Ser Satán tiene que ser un infierno. Leyendo la Suma Teológica, he visto claro que lo diabólico no es tan placentero como imaginan los guais que dicen que no quieren ir al Cielo porque allí estaremos los aburridos y los sosos (D. m.). El problema de Belcebú, además de gordo, es ontológico.
Los demonios odian a muerte el bien; y Santo Tomás de Aquino explica que el mal no es más que vacío de bien y (aquí viene lo peor) que ese vacío no tiene más remedio que operar sobre un sustento último de bien, porque la existencia es un bien. De modo que los demonios, en cuanto que existen, son una reliquia andante del mismo amor creador que no pueden soportar. El fondo del infierno es el mejor lugar para ellos -eso ya lo sabía- porque están lo más lejos posible de Quien detestan, pero ellos mismos se lo recuerdan a sí mismos, como el perro que trata de morderse la cola, pero sin gracia ninguna. Sería como un gobernante de España que odia España pero que sólo puede ser gobernante, del Estado o de su región, porque son España. Una paradoja que para en paroxismo.
Como si eso fuese poco, explica don Álvaro d'Ors (en Ensayos de teoría política) que el Evangelio habla, con precisión terminológica, de "potestad" de los demonios para dejar claro que su poder está sometido a la autoridad que ha ordenado el sol y las demás estrellas. O sea, que, como mucho, tienen mando en plaza en la Comunidad Autónoma del Mal, sin constitución propia ni derecho de autodeterminación ni soberanía ni nada de nada.
Todavía más. Recuerdo que Tomás Moro era partidario de concederle al demonio el beneficio de la ley. Acción que pondrá al príncipe de los demonios para que se lo lleven los ídem. Implica recibir una bondad de un ser humano y, además, el reconocimiento del orden y la ley. Moro sostiene que ni siquiera para hacer el bien conviene atajar la aplicación garantista del Derecho; pero en el infierno ese beneficio de la ley les sentará a cuerno quemado.
¿Qué actualidad tienen estas cosas eternas que justifiquen que yo les dedique un artículo del periódico ahora? Nos sirvan para entender la desazón del demonio, que no deja de matar moscas con el rabo. Como vio André Frossard en 36 pruebas de la existencia del diablo hay noticias que sólo se pueden explicar por eso, y abundan. La teología, la política y el Derecho nos lo muestran escindido, quemado por un bien, una autoridad y una ley que le revientan.
Publicado en Diario de Cádiz.
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