«Alemania multa y manda a la cárcel a los padres que se niegan a que sus hijos reciban clases de educación sexual estatal». Con este titular nos hemos encontrado esta semana. Estas familias, ocho en total, no sólo se negaron a que sus hijos acudieran a las clases, obligatorias por ley, de educación sexual en la escuela. También se negaron a que formaran parte de una producción teatral Mi cuerpo me pertenece, que, al parecer, explica a los jóvenes como empezar a tener relaciones sexuales. Ante esta insolente e intolerable actitud de los padres, ante este desafío al Estado, primero les multaron, y en vista de que no consiguieron doblegarles con multas, les metieron en la cárcel. Hasta aquí, muy brevemente, la noticia.
Cuando lo leí, y una vez pasado el estupor inicial, me quedé muy sorprendida por el titular. Si en Alemania los padres van a la cárcel por negarse a que sus hijos reciban la educación sexual que el Estado imponga por narices, es decir, por ley... ¡lo sorprendente es que sólo ocho familias hayan acabado en la cárcel! Ese debía haber sido el titular: «En Alemania sólo hay ocho familias dispuestas a defender a sus hijos, cueste lo que cueste». De verdad, ¿tan mal estamos? ¿Hasta ese punto están entregados los padres? ¿Hasta ese punto han claudicado, cuando es tanto lo que está en juego?
Algunos ya estarán tomando nota por aquí, pensando quizá en la posibilidad de introducir alguna cláusula especial en el infecto proyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva, para encarcelar a los padres que defiendan su derecho, y su sagrado deber, de educar a los hijos, y se atrevan a plantarle cara al Estado. Ahora bien, ya pueden tener una cosa clara: en España van a necesitar más de ocho huecos en las cárceles. A juzgar por la firmeza de tantos padres objetores, aquí la cosa daría para un buen titular y una buena foto. Ya me estoy imaginando a los padres (y sobre todo a esas magníficas madres guerreras, a muchas de las cuales puedo poner, incluso, nombre) entrando en la cárcel…
Los padres objetores (hasta ahora a EpC y dentro de poco a la educación sexual que defiende a muerte el plantel de ministras feministas de Zapatero, con la inestimable colaboración del lobby gay y algunos otros) no pueden hacer más de lo que hacen. Ejercen, de forma responsable, sus derechos. Protegen a sus hijos, les sacan de clase, afrontan las dificultades, enmarcan los suspensos…pero no tiene capacidad para cambiar las cosas a muy corto plazo, aunque no les importa; saben que tienen razón y que esta batalla está ganada si la dan, y la van a dar. Lo lamentable es que aquellos que sí pueden cambiarlas rápidamente no están dispuestos a hacerlo. ¿Por qué iban a mojarse?, ¿Por qué iban a jugársela?, ¿acaso la libertad y el futuro de los niños y de la sociedad es algo tan importante?
Uno alza la voz, sale a la calle y anuncia una cadena de movilizaciones, por cuestiones importantes. No hay más que ver que la enseñanza concertada ha convocado jornadas de huelga porque se sienten «ninguneados por las Consejerías; la situación es insostenible y nos están tomando el pelo». Sus reivindicaciones son, eso sí, fundamentalmente salariales. Esa sí es razón para echarse a la calle y hacer, incluso, huelga. Apoyar, decidida y eficazmente, la libertad ideológica y de conciencia…eso ya, es otra cosa; mientras podamos ir tirando con «adaptaciones» sin que nos toquen los conciertos, no hay mucho problema. Y si no tenemos conciertos que defender, mientras nos dejen tranquilamente educar a nuestros alumnos en nuestra campana de cristal, pues nos ponemos unas buenas orejeras para no ver lo que pasa alrededor, adaptamos, y a vivir. Y como los objetores, en realidad, son muy molestos, no les dejamos informar a otros padres en el colegio y convocamos nosotros una reunión para hablar de EpC; invitamos a un asesor jurídico de FERE, por ejemplo, o a quien consideremos oportuno; no dejamos intervenir a los objetores más que en el turno de preguntas…y les asustamos un poquito recordándoles dónde terminaban los objetores a la mili antes de que la objeción estuviera reconocida por ley. Pues nada, ahora pueden aprovechar el caso alemán e irse curando en salud, contándoles donde acaban aquellos que se niegan a que sus niñas de trece años tengan un pene de plástico en las manos mientras un monitor cualquiera, sanitario o no, les hace asimilar la visión de la sexualidad de este Gobierno, invitándoles a cuestionarse, incluso, su inclinación sexual. ¿Es posible que algunos sigan siendo tan ciegos que crean que este pseudo-oasis va a durar eternamente? Que nadie dude que las cosas pueden ponerse mucho peor…pero no sólo para los padres.
¿Y qué pasa con los que más podrían hacer para cambiar las cosas e impedir estos atropellos, es decir, qué pasa con los políticos? Pues, visto lo visto, mucho me temo que de los políticos no podemos esperar gran cosa. Competencias tienen para impedir estos desaguisados, pero no están dispuestos a asumir ni el más ligero desgaste político por una cuestión de libertades y de principios. Muy distinto es un asunto, por ejemplo, de control de Cajas de Ahorro; o la defensa de su parcela de poder y de liderazgo. Si hay algo de poder que rascar, se pueden asumir ciertos riesgos; si se trata de unos padres defendiendo a sus hijos, entonces lo más eficaz es una palmadita en el hombro (palmadita virtual la mayor parte de las veces, eso sí; pero como no tienen el menor reparo en decir, «he mirado a los ojos a los padres objetores» como hizo el presidente Herrera, sin haberse dignado siquiera a contestar una sola de sus cartas, pues…¡ancha es Castilla!, nunca mejor dicho), o unas grandilocuentes declaraciones a favor de la libertad y en contra del adoctrinamiento, preferiblemente en un medio de comunicación afín, que nos tratan mejor…pero, eso sí, después nos quedamos bien parapetados tras «nuestros servicios jurídicos» que les dicen que, lamentablemente, no pueden hacer nada, realmente no pueden, ¡qué más quisieran ellos! Pero claro: que si las leyes…que si las sentencias…que si nuestros asesores no lo ven así…
Entre los que defienden a muerte este proyecto ideológico y de transformación de la sociedad, y los que no están dispuestos a asumir riesgos para evitarlo, el panorama está sombrío.
Pero eso sí: frente a tanto «servidor público» que mide bien los riesgos que corre y, sobre todo, por qué está dispuesto a correrlos, están los testimonios valientes que le inundan a uno de esperanza y de alegría, esa alegría profunda que va por dentro. Son esos ocho padres de Alemania, o tantísimos padres objetores y sus hijos, aquí, en España; o los médicos que se niegan a practicar abortos, pase lo que pase; o los farmacéuticos que se niegan a dispensar la PDD; o los alumnos de medicina que se niegan a aprender a despedazar niños en el vientre de sus madres; o la Universidad de Navarra que se niega, también, a enseñar a sus alumnos a matar seres humanos, o tantas personas anónimas que se entregan a causas nobles… queda mucha gente con conciencia y con valor, capaz de asumir riesgos. Es momento de que sea la gente así la que se implique en la sociedad y marque la dirección que tienen que seguir nuestros políticos. No olvidemos nunca que los políticos están a nuestro servicio, y no al revés. Y si ellos lo olvidan, que lo hacen con frecuencia, hagamos todo lo que esté en nuestra mano para recordárselo.