Tanto Francisco en el motu proprio que ha suprimido la comisión Ecclesia Dei como Andrea Tornielli y Nicola Gori en los artículos de L’Osservatore Romano que lo han explicado se refieren al origen histórico de su creación: las consagraciones episcopales del arzobispo Marcel Lefebvre en 1988. Sin esas consagraciones, la comisión nunca habría existido. Se creó para canalizar la situación de sacerdotes y fieles que, no estando de acuerdo con el paso que había dado el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), querían conservar determinadas “tradiciones espirituales y litúrgicas”.
Dichas tradiciones no tenían, de facto, espacio canónico en la Iglesia. Y de iure casi tampoco, pues el indulto condicionado Quattuor Abinc Annos de 1984 resultó inaplicable en la práctica. Solo el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI en 2007, al reconocer que la misa tradicional no había sido nunca abrogada y establecerla como derecho, abrió un espacio de seguridad jurídica para sacerdotes, religiosos y fieles en un número que desde entonces no ha parado de crecer.
Treinta años después, la comisión “ha llevado a término sus cometidos”, afirma Gori, y, como dice el Papa, “los institutos y comunidades religiosas que celebran habitualmente en la forma extraordinaria han encontrado hoy su propia estabilidad de número y de vida”. Este reconocimiento es muy importante, porque reafirma su presencia y su dinamismo en la Iglesia. Tornielli utiliza incluso la expresión “libre uso del misal romano de 1962” como una de las circunstancias que justifican la supresión de la comisión.
En cuanto a la comisión, “no se trata”, dice Gori, “de una supresión tout court [sin más], sino de una transferencia de competencias”, aunque es cierto que reduce su nivel jerárquico, pues deja de ser un organismo autónomo bajo la dirección de un arzobispo (Guido Pozzo) para quedar como sección de la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo la dirección de uno de sus oficiales.
“El doctrinal es el único pero importante tema que queda abierto”, añade Tornielli, en referencia a una nueva etapa de diálogo que se abrirá con la Hermandad de San Pío X. Su nuevo superior, el padre Davide Pagliarani, ha insistido en ese camino, que por otro lado también transitó el obispo Bernard Fellay, su predecesor, durante las conversaciones doctrinales que fracasaron en 2012.
La congregación fundada en 1970 por monseñor Lefebvre nunca se ha movido por razones exclusivamente litúrgicas, sino por la convicción de que el Concilio Vaticano II como acontecimiento (lo que incluye, en geometría variable según quien lo analice, textos, espíritu, interpretaciones y reformas) es causa de la “autodemolición” de la Iglesia que diagnosticó Pablo VI en 1968, obviamente con etiología y terapéutica distintas. La reforma litúrgica de 1969 sería así solo un efecto de esa causa. Un efecto de importancia excepcional, sí -incluso infinita, atendiendo a las realidades concernidas-, pero efecto, no causa.
En este sentido, es muy interesante el hecho que relató el obispo Fellay en una entrevista de 2011 en Estados Unidos. Le preguntaron qué esperaban de la Fraternidad una treintena de sacerdotes diocesanos con quienes acababa de reunirse en Italia. “Estos sacerdotes”, respondió el anterior superior de la FSSPX, “nos piden por encima de todo la doctrina… Si están con nosotros, es sin duda porque quieren la misa antigua, pero tras descubrir esta misa, quieren otra cosa. Quieren más, porque descubren todo un mundo que saben que es auténtico… Sienten entonces la necesidad de renovar sus conocimientos teológicos. Y no se equivocan, acuden directamente a Santo Tomás de Aquino”.
Por todo ello, la “solución Ecclesia Dei”, esto es, una integración canónica que salve la cuestión litúrgica, nunca ha sido una solución para la Hermandad de San Pío X, que no busca tanto un arreglo para sí misma como un cambio en la dirección de la Iglesia. En cualquier caso, y aunque la comisión Ecclesia Dei nació para integrar a quienes abandonaron en 1988 la FSSPX, en estos treinta años ha servido para muchísimo más y sus frutos son evidentes, con la proliferación en todo el mundo de comunidades y parroquias con una baja media de edad en sacerdotes y fieles.