En el discurso del cardenal Blázquez que abrió la Plenaria de la Conferencia Episcopal Española hay una frase que no ha encontrado el favor de los titulares pero que me parece medular: aquella en la que afirma que la Iglesia en nuestro tiempo, ante el progreso del dominio del hombre sobre las fuentes de la vida humana y los cambios culturales sobre las relaciones entre varón y mujer, tiene que profundizar en lo que significa nuestra fe en Dios Padre, Creador del cielo y la tierra, para vivirla y proponerla de nuevo a nuestro mundo.
La ideología de género plantea un desafío cultural de tanto o más calado que el que supuso el marxismo para la cultura cristiana el pasado siglo, y con la afirmación mencionada, Blázquez está señalando una de las grandes canteras para la misión de la Iglesia en este momento histórico. Tenemos a las puertas la aprobación de una ley LGTB en el Congreso que significará la plasmación legislativa de la ideología de género que, como bien dijo el cardenal, pretende imponerse como pensamiento único incluso en la educación de los niños. Están en juego libertades fundamentales como las de educación y expresión, y con ello una sociedad verdaderamente abierta donde no se censure el debate sobre cuestiones esenciales para la convivencia.
Los obispos españoles trabajan y se pronuncian sobre el tema. Es importante romper la espiral de silencio sobre el significado de la sexualidad, aunque hacerlo tenga un alto coste. No se trata de romper el silencio dando voces sino aportando razones y sentido, un testimonio de gestos y palabras que ayuden a los hombres y mujeres a recuperar la conciencia de su propia identidad extraviada. El extravío tiene que ver, sí, con el drama personal de cada corazón, pero también con un proyecto insensato apoyado desde el poder desde hace 50 años.
El Papa Francisco ha señalado que pretender cancelar la diferencia sexual comportaría innumerables sufrimientos. Custodiar nuestra humanidad significa aceptarla y respetarla como ha sido creada: la diferencia sexual es constitutiva de lo humano y se ordena a la complementariedad y a la transmisión de la vida. Seguramente más de uno, al leer estas palabras, diga lo mismo que algunos le dijeron a Jesús: demasiado duro es este lenguaje. Pero una Iglesia hospital de campaña no puede dispensarse del trabajo de encarnar y decir con misericordia esta verdad, precisamente para curar el daño que está provocando su pérdida.
Publicado en Alfa y Omega.