Fue la canción del primer estado de alarma, tan pegadiza como las de Georgie Dann y Raffaela Carrà en aquellos veranos de balón de Nivea, cangrejera y polo de naranja o limón. Fue el himno de la cuarentena, la homeopatía contra el miedo que nos hermanaba de balcón a balcón, de wasap a wasap, hasta que la aborrecimos, decepcionados al comprobar que la pandemia no la iba a resolver el optimismo del Dúo Dinámico. No, no basta la repetición de un mantra para que los deseos se hagan realidad.
Sin embargo, qué necesario es enarbolar un lema que resuma nuestras aspiraciones, para repetírnoslo cada vez que nos tiente claudicar ante las dificultades que traen los días. Tenemos experimentado que la desidia vinculada a la rutina anula el ímpetu con el que comenzamos las tareas, pues lo que era novedad es ahora aburrimiento. Si no actualizamos los ideales, renovándolos, corremos el riesgo –por cansancio o desencanto– de ceder a quienes nos piden que bajemos la cabeza y nos sumerjamos en la corriente por la que la sociedad se deja llevar sin un porqué.
Más allá de su letra y de su música (que en su versión original suena a organillo de titiritero), Resistiré es una hermosa divisa para nuestro blasón, un incentivo para sortear la adormidera de un presente sin rumbo, un grito para mantenernos alerta frente al lavado de conciencia que los poderosos ejecutan con tanta maestría.
Occidente ha deslegitimado su cuna, los cimientos de su civilización, los hitos que lo llevaron a salvar al hombre de la barbarie. Los parlamentos (los regionales, nacionales y europeo) deslegitiman con saña la verdad, dándola por muerta a la vez que entronizan un monigote burlesco. Para nuestros gobernantes no hay verdad, nada es cierto, mucho menos la integridad de la vida, a identidad del individuo, la naturaleza de la familia y la libertad. Han fundado con nuestro dinero un club de autócratas en un peligrosísimo laboratorio de pruebas, donde encierran al hombre para córtale las alas y sajarle los pies. Una vez inmóvil, amasan su materia gris al capricho de sus intereses.
"Resistiré, erguido frente a todo", dice el estribillo, y me gusta, y me lo apropio, y lo visto como si fuera una coraza que me defiende del leviatán que se pasea por las alfombras de las grandes instituciones, escupiendo su mortal relativismo mientras asegura velar por nuestra felicidad, imponiéndonos cómo debemos vivir, qué tenemos que pensar, cuáles han de ser nuestras creencias… antes de que en el borde del barranco nos suelte el empujón definitivo.
La rebeldía es la única opción para quien desea vivir sin cadenas, pero nos exige que seamos consecuentes. Por eso la eficacia de aquella sentencia que he visto en algún repostero: "Que tu sí, sí; que tu no, no", de inspiración bíblica, una llamada a la integridad, a la reafirmación en aquello que creemos beneficioso, y un repudio a lo que juzgamos dañino, pese a lo que diga la masa, pese a lo que pontifiquen los políticos, los empresarios y los reyes del espectáculo.
La defensa de la vida urge la suma de hombres y mujeres prestos a formar parte de la resistencia, para ponerse al lado de los más débiles, de los descartados por la opulencia del bienestar: los ancianos que continúan arrumbados en las residencias escenario de la tragedia; los niños con síndrome de Down, personas en peligro de extinción; los padres entregados a cuidar de un hijo de fino cristal, que nunca será útil en este gigantesco mercado; los médicos que objetan ante las leyes que imponen el aborto, la selección genética, la eutanasia…; los jóvenes que se comprometen en matrimonio en mitad de una bárbara marea de indiferencia, infidelidades, egoísmo y falta de madurez; aquellos que acuden a visitar a un enfermo, a un desahuciado, a una víctima de la soledad… Para todos ellos Resistiré es un buen emblema, algo más que la canción del verano o de la pandemia. Resistiré es la actitud para vencer al cáncer comunitario que nos asola.
Publicado en Woman Essentia.