La vida espiritual tiene bastante paralelismo con la vida física. Si uno va al médico y este le dice que va a venirle una diabetes de caballo o un cáncer galopante de pulmón en caso de que haga tal cosa y tal otra o de que no haga otras cosas convenientes para la salud (por ejemplo, ejercicio, dejar de fumar…); si, a pesar de esas indicaciones "del que sabe", uno no hace caso y obra en sentido totalmente contrario a las recomendaciones, lo normal es que le venga la enfermedad prevista por el médico y la falta de salud. Luego llegarán los lamentos, pero el culpable no es el médico que advierte, sino uno mismo, que ha sido necio y negligente.

En el plano espiritual, hacemos lo mismo: queremos enmendar la plana a Dios, que es "el médico que sabe" y nos da unas "indicaciones" (los mandamientos) que, si desobedecemos, producen el agostamiento o la enfermedad del alma (algunas, de forma crónica, para siempre, como pasa en la salud física: y por eso hablamos de infierno), mientras que, si las seguimos, nos dan la salud y el vigor espiritual (y por eso hablamos del cielo, la salud espiritual plena y perfecta). Lamentablemente, a esto solemos dar poca importancia, no nos suele preocupar mucho, pero luego acusamos al médico divino de ser el culpable de nuestro propio destino eterno, el que nos hemos labrado nosotros mismos con nuestras acciones que producen salud o, al contrario, enfermedad espiritual, en muchos casos crónica (para siempre, eterna), como decimos.

También sabemos que si nos ponemos finos de comer y beber, es muy probable que el cuerpo lo note y engordemos, a veces mucho (dejo a un lado los casos en que se engorda por algún problema físico que lo produce). Lo mismo ocurre con el alma: si nos ponemos tibios de placeres y acciones inconvenientes, estamos "engordando" el alma, preparando "el cebo para la matanza".

Es uno mismo, y no propiamente Dios, quien labra su propio destino, tanto aquí (en la salud física) como allá (en la salud espiritual). Por eso, no nos vendrá mal seguir las indicaciones del médico divino para estar espiritualmente en forma, a tope, y para evitar todo aquello que Él nos advierte (como bien advierten los médicos humanos) que produce enfermedad espiritual. Tampoco estará de más cuidar nuestra alma como cuidamos del cuerpo y tomar las medicinas espirituales que nos proporcionan "vitaminas", salud, vigor y remedio contra la enfermedad: confesión sacramental frecuente, oración habitual (si es ante Jesús-Eucaristía, mejor), obras buenas, de apostolado y de caridad, etc. Además, con el año jubilar 2025, es muy fácil conseguir el vigor completo del alma: es como si te dicen que, con una buena ducha, quedas completamente sano y limpio.

Ojalá 2025 sea un año en el que interioricemos estas reflexiones y queramos cuidar mucho de nuestra alma, tanto, al menos, como cuidamos nuestro cuerpo y lo ponemos en forma, al esforzarnos en tener la necesaria salud física.

Que pongamos en práctica estos consejos en el nuevo año que comienza.

¡Feliz Año 2025 recién estrenado! ¡Feliz Año Jubilar 2025!