En estas líneas de mi carta semanal, muchos temas han ido apareciendo. Es un modo de acercarme a los católicos asturianos y a cuantos tengan a bien leerme. Una carta amistosa y fraterna, considerando asuntos diversos al hilo de nuestra tradición cristiana, temas eclesiales y diocesanos, culturales y sociales. En estos días era obligado decir algo ante lo que sucede en Cataluña, esa querida región de España. No lo hago en clave política, que no me corresponde, pero sí desde una preocupación ciudadana y mi responsabilidad pastoral ante algo que nos toca muy de cerca, cuando los hechos y sus antecedentes están basados en una calculada inmoralidad y una inaceptable ilegalidad.
Quisimos darnos los españoles una oportunidad hace cuatro décadas construyendo un proyecto común, haciendo de nuestras diferencias lingüísticas, históricas y culturales, no un arma arrojadiza injusta y violenta, sino un modo de complementarnos mutuamente. Para que los cinco siglos de concordia (con altibajos, contradicciones y fallos) no fuera un trágala que sofocase lo propio de cada región, y la idiosincrasia regional no fuera un pretexto para sacar provecho en maleficio de los demás.
Fue un marco legal de convivencia que supuso acercamiento, limar diferencias, escribir una memoria histórica respetable no tanto mirando hacia atrás, cuyas heridas queríamos suturar, sino hacia delante, construyendo juntos un futuro mejor en la concordia desde nuestra rica pluralidad. Romper este marco unilateralmente, cizañarlo con la insidia que enfrenta y divide, falsear con la mentira sus trucadas alternativas, engañar con vileza a un pueblo para hacerle cómplice de una inconfesada deriva… todo eso no sólo atenta contra el Estado de Derecho y mina la convivencia, como nos ha recordado su Majestad el Rey Felipe en su mensaje valiente y oportuno, sino que es profundamente inmoral. Además de ser una cuestión delictiva, política y penalmente hablando, es también un pecado inmoral reprobable.
En estos días se ha escenificado una situación muy compleja por lo torticero de su maña, de su reivindicación y de su impredecible deriva. Ladrones de guante blanco y corrupción evadida que acusan a España de robarles; amotinadores en un Estado de derecho que exigen se les respete las leyes que ellos mismos se cocinan; fautores de una independencia impuesta desde el fragmento de su minoría a toda una mayoría que impunemente desprecian; maestros de la manipulación mediática y la mentira auto-victimándose con propaganda nociva para completar el engaño; artífices de una ruptura de cinco siglos de convivencia mutua y de cuarenta años recientes de democracia, quizás para luego amnistiar legalmente sus vergüenzas y dinamitar España y Europa con sus praxis antisistema.
Al diálogo nos invita el Papa Francisco, como también hicimos los obispos españoles recientemente. Pero no un diálogo buenista y vacuo, sino el que abre honestamente mi palabra al matiz de otras palabras hermanas, con justicia y buscando el bien común de todos. Un diálogo que respeta las personas y las leyes que nos hemos dado para que no haya trampa en una convivencia fraterna que no tiene como precio el chantaje.
Hemos de rezar al Señor para que nos haga instrumentos de su paz en donde cada uno vive, y que nos permita la mesura allí donde nos hayamos excedido, la verdad que ponga fin a nuestro engaño, la justicia cuando hemos abusado, la esperanza cuando el miedo pretende desalentarnos. Es la oración que nos urge a reconstruir un puente roto y transitarlo humildemente como hermanos. Esta esperanza se cumplirá.