La semana pasada el Congreso aprobó por unanimidad o poco menos, un llamado Pacto de Estado contra la violencia de género. Mucho me temo que este solemne acuerdo va a tener la misma eficacia disuasoria que otras medidas que se adoptaron anteriormente, como las órdenes de alejamiento de los presuntos victimarios o los plantones ante los organismos públicos de gobernantes y políticos con los correspondiente minutos masónicos de silencio, para condenar esta clase de violencia.
 
Ahora bien, si se parte de una mala apreciación del hecho punible, difícilmente se puede esperar que se acierte en la manera de combatirlo. Del mismo modo que un mal diagnóstico de las enfermedades personales no ayuda a curarlas, ocurre lo mismo en los trastornos sociales. No es la violencia de género la que origina tantos asesinatos de mujeres, sino el trauma de la ruptura o desavenencias de la pareja, bien de derecho, de hecho o acaso de desecho, porque hay que ver los tipos con los que a veces se juntan algunas mujeres.
 
Llamar violencia de género a tantos terribles episodios como estamos conociendo es suponer que individuos del género masculino se dedican a atacar y asesinar a “miembras” del género femenino, simplemente por ser del bando opuesto. Es decir, existiría una guerra o lucha de géneros dentro de la especie humana. Hombres contra mujeres, o lo que es lo mismo, el sexo dominante contra el sexo sumiso, dominado o débil. Visto así, el combate contra la violencia de género sería una variante de la lucha de clases, muy del gusto de los marxistas reciclados en el generocismo, incluida la ideología de género.
 
Todavía peor es llamar a esta especie de plaga 'violencia machista', porque en este caso se reduciría el problema a una violencia zoológica, de bípedos desalmados, exactamente, que no tienen alma ni conciencia. Pero en el binomio humano, los dos términos o grupos genéricos que lo componen no son contrapuestos, ni mucho menos enfrentados, sino complementarios, interdependientes; por lo tanto, tratar de oponerlos es una aberración conceptual, como todo lo que hace referencia a la ideología de género.
 
Las feministas combativas, si en lugar de gritar y recurrir a la lucha de clases, olvidaran la política, serían más eficaces y creíbles apoyando a la ciencia y a los estudios sociológicos y morales que pusieran al descubierto las raíces del problema y sus posible soluciones reales. Por ejemplo, cuál es el estado de la cuestión en otros lugares, en particular en los países que nos circundan, para ver si es un fenómeno más universal o muy limitado a España. Ya aquí, cuáles son los grupos sociales más proclives a semejante violencia. ¿En qué proporción son nativos o foráneos? ¿Foráneos procedentes de dónde? ¿Situación económica y profesional de victimarios y víctimas, estatus social, nivel cultural, etc.?
 
Dado que la inmensa mayoría de los casos se producen en el marco doméstico, conocer con precisión el estado de convivencia en el que se hallaba la pareja, porque la causas inmediatas son casi siempre de orden convivencial. La separación o el divorcio no siempre solucionan las desavenencias; al contrario, con frecuencia las envenenan más.
 
Las feministas de oficio reclaman siempre más medios y recursos para combatir la epidemia, pero ¿qué clase de medios?; así como más recursos, o sea, más dinero, pero ¿para qué o para quién? No vaya a ocurrir que en lugar de dedicarlo a la búsqueda de soluciones eficaces, se dedique a sobrealimentar a los que ya maman de las ubres de “lo” público”, una plaga del Estado “social”.