El tema de la pornografía es amplio y complejo, inabarcable desde este breve artículo que pretendo no exceda de cuarenta líneas. La hipersexualización de la sociedad y el bombardeo de imágenes es constante y el porno, con internet, ha dejado de ser clandestino y es mucho más perverso que las “inocentes” revistas Playboy de los ochenta.
Comienzo hablando de las consecuencias de la pornografía sobre la mujer del consumidor. Sí, evidentemente también hay mujeres que consumen porno y otras que sufren adicción a las compras o al cotilleo, pero en este artículo me limito a lo dicho con plena conciencia de no ser una experta en sexología y de poder equivocarme en algunos aspectos, abierta a escuchar, a ser matizada y a aprender. No pretendo culpabilizar a los hombres ni hacer feminismo barato sobre un tema que, por otro lado, sigue dividiendo a las feministas, a pesar de haber dado lugar a una enorme industria basada en la explotación sexual de la mujer. Lo que sí pretendo es contribuir a romper el silencio, aún a riesgo de equivocarme en algún planteamiento.
Creo que es sano hablar de un tema que todavía resulta un tabú, sobre todo entre las mujeres. Personalmente, hago memoria y me faltan dedos en las manos para contar a las amigas profundamente heridas por esta epidemia silenciosa que sufren sus maridos. Sentimiento de haber sido traicionadas, pérdida de confianza en el marido, pérdida de autoestima sobre su propio atractivo físico, ira y tristeza.
Tras el doloroso descubrimiento, bien porque han pillado al marido in fraganti (sí, muy torpe hay que ser pero no sabéis cuántas veces acaba pasando), bien porque lo han averiguado al percatarse del aislamiento y pérdida de interés de su pareja por las relaciones sexuales “normales”, o bien porque él ha confesado su problema (lo cual le honra y mucho, aunque escucharlo duela terriblemente), las mujeres suelen culparse (¡tan femenino!) sintiéndose poco atractivas o sexualmente aburridas.
En algunos casos, las mujeres se culpan porque “los propios maridos las culpan (con la intención de autojustificar su búsqueda de pornografía) de estar muy cerradas a experiencias sexuales nuevas y de centrarse demasiado en sus hijos y no atender a las necesidades de sus maridos” (Jill Manning-Miguel Ángel Fuentes, 2015).
Jill Manning señala otro efecto sobre la esposa relacionado con la pornografía: “Cada vez son más los investigadores y médicos que empiezan a reconocer la existencia de una conexión entre el consumo pornográfico y el abuso durante el matrimonio. Resulta común que las esposas de los consumidores de pornografía informen sobre la exigencia de recrear escenas pornográficas y consumir pornografía con su cónyuge, o la presión o coacción para llevar a cabo actos sexuales que les resultan incómodos o humillantes”.
El porno no tiene otro objetivo que el placer personal a costa de la degradación ajena, además de alimentar las distintas desviaciones sexuales. Lleva a pensar que las formas más extrañas y rebuscadas de sexo son las que dan la mayor satisfacción. Genera expectativas irreales. Lleva a deshumanizar a la pareja y a verla como un juguete sexual para la propia satisfacción, separando por completo sexo y amor, sexo y ternura, sexo y afectividad.
He utilizado la palabra “adicción” pero las investigaciones más recientes dicen que no es tanto una “adicción” como un comportamiento que se puede encuadrar en el espectro del trastorno “obsesivo-compulsivo”. Tampoco se puede equiparar consumo y adicción, aunque el porno sea altamente adictivo.
Estas líneas son mi pequeña contribución para tratar de romper el silencio sobre una epidemia silenciosa que, si bien no es siempre la causa de las crisis matrimoniales sino también el síntoma de otros problemas, es un factor decisivo para la infelicidad y el fracaso matrimonial.
Va por cada una de mis amigas heridas, va por cada una de las mujeres que se han visto en esa dolorosa situación, animándoles a perdonar y también diciéndoles que son preciosas como son y que no tienen ninguna necesidad de parecerse a esas contorsionistas sexuales con carne de plástico, víctimas de su propia degradación y quizás desesperación, esclavas de la sexualidad masculina más sórdida. Va también por ellas. Por las niñas que fueron y que seguro no soñaban con ser actrices porno.
Quiero terminar celebrando la fuerza y belleza del sexo, sin enfrentar continuamente virtud y vicio en una lucha ética sin descanso. Ése es el matrimonio. Un lugar seguro en el que fluir y disfrutar de la potencia y alegría de la sexualidad, de la intimidad compartida y de la entrega.
El sexo es un pozo sin fondo del que no siempre sacamos noches de miel. El hombre y la mujer, dos mundos.
Creo que la clave es educar para el amor, a cualquier edad. No es tarde para aprender. Educar y gestionar afectos y sentimientos, propios y ajenos. No dar el amor por supuesto, igual que no se puede dar por supuesta la fe.
Subrayar la belleza del amor humano, del sexo y del sano erotismo.
Personalmente creo que no hay mejor forma para mantener un sano nivel de deseo que la “erótica del buen trato”. Transcribo un texto de Salvador Casado sobre el tema:
“La erótica del buen trato se aplica fundamentalmente al ámbito de la pareja, al ser un potente carburante para mantener un sano nivel de deseo. La mejor manera de que nuestra pareja esté radiante es hacer lo posible por que esté alegre, feliz, a gusto. Esto va mucho más allá de términos como igualdad, equidad, responsabilidad... El buen trato no tiene límite y lo incluye prácticamente todo, desde barrer el suelo para que nuestra amada no lo tenga que hacer o arreglar un grifo para que el amado se lo encuentre funcionando. Desde consentir un pequeño capricho hasta acceder a derroteros vitales complicados que sabemos iluminarán su faz pese a que quizá a nosotros nos produzcan algún grado de sacrificio o de quebranto. Conseguir que las personas que nos rodean tengan los ojos brillantes, consigan avanzar hacia aquello que los inspira, es la mejor forma de que ese resplandor ilumine nuestros pasos y, consecuentemente, la propia mirada... Si miramos atentamente a las personas más atractivas que conozcamos veremos que independientemente de su aspecto o características, suelen estar dotadas con el delicado don de la educación y las buenas maneras, con la facilidad para tratar bien a los que las rodean” (El erotismo del buen trato, Salvador Casado).