Puede ser un síntoma de la decadencia del catolicismo el escaso relieve concedido por la propia Iglesia al 25 de marzo, festividad de la Anunciación o de la Encarnación, tan celebrada otrora que, durante siglos, señaló en algunos países el paso de un año a otro. Bien considerado, debiera ser la fiesta central y primera del cristianismo, pues recuerda el principio de una verdadera nueva humanidad, centrada no ya en la figura de Adán sino en Cristo. Entristece el declive de la Encarnación porque es signo indudable de la crisis de fe de este tiempo, pero me consuela pensar que quizá así, en el silencio, proceda celebrar lo sucedido en medio de la indiferencia de todos, en el silencio y recogimiento santos de la casa de María en Nazaret.

Y es coherente con ello, y no menor signo de los tiempos, que la celebración del Día de la Vida, con la consiguiente manifestación el domingo previo de quienes siguen dando apoyo a la única batalla del todo irreprochable, haya transcurrido con el casi total silencio y ninguneo de los medios, para los que no es noticia, una vez que Casado ha decidido aparcar de nuevo el tema del aborto, que haya gentes que consideren que no podemos resignarnos a los más de 90.000 asesinatos selectivos cometidos en España con el aplauso de tantos y para gran negocio de algunos.

Más aún, el semiolvido de los católicos del gran día de la Encarnación tiene también que ver con esa lógica de las cosas de la fe no evidente a todos, con el silencio sistemático sobre la cruel persecución que hoy sufren en medio mundo más de 400 millones de cristianos, sin que apenas se alcen voces en su defensa. El pasado viernes se presentó en Sevilla el informe anual de la heroica ONG Ayuda a la Iglesia Necesitada, encomendado a un grupo de expertos en derechos humanos, que recoge puntualmente la cuestión. La libertad religiosa se deteriora en casi todo el mundo, seis de cada diez personas la desconocen y son empujados a la marginación, el exilio o la muerte si tratan de ejercerla. Pero este inmenso drama nada importa ni parece prioritario para casi nadie. En la posterior rueda de prensa un espabilado se las arregló para hacer hablar a monseñor Asenjo del embrollo de Martes Santo. Ya tenía el titular que buscaba allí.

25 de marzo: el cielo y la tierra se unen, en el silencio de Nazaret el sí de una doncella ha cambiado para siempre la historia universal.

Publicado en Diario de Sevilla.