La pregunta puede parecer secundaria, casi intrascendente. ¿Importan tanto las palabras, los términos, para justificar una crítica, positiva o negativa, a un sistema ideológico, un partido, una asociación? Siempre hay quien relativiza la palabra, esgrimiendo que lo importante son los hechos, los actos. Y tiene parte de razón, tanta que pronunciar una palabra u otra es también uno de esos hechos concretos. Y si las palabras no significasen nada, si fueran tan relativas, terminaríamos demasiado rápido cualquier intento de comunicación con los demás. Más aún, la comunicación sería un imposible. Pediríamos unos zapatos en la tienda y nos podrían dar, sin opción a reclamo y devolución, una camiseta o un pantalón.
Volvamos a la pregunta, y a lo que suscita cada uno de los términos. No se puede trazar una interpretación absoluta y cerrada, pues la libertad humana es demasiado individual y compleja, pero sí varias interpretaciones generales, en un sentido y otro. Pareja habla de un acuerdo y elección entre las dos partes, basado principalmente en una inclinación sentimental. Lo de sentimental no es interpretación; con frecuencia se oye en los medios de comunicación “pareja sentimental”. No se trata de la pareja de Guardia Civil, o de Policía, que le viene impuesta al trabajador. Hablamos de una pareja elegida por el individuo, pareja sentimental, pareja de baile o pareja de viaje, en un crucero o en este viaje de placer.
Matrimonio, y su correspondiente matrimonio, es un término con bastante más recorrido histórico y densidad de contenido. La palabra habla de relación afectiva que culmina en un pacto y contrato, expresado públicamente, y con referencias a un vínculo y un compromiso. Para no atragantarnos con estos “palabros”, vayamos por partes, despacito. Las ideas con imágenes y ejemplos se entienden mejor.
Todos hemos conocido a más de alguna pareja de jóvenes, los novios de toda la vida, que empiezan a salir, siguen saliendo, y deciden irse a vivir juntos. Ya tenemos nuestra “pareja sentimental”. Pasan los meses, los años de convivencia, y movidos por alguna motivación, quizás presión de uno de ellos, de la familia o del ambiente, deciden rubricar esa unión a través de la boda, sea civil o religiosa. Han pasado, al menos de cara al Estado, de pareja a “matrimonio”. Según los palabros iniciales, la pareja sentimental se ha convertido en pacto y contrato público, del que deriva un vínculo conyugal y un compromiso mutuo. Pasan los meses, en ocasiones ni siquiera el año, y uno o los dos solicitan el divorcio, la ruptura del contrato.
El interrogante surge espontáneo, tanto para defensores de la familia como para indiferentes ante este vínculo. ¿Qué ha cambiado en estos meses? ¿Qué ha pasado? ¿No había ya una estabilidad en la “pareja sentimental”? Quizás el problema siga siendo este adjetivo, lo “sentimental” de la pareja. La relación no llegó a afectiva o no maduró como tal.
El sentimiento, aunque suena a frialdad de soldado, es siempre subjetivo, personal. Yo me siento feliz, triste, satisfecho, desanimado, hambriento, sediento o cansado. Hay algo, a veces un tanto incomprensible, que cambia mi sentimiento. Y de esa incomprensibilidad brota una cierta arbitrariedad en el sentimiento. Hoy me siento contento, que todo me sonríe porque… he dormido bien o me he levantado de buen humor. Pero de repente se atasca la máquina de café, se me resbala la taza del desayuno, y ya mi sentimiento ha basculado de un extremo al otro.
El afecto, la relación afectiva, está más elaborada, y tiene otro centro. La percibo yo, igual que el sentimiento, pero está motivada porque algo, y sobre todo alguien, me afecta. De ahí viene el término, así se les ocurrió a los romanos. Cuando algo externo que “golpea” mi corazón, me afecta. Hay un componente externo a mí, objetivo, tangible, más allá del puro sentimiento que despierta en mí.
Al enamorado le afecta la enamorada, le “golpea”, pero a la vez está fuera de él, no la puede controlar, es otro sujeto libre al que ama, pero no puede dominar ni someter. Y sobre esa base común de libertades se puede construir una decisión conjunta, valorada en los diversos niveles de la vida (cuerpo, bienes materiales, compañía, proyecto común, visión del presente y del futuro). Todos estos niveles deben estar presentes en el pacto y contrato, igual que el verdadero pacto entre los ejércitos implica la colaboración incondicional. Sobre esta relación afectiva fuerte se puede construir un futuro, la pareja elegida se hace matrimonio y familia.