Para un periodista es difícil sustraerse a la actualidad actualísima, dominada, estos días, por el problema catalán. Pido perdón de entrada a los lectores, si yo también me dejo arrastrar por esa corriente torrencial que no ha surgido de pronto por la aplicación del famosísimo articulo 155 de la Constitución española. Tan famoso, que hasta en la prensa de Australia se habla de él, aunque no en todas partes aclaren su origen, sus términos y su finalidad.
 
El clima de ruptura catalán respecto a España, incluso entre los propios catalanes, viene de lejos, de bastante lejos, como poco desde los tiempos del virreinato del molt honorable Jordi Pujol, el principal sembrador de la cizaña fratricida, a pesar de sus maneras santurronas. Si para muestra del clima agobiante que se respira en aquel territorio basta un botón, les cuento una anécdota familiar.
 
Hace algunos años, exactamente en el otoño del 2013, descubrí una nueva sobrina, hija de una prima hermana por la rama paterna, que vivían ambas en Barcelona. En aquella región residen la casi totalidad de mis parientes del tronco materno, y la mitad o así del paterno. No había tenido hasta entonces apenas alguna relación esporádica con la madre, y ninguna con la hija, cuya existencia ignoraba. Al tener conocimiento de su paradero me puse en contacto con ellas, y compartí con ambas, vía telefónica, la alegría del encuentro.
 
Por aquellas fechas publiqué mi libro Defensa cristiana del liberalismo que, como es mi costumbre, hice enviar a toda la parentela, dando fe así de que sigo vivo, si bien en la diáspora madrileña, el único de la extensa tribu familiar que anda por estos pagos, para ellos en tierra extraña o poco menos.
 
Le dije, a mi recién descubierta sobrina, que le iba a mandar un ejemplar de dicho libro, y me contestó que si trataba de política, que no me molestara, porque estaba hasta más arriba del moño del rifirrafe político que se traían en Cataluña a causa de la cuestión separatista. La chica, que tiene estudios universitarios, estaba saturada del encono y ruptura social que venía provocando la presión soberanista. Y eso que todavía no se había alcanzado el nivel de ahora.
 
Las gentes del principado lo están pasando mal, y su angustia contagia al resto de los españoles, cuya inmensa mayoría, si mi percepión personal no me engaña, han recibido con alivio la implantación del 155. Vamos a ver cómo termina la feria.
 
Cabe decir por último que en el nacimiento y desarrollo de este proceso conflictivo algunos o muchos círculos eclesiales, obispos incluidos, han tenido una participación demasiado directa. Si se decían a sí mismos que su obligación era estar junto al pueblo, o acaso creían que de ese modo taponaban la hemorragia secularista de la sociedad catalana, el resultado no ha podido ser más nefasto y opuesto. Hoy el procés está enteramente en manos de fuerzas masonizadas o enemigas de la Iglesia. Actualmente, en el “frente popular” secesionista, de los viejos sedimentos religiosos no quedan ni las raspas. Tampoco en la inmensa mayoría de la sociedad catalana, siquiera en la más urbanita. Eso es lo que traen consigo los apóstoles del nuevo mesianismo identitario o cupero. Que vayan tomando nota de ello las demás diócesis de la costa mediterránea e islas adyacentes. Que una cosa es mantener viva la cultura propia y otra bien distinta fomentar el odio a la cultura paralela que cohesiona a todos los españoles y extiende sus brazos fraternos hasta más más allá de los mares océanos.