En los evangelios sinópticos se pregunta a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante y Jesús responde que es el del amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Por tanto, si tuviéramos que reducir el mensaje cristiano a dos palabras, una sería Cristo y la otra amor.
Recuerdo que en cierta ocasión un educador, hablándome de un grupo de jóvenes, me comentó que eran ciertamente muy buenos chicos, pero que tenían un defecto garrafal, muy extendido en muchísima gente y que él trataba de corregirles: se guiaban mucho más por sus sentimientos que por su razón. Y es que el verdadero educador piensa que su tarea es enseñar a pensar y a utilizar la razón.
Por supuesto que muchos sentimientos pueden ser buenos, como lo son la compasión, la bondad, la misericordia, pero también hay muchos que son malos, como lo son el orgullo, la prepotencia, el creerme superior a los demás.
Y mucho de esto es lo que hemos visto estos días. Los políticos que se guiaban por sus sentimientos mucho más que por la racionalidad -aunque esto ya venía desde hace tiempo-, con los independentistas como catalanes de primera clase y los otros como catalanes de segunda, así como otras señales de aldeanismo: la inmersión lingüística, el prohibir rotular en español y unas cuantas cosas más. Estos días, cuando veía las manifestaciones separatistas con tantos jóvenes, no podía sino pensar que muchos de esos chicos al estar allí eran víctimas de una manipulación descarada contraria a sus propios intereses, pues estaban espantando las inversiones en Cataluña y la creación de empleo, con lo que los primeros perjudicados van a ser ellos. Si quieren encontrar trabajo, van a tener que emigrar y buscarlo fuera de Cataluña, porque los que pagan los platos rotos de las mentiras a sabiendas de quienes les han dicho que la independencia era Jauja y no la ruina, son precisamente ellos, que son el eslabón más débil. Un adulto, y mucho más un político, debe pensar más las consecuencias de sus actos, pues ya se han ido más de mil seiscientas empresas. El precedente de Quebec es gravísimo. Allí al final no pasó nada, pero de las cuatrocientas empresas más importantes que se fueron no ha vuelto ni una y el centro financiero de Canadá ha pasado de Montreal a Toronto.
Ciertamente ya Pascal dijo: “El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”. Pero dejarnos llevar por los sentimientos es muy peligroso, como desgraciadamente ha sucedido a tanta gente, por lo que hemos de vigilarnos a nosotros mismos para no caer en ese error, y que sea nuestra cabeza o inteligencia (eso sí, al servicio del bien y de la verdad) la que haga que en nuestro actuar predomine la razón sobre el corazón, porque el propio Jesús nos advierte: “Sed sencillos como palomas y astutos como serpientes”. Es decir, buenos pero inteligentes. Estemos al servicio del sentido común, de la razón y de la inteligencia, como lo estuvo Jesús, que tantas veces los defendió en sus discusiones con los escribas y fariseos.
Pero ¿dónde está el sentido común? ¿Cómo podemos encontrarlo y tener ideas claras? En este punto los creyentes jugamos con ventaja. Por supuesto que nos van a llamar fanáticos, intolerantes e integristas, porque tenemos convicciones, pero eso no debe importarnos porque lo que es verdaderamente triste es no saber distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal, como les sucede a los relativistas, para quienes todo da lo mismo, pero acaban acusando de intolerantes a quienes no piensan como ellos. Tras las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, se logró un consenso sobre el respeto a la dignidad humana y sobre cuáles eran los derechos fundamentes, innatos e inherentes a todo hombre, derechos expresados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU de 1948, consenso que desgraciadamente no se alcanzó en cuál era su fundamento último, que para nosotros no es otro sino la Ley Divina.
En el plano religioso, Jesucristo nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) y su enseñanza contenida en la Sagrada Escritura y en el Magisterio de la Iglesia nos indica por dónde debemos ir, y ese camino no es otro sino el del amor guiado por la razón y al servicio del bien.