No es Dios el ladrón de nuestros afectos sino su mejor valedor, la roca que nos salva de decepciones y nos hace resistentes para seguir amando a pesar de los pesares.
Grandes decepciones hemos sufrido antes o después todos y, probablemente, todos hemos decepcionado. Jesús, a pesar de la traición de Judas, se mantiene firme en el amor: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
No se trata de lamerse las heridas ni de alentar victimismos sino de poder reconocer una realidad, la de los “falsos amigos”, que antes o después golpea con fuerza el corazón de muchos. Si fuera una experiencia extraña, la Biblia no dedicaría a esta figura de los “falsos amigos” tal cantidad de versículos, que ayudan a reconocer las propias heridas para sanarlas y perdonar de corazón. No solo el Eclesiástico y el libro de los Proverbios. También David lo experimentó: “Hasta mi mejor amigo, en quien tenía plena confianza, quien compartía mi comida, se ha puesto en mi contra” (Sal 41, 9). Y Judas traicionó a Jesús con un beso.
La Biblia anima a reconocerlos, a madurar sin amargarnos ni volvernos cínicos. A ser firmes en la voluntad de amar. Atletas del amor que resisten, se levantan y creen, a pesar de los desengaños, en lo que dice el Eclesiástico: “Un amigo fiel es una protección segura; el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero. Un amigo fiel protege como un talismán; el que honra a Dios, lo encontrará" (6, 14-16).
Y el libro de los Proverbios: “El perfume y el incienso alegran el corazón; la dulzura de la amistad fortalece el ánimo” (27, 9). Incluso Proverbios 18 habla de un amigo que es más cercano que un hermano y Proverbios 17 revela cómo un amigo ama en todo tiempo.
Eclesiastés 4, 9-10: “Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!”
Y Hebreos 10, 24-25: “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca”.
Porque sin amor del bueno y del grande, hasta lo más sublime está vacío: “Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden” (1 Cor 13, 1).
Escribo este artículo hoy, 13 de agosto, y veo que el evangelio es el de “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? Hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22), así que intuyo que toca hablar de perdón; en este caso, a los “falsos amigos”. Cito a Jutta Burgraff, que fue y es amiga del alma, y maestra del perdón:
"¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: 'Te perdono'? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Le deseo el bien.
»Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma. El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.
»Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes cometidos en Francia: 'Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres… Nos esforzaremos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los demás'”.