Estoy confinado por covid –como mucha gente en el mundo–; es ya de noche y escribo estas líneas a la tenue de la luz de una lámpara.
Pienso que tal vez esta situación –y lo que de ella se deriva– haga percibir el nuevo año 2022 que hemos comenzado con un cierto tono de inquietud. Pero, al mismo tiempo, quizá es la misma penumbra la que me hace evocar los versos de la Noche Oscura del alma del gran santo, poeta y místico San Juan de la Cruz. Recitándolos, siento un empuje luminoso de esperanza que, curiosamente, me hace volver la mirada hacia una ventana de este monasterio de La Encarnación de Ávila.
Se trata de una ventana orientada hacia las murallas y bajo la cual muchos al pasar se paran a rezar. Es que, a través de su cristal, se vislumbra el resplandor de unas lucecillas que iluminan una imagen muy especial: la de la Virgen de la Clemencia.
Con los ojos puestos en esa ventana, hay que resaltar que en este año 2022 se cumplen 450 años de la manifestación de la Virgen a Santa Teresa de Jesús.
Ello aconteció también en una noche, la del 19 de enero de 1572. La Virgen de la Clemencia –imagen que Santa Teresa había puesto en la silla prioral del Coro alto– habló a la Santa al finalizar el oficio litúrgico de Completas. Así lo narra ella:
«La víspera de San Sebastián, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mi parecer, no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Parecíame [se ponían] encima de las sillas ángeles. Estuvo así toda la Salve, y díjome: “Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo, y se las presentaré”.
»Después de esto quedéme yo en la oración que traigo de estar el alma con la Santísima Trinidad, y parecíame que la persona del Padre me llegaba a Sí y decía palabras muy agradables. Entre ellas me dijo, mostrándome lo que quería: “Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen. ¿Qué me puedes tú dar a mí?”».
Virgen de la Clemencia.
Para completar este conmovedor relato, cabe recordar lo que nos cuenta la primera cronista del monasterio, Doña María Pinel, sobre la llegada de la Santa al mismo tres meses antes:
«Llegó, en fin, el día en que la Santa había de venir a ser Priora, y fue el 6 de octubre de 1571. Protestaban las religiosas que las dejasen votar. El Padre Provincial decía: “¿Pues, en fin, no quieren a la Madre Teresa de Jesús?”. Pero en medio de la resistencia, doña Catalina de Castro levantó la voz y dijo: “La queremos y la amamos: Te Deum laudamus”. Palabras que hasta hoy se repiten en esta santa Comunidad con la fuerza del amor. Con esto la siguieron muchas; y todas le dieron la obediencia. Y como en todo la guiaba nuestro Señor y gobernaba sus acciones, se valió de un medio grande para allanar los interiores.
»Puso en la silla Prioral una imagen de nuestra Señora. La Santa le puso las llaves del convento en las manos y tocó a Capítulo. Los corazones de todas quedaron derretidos. Y porque Cristo nuestro Bien y su Santísima Madre se esmeraban en favorecer esta santa Comunidad, quiso la soberana Reina bajar a aceptar el oficio de Priora perpetua de su convento».
Por este acontecimiento que despierta nuestra devoción, ya no nos sorprenden quienes se detienen a recibir la luz que sale de aquella ventana, y quizá debamos nosotros también detenernos allí para dejarnos bañar por esa claridad que sentimos como el abrazo de Nuestra Madre de Clemencia.
Ya han pasado 450 años de esta hermosa historia, pero debemos hacer memoria de ella. Es verdad que las posteriores generaciones de carmelitas de este monasterio han mantenido el recuerdo memorable de esta visita de Nuestra Madre del cielo a Santa Teresa. Mas no han sido sólo ellas; también un gran número de fieles pueden relatar elocuentes testimonios y gracias recibidas a los pies de la Virgen de la Clemencia.
Tampoco pueden pasar inadvertidos en la agenda de este año 2022, los 400 años de la beatificación de San Pedro de Alcántara (cuyo jubileo ya estamos celebrando), realizada un 19 de octubre de 1622 por el Papa Gregorio XV. Ni los 400 años de la canonización de cinco grandes santos, cuatro españoles y un italiano: Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador y San Felipe Neri, celebrada un 12 de marzo de 1622 por el mismo pontífice.
Al apagar la luz de mi lámpara en medio de la noche, percibo en lo programado para el nuevo año que sí hay luces en la noche que nos hacen ver más allá de la oscuridad, que nos llenan de confianza en Dios y que nos hacen sentir que no estamos solos en el camino de la vida. Son luces en la noche que nos iluminan y que nos ayudan a iluminar a quienes caminan con nosotros.
El padre Arturo Díaz, LC es capellán del Monasterio de la Encarnación de Ávila.