mismo para el perdón de los pecados. Será “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan, 1.29). Jesús establece en ese momento y para siempre un nuevo sacrificio, transustanciado en pan y vino, su sangre y su cuerpo. Y de esta forma tan sagrada y misteriosa, se inaugura el nuevo éxodo.
 
Retomando la pregunta inicial, ¿por qué los primeros judíos cristianos creyeron en la verdadera presencia de Dios en el pan y el vino? Es porque ellos sabían, pudieron percibir, que la eucaristía no era nada menos que una nueva pascua. Y sabían que este sacrificio, al igual que la antigua pascua, era una participación en la pascua de Jesús.
 
Del mismo modo que la pascua judía era vista como volver espiritualmente a la primer noche del éxodo, la primera noche de pascua, del mismo modo la eucaristía hace presente el sacrifico de Jesús en el calvario. En cada Misa somos llevados a esa anoche en la que Jesús se ofreció a sí mismo en la última cena. Estamos con Él allí y a la vez con Él allí en el calvario.
 
Y acá se presenta un factor fundamental: si la eucaristía es la nueva pascua, del nuevo éxodo, el cordero debe ser consumido. No un símbolo del cordero, ni un recuerdo del cordero, sino que al igual que la pascua judía, hay que consumir, comer el cordero pascual para poder completar el sacrificio pascual. Ya que como mencionamos anteriormente, la pascua no se completa con la muerte del cordero, sino cuando se lo consume.
 
San Pablo dice refiriéndose a esta nueva pascua: “Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Cor. 5:7). Y Pedro: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes.” (1 P 1,18-19)
 

"En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».” (Éxodo 16.2)
 
Esto ocurre al segundo mes de estar en desierto. Era tan difícil lo que el pueblo estaba atravesando que comenzaron a mirar con añoranza el pasado. Un pasado que era de esclavitud, opresión, pero que desde su punto de vista comenzaba a verse diferente, lo valoraban de otro modo y tenían la tentación de querer volver atrás. Y murmuraban entre ellos, reclamándole a Dios, quejándose. Dios escucha su clamor y responde dándoles “pan desde lo alto cielo”, el milagro del maná. Por la mañana era pan, y por la noche carne del cielo.
 
Vamos vislumbrando cómo los misterios del nuevo testamento están escondidos en el antiguo. Esperando ser develados por la eucaristía. El maná era una sustancia blanca que parecía tener gusto a miel, según el
éxodo. ¿Y por qué miel? La tierra prometida debía abundar de leche y miel. El maná era como una degustación de la tierra prometida. Dios les está diciendo que confíen en Él. Que si bien es verdad que en ese momento están atravesando algo difícil, el desierto, lleno de pruebas y sufrimientos, va a llegar el momento en que van a estar en casa, en la tierra prometida, y el maná es una muestra de lo que va a venir, de la promesa.
 
El pueblo se daba cuenta que el Maná no era un pan común. De hecho lo llamaban el pan de los ángeles: “Hizo llover sobre ellos el maná, les dio como alimento un trigo celestial; todos comieron en pan de ángeles, les dio comida hasta saciarlos.” (Salmo 78, 24)
 
El pueblo de Israel era consciente que el maná era algo milagroso. De modo que además de comerlo lo ponían en un recipiente de oro, y lo colocaban dentro del arca de la alianza. (De ahí proviene como los católicos cuidan y guardan a la Eucaristía). Los israelitas lo guardaban como un recordatorio de los milagros de Dios y del amor de Dios por su pueblo. “La Primera Alianza tenía un ritual para el culto y un santuario terrestre. En él se instaló un primer recinto, donde estaban el candelabro, la mesa y los panes de la oblación: era el lugar llamado Santo. Luego, detrás del segundo velo había otro recinto, llamado el Santo de los Santos. Allí estaban el altar de oro para los perfumes y el Arca de la Alianza, toda recubierta de oro, en la cual había un cofre de oro con el maná, la vara de Aarón que había florecido y las tablas de la alianza” (Hebreos, 9.1) El maná no era sólo una cuestión del pasado para el pueblo, sino que en la época de Jesús, existía una tradición que decía que cuando viniera el Mesías, quien iba ser un nuevo Moisés, una de las cosas que debía hacer era traer de vuelta el pan milagroso del cielo. Un escrito antiguo del judaísmo decía: el Mesías comenzará a revelarse y muchos verán maravillas. El tesoro bajará nuevamente del cielo y los hombres lo comerán y verán milagros todos los días.
 
Cómo católicos podemos afirmar la presencia diaria, en cada Misa, de un milagro. El pan y el vino transformado en el cuerpo y la sangre de Cristo. El milagro más grande que puede existir. Jesús, nuestro pan de cada día.
 

Se puede pasar muchísimo tiempo analizando el capítulo 6 del Evangelio de Juan, sobre el discurso del pan de vida. Pero para continuar con el objetivo de este trabajo sólo vamos a analizar la parte del maná. Jesús dice: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”… Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed». (Juan 6.31) Los judíos volvían una vez más a murmurar y se preguntaban, lógicamente: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"? y Jesús les respondió dejando bien claro: ”Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí". Los que lo escuchaban continuaban murmurando y preguntándose entre ellos ”¿Cómo este hombre puede darnos de comer su cuerpo?”
 
Es central destacar que cuando a Jesús lo cuestionan no dice que está hablando de forma simbólica sino que hace aún más énfasis en sus palabras, y lo afirma diciendo “amen, amen”, “en verdad, en verdad les digo”. Y cierra diciendo: «Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
 
Jesús abre esta parte del discurso con la figura del maná, y finaliza también de la misma manera. Incluso los discípulos también decían que eran palabras muy duras, murmuraban, al igual que los israelitas murmuraban en el éxodo, y Jesús les dice: “¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes?”

Nuevamente, retomemos nuestra pregunta original: ¿Cómo es posible que los apóstoles, San Pablo, San Pedro, creyeran en la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía? Es muy simple, a través del don del Espíritu Santo y la fe, pudieron reconocer que la eucaristía no es sólo la nueva pascua sino el nuevo maná del cielo. Y en relación a esto se hace evidente la verdadera presencia desde dos puntos de vista:
 
1- Si la Eucaristía es el nuevo maná del cielo, debe ser algo sobrenatural. No puede ser algo menor que eso. Si la Eucaristía fuera sólo un símbolo, implicaría que el antiguo maná es más grande que el nuevo. Siendo el maná un pan milagroso caído del cielo, ¿el nuevo maná acaso puede ser sólo un símbolo? De ningún modo. El nuevo maná como mínimo debería ser algo sobrenatural caído del cielo. Algo extraordinario, celestial, sobrenatural, milagroso. Las figuras, que son símbolos del Antiguo Testamento que apuntan a a la nueva alianza , nunca pueden ser superiores
al hecho que señalan.
 
2- Si la eucaristía es el nuevo maná del cielo, entonces los primeros cristianos debían reconocer que la Eucaristía no es el cuerpo crucificado de Jesús como cordero, sino que es además el cuerpo resucitado, bajado del cielo. Por eso Jesús les dice: “¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes?”. Para entender el misterio de la Eucaristía, Jesús les dice que deben entender la resurrección, el misterio de la ascensión. No les está diciendo que hagan canibalismo, no les da ese cuerpo físico que están viendo en ese momento, sino su cuerpo resucitado, su cuerpo sobrenatural, bajo la forma de pan y vino. Y la forma de hacerlo es luego de la resurrección. Donde su cuerpo ya no está limitado por el tiempo y el espacio, sino que puede aparecer donde quiere, cuando quiere. Como lo hace luego de la resurrección. Es un nuevo cuerpo, un cuerpo glorificado. Que en cada Misa se hace presente. No sólo su muerte en el calvario sino su resurrección.
 

Vamos ahora a analizar el tercer y último punto, el pan de la presencia, de la ofrenda o pan de la proposición (se da nombre distinto de acuerdo a la traducción).
 
El culto a Dios durante el éxodo estaba centrado en la carpa del encuentro, como el templo portátil. Dentro de éste había diferentes sectores. Uno de ellos era el lugar Santo que contenía entre otras cosas, el pan de la ofrenda, a veces traducido como el plan de la proposición, en hebreo “lejem hapanim”. Durante el Éxodo, lo primero que Dios les enseña, luego de darles los mandamientos, es cómo rendir culto a Dios. Les das un detalle muy amplio sobre cada cosa que debían hacer, y cómo hacerlo. Casi la mitad del libro del Éxodo está destinado a la descripción de cómo rendir culto a Dios. Entre estas indicaciones, Dios les dice cómo deben construir la carpa del encuentro, y le ordena a Moisés que debe incluir tres símbolos clave allí:

1- el altar donde se quemaban los perfumes e inciensos.
2-la menorá (candelabro con 7 velas con fuego que debían estar siempre prendidas)
3-una mesada de oro donde debían colocar allí los panes de la ofrenda.
 
En el libro del Levítico, se detalla la forma en que estos panes deben ser ofrecidos y consumidos: “Prepara además doce tortas de harina de la mejor calidad, empleando dos décimas partes de una medida para cada una. Luego las depositarás en la presencia del Señor, en dos hileras de seis, sobre la mesa de oro puro; y sobre cada hilera pondrás incienso puro, como un memorial del pan, como una ofrenda que se quema para el Señor. Esto se dispondrá regularmente todos los sábados delante del Señor: es una obligación permanente para los israelitas. Los panes serán para Aarón y sus hijos, y ellos deberán comerlos en el recinto sagrado, porque se trata de una cosa santísima. Es un derecho que Aarón tendrá siempre sobre las ofrendas que se queman para el Señor” (Levítico, cap. 24)
 
El pan de la ofrenda, de laproposición, también puede ser traducido como “el pan del rostro” porque en hebreo panim, significa rostro. Nos preguntamos, ¿el rostro de quien? El rostro de Dios todopoderoso. Este pan misterioso era como un signo visible del Dios invisible.


Según la antigua tradición judía (escrito en el Talmud) en la época de Jesús, cuando los judíos iban al templo a Jerusalén, había una costumbre cuando se juntaban para el evento anual de la pascua, el sacerdote hacía algo que no hacía en el resto del año. Sacaba del santuario interior del templo, donde nadie podía ingresar excepto el sacerdote, el pan de la proposición.
 
El rabino lo retiraba y lo llevaba hacia donde estaba la gente y lo levantaba en su mesa de oro, y pronunciaba las siguientes palabras: "Ccontemplen el amor de Dios por ustedes”. Esto suena muy similar a lo que vemos cada día en la Misa cuando el sacerdote levanta la Eucaristía y dice “este es el cordero de Dios”. Lleva así, a la plenitud el maná, el pan de la presencia, con el cuerpo y la sangre de Cristo. La palabra hecha carne y habitando entre nosotros.

Volviendo a la pregunta principal: ¿por qué los primeros judíos cristianos creyeron en la verdadera presencia de Jesús en la eucaristía? Muy simple. Porque no sólo sabían que era la nueva pascua, ni porque sólo sabían que era el nuevo Maná. Ellos comprendieron que era el nuevo pan de la ofrenda, el pan de la presencia, del rostro.
 

1-Si bien a veces solemos pensar en el judaísmo y el cristianismo como opuestos, por el contrario, es precisamente la fe judía de los primeros cristianos lo que les permitió creer en la real presencia de Jesús, que de verdad es su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Una vez más, vemos como el judaísmo y el de cristianismo, son una continuidad, una completud.
 
2-Lo que recibimos en cada Misa es el verdadero y nuevo cordero pascual, y somos llevados en el tiempo a la hora de Cristo, a su pasión, cuando el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, nos amó hasta el extremo y dio su vida por nosotros. Eso es lo que la Misa es.
 
3-Del mismo modo que los judíos pueden decir “Porque Dios me liberó a mí de la esclavitud de Egipto”, los católicos también pueden decir: Dios me amó, dio su vida por mi, para poder ser salvado. No sólo de la muerte física, sino de la muerte eterna, de la eterna separación con Dios.
 
4-La Eucaristía no sólo apunta atrás hacia el calvario, sino que apunta hacia adelante, a la resurrección. No únicamente a la resurrección de Jesús, sino a la nuestra al final de los tiempos.
 
5-Si la Eucaristía es el nuevo maná, es a la vez una promesa y una muestra del cielo y de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Por eso Jesús dice que quien come de su cuerpo y beba de su sangre tendrá vida eterna. Y lo resucitará el último día. Nosotros no tenemos forma de resucitarnos por nuestra cuenta, para eso necesitamos ser parte del cuerpo resucitado de cristo. La Eucaristía es el nuevo pan de la presencia. Porque Dios está presente ahora. Es Dios con nosotros (Emmanuel), y viene a nosotros a través de la Eucaristía. Escondiéndose tras la apariencia del pan y el vino para poder estar en todo lugar y en todo momento.
 
Él esta aquí con nosotros mientras atravesamos el desierto hacia la tierra prometida celestial. Y ese día, cuando lleguemos a esa nueva tierra prometida, y el nuevo éxodo se haya completado, y hasta el nuevo maná deje de existir, él ya no estará escondido detrás del velo, detrás de la apariencia de pan y vino, y nosotros ya no lo veremos, como dice San Pablo, a través de un espejo. Ese día lo conoceremos, lo veremos, como es, cara a cara, “rostro” a “rostro”.

Tomado del blog de la autora, Judía & Católica.