A los 14 años yo era un niño jilguero, todo trino, todo vida y color, que tuvo la mala idea de leer a Hermann Hesse, un autor al que no es recomendable hojear si se tiene en la mesita de noche una pistola o si se es adolescente. De su lectura colegí que la tristeza es literaria, es decir, atractiva. Por fortuna, la mente, como el río, aunque a veces se sale de madre, retorna por lo común a su cauce, que en mí caso es la felicidad, si bien una vez visité al psiquiatra para que me hiciera una biopsia en el desasosiego, por un tumor anímico que resultó benigno.
De la visita a la consulta, más que los consejos y las pastillas del psiquiatra, recuerdo la imagen de un crucifijo alumbrado por un flexo en el que se reflejaba a su vez la luz de Cristo en una simbiosis mística. Capté de tal modo el mensaje que no he vuelto a recurrir a un especialista. Ahora me curo la desazón en el confesionario. Habrá quien crea que el sacerdote es el psiquiatra del alma. Se equivoca. En ese caso, Dios sería Freud y el somnífero, por lo que calma, haría la función del Espíritu Santo. Pero el Espíritu Santo no calma, tranquiliza. La calma requiere el susto previo, el oleaje, en tanto que el hombre tranquilo permanece impasible en medio del maremoto.
El dolor de los pecados no es una patología sicosomática. De serlo, bastaría un libro de autoayuda en lugar de la Biblia para acabar con él. La solución es más compleja. El propio Jesús sugiere que curar a un paralítico es pan comido comparado con sanar a un pecador. En el Nuevo Testamento Jesús parecer ejercer de médico a media jornada, pero lo que hace es incluir la teología en el vademécum. Así, antes de curar a un afectado de parálisis, previamente le perdona. O sea, ahonda en el diagnóstico, lo que en el ámbito de la medicina le convierte, en cierto modo, en precursor de la segunda opinión.
La prevalencia actual del psiquiatra sobre el sacerdote aclara que a buena parte de la sociedad occidental le falta capacidad intelectual para entender que ambos son complementarios. Como lo son la voluntad y la fe. El psiquiatra te anima a quererte. El sacerdote a dejarte querer. La voluntad te incita a caminar. La fe te lleva lejos. Un hombre con voluntad asciende los 14 ocho miles, pero es la fe la que mueve montañas. Con voluntad un anciano es capaz de aprobar la carrera de botánica, pero sólo con fe será capaz de llamar a la petunia hermana flor.
Publicado en el blog del autor en ReL: Soy católico, ¿pasa algo?