La perspectiva de género LGTBI es una ideología concretada en un proyecto político dirigido a modificar la cultura y transformar las mentalidades y las instituciones de la sociedad occidental. En este sentido, se da una “guerra cultural” que persigue aquella transformación cultural y la colonización de las mentes. Si este proceso se completa, las consecuencias serán extraordinarias e incidirán en todos los campos, empezando por la propia naturaleza humana, que se convertirá contra su propia razón de ser en un libro en blanco, y terminando por la esencia de la educación, que en toda civilización humana se ha fundamentado -no únicamente, claro, pero sí como condición necesaria- en el encauzamiento de los deseos sexuales. De la familia a la economía, todo se verá afectado en mayor o menor medida.
En el caso de la Iglesia, o deberá cambiar para adaptarse, o quedará como un factor contracultural. La adaptación -la rendición- no implica necesariamente asumir los postulados del Gender, basta con que calle, con que ignore la gran mutación antropológica y que fije su foco en otros temas. Será aplaudida por ello. A largo plazo, significaría la implantación de la lógica que ya existe y que tanto ha destruido a las confesiones reformadas europeas, que es el discurso de no alejarse de la sociedad. Para la Iglesia, el coste de eludir un tema tan decisivo -mucho más de lo que en su momento significó el marxismo-, de no presentarse en el debate cultural, es la marginación primero, y confusión después.
El proceso de conquista del Gender LGTBI se ha desplegado hasta ahora en tres oleadas.
La primera fue la del feminismo de género, que integró el feminismo de segunda generación, el que situó en el primer plano de la emancipación de la mujer su libertad sexual, que comportaba, para equipararse con el hombre, la desaparición del riesgo de embarazo, y como eso era naturalmente imposible, surgió la solución cultural: la batalla del aborto, que primero fue un mal menor, pero mal, para derivar luego en lo que es ahora, un derecho fundamental que sirve para descalificar a los países que lo impiden o limitan y diferenciar a las personas entre amantes del progreso, los abortistas, y reaccionarios, los provida. El Gender, una construcción arbitraria carente de base científica que necesariamente debe deformar la realidad sistemáticamente y acallar las voces críticas para mantener su arbitrariedad, se ha convertido en muchos países de Occidente en una ideología hegemónica, sobre todo en España, donde constituye una ideología de Estado desde la que se desarrolla la legislación. Cada día, todos los días, en todos los medios, somos bombardeados por sus planteamientos, en medio de una gran confusión popular sobre su significado.
La segunda oleada fue la gay y lésbica, y sus grandes éxitos son evidentes: matrimonio y adopción, leyes especiales que otorgan derechos específicos que les dan ventaja sobre el resto de la población, ayudas económicas, grandes celebraciones erótico-festivas disfrazadas de ideología. También en este caso la estrategia de saturación en todos los medios de comunicación es la base de su asentamiento, así como la descalificación de toda crítica. Se ha pasado del necesario respeto a las personas de aquella condición por la lógica razón de su dignidad inalienable, a la sacralización de todas sus actuaciones y propuestas.
La tercera, en la que ahora estamos inmersos, es la oleada del transgénero, que es utilizada para remachar un punto central de la perspectiva de género, el de que no existe una sexualidad diferenciada entre hombres y mujeres, niños y niñas, sino un sexo cero que se va configurando de forma cambiante y a elección. Existió ya en el pasado, antes del Gender, una moda unisex, que consistía en que hombres y mujeres vestían de forma parecida; lo de ahora es otra cosa muy distinta, se trata de que ya no hay sexo masculino y sexo femenino, y por ello, deben vestir igual y utilizar los mismos lavabos públicos.
Publicado en Forum Libertas.