En el periódico logroñés El Día, en su edición del 5 de junio, leo los siguientes titulares: “La sanidad riojana ofrecerá tratamiento hormonal a niños trans. El fin es bloquear la pubertad antes de decidir su identidad. 25 personas piden cambio oficial de sexo en 5 meses”. En el interior hay dos páginas dedicadas al tema, en las que se nos comunica que hay 80 personas en tratamiento de cambio de sexo. Por si acaso, recuerdo que antes de que entrase esta moda se calculaba que había más o menos un caso por cada cien mil personas. Tocaríamos en La Rioja a unos tres.
Creo que nadie se sorprenderá si digo que cuando leí esta noticia me llevé las manos a la cabeza. Recuerdo una conversación que tuve con un alemán en la que le dije que me gustaba ir a Alemania porque veía lo que iba a pasar en España dentro de muy pocos años. Me respondió que a él le pasaba lo mismo con respecto a Suecia. Pues bien, los países escandinavos han sido los pioneros en estas cuestiones de cambio de sexo. Por supuesto, los tratamientos hormonales o los procedimientos quirúrgicos no son inofensivos. De entrada, son causa de infertilidad. Y como esos países han tenido tiempo de ver lo que pasa, hoy en Finlandia, Suecia y Noruega el intentar cambiar de sexo a los menores está prohibido.
Pero no es sólo allí, pues el cambio de sexo forma parte de un tratamiento psiquiátrico cada vez más desaconsejado, como lo muestra el ejemplo de la clínica Johns Hopkins de Baltimore, que hace tiempo dejó de hacerla, y siendo en Reino Unido y Estados Unidos cada vez más fuertes las voces de los que lo consideran un disparate. Los problemas de la personalidad y las tendencias depresivas subyacentes no desaparecen después del tratamiento, pues no se cambia el hecho de que cada célula del cuerpo humano sea claramente masculina (XY) o femenina (XX) y pueden seguir causando problemas, por lo que el tratamiento se considera una terapia paliativa que no lo resuelve todo y, por el contrario, en la mayoría de los casos es totalmente contraproducente. Por ello no puedo sino aconsejar a los padres que hagan lo posible y lo imposible por evitarlo, tanto más cuanto el problema se resuelve en la inmensa mayoría de los casos por sí solo una vez pasada la pubertad.
Otro problema con el que se enfrentan los padres es lo que se enseña a sus hijos en los centros escolares. Aunque la Constitución diga en su artículo 27.3 que "los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Y, desde luego, la ideología de género es no sólo antinatural y anticientífica, sino profundamente anticristiana. Sin embargo en todas las comunidades autónomas esta ideología está aprobada como ley, aunque en la Comunidad de Madrid el Colegio Juan Pablo II de Alcorcón le ganó un pleito a la Comunidad al afirmar que no pensaban en modo alguno enseñar la citada ideología.
Pero tal como está la situación es muy fácil que muchos padres se encuentren que en los centros de estudio se enseñen cosas que ellos no desean. ¿Qué pueden hacer?
En este momento, recordar que estamos en tiempo de elecciones y por tanto, si somos cristianos, no podemos votar como ateos. Luego, recordar lo que dice la Constitución y unirse a otros padres que piensen parecido y unir fuerzas, para que a nuestros hijos no se les enseñe lo que va contra nuestras convicciones, así como escuchar a nuestros hijos sobre lo que reciben en clase o en actividades extraescolares por si hay que hacer una contraenseñanza. Desde luego, lo que no podemos hacer es quedarnos cruzados de brazos sin hacer nada para evitar la corrupción de los chavales.