Trump ha abandonado la causa pro-vida. Y Vance, su candidato a vicepresidente, también. Las últimas declaraciones de ambos no dejan lugar a interpretaciones voluntaristas.
No se han hecho esperar las críticas ácidas de los contrarios al aborto que no le aplaudieron nunca ni reconocen ahora que Trump ha sido el político occidental que más ha hecho por la vida. Desde lo simbólico, como asistir a la Marcha por la Vida, hasta lo tangible: los nombramientos para el Tribunal Supremo que permitieron revertir la sentencia Roe vs. Wade, piedra angular del abortismo mundial. Sería un insulto a los millones de víctimas usar este bandazo de Trump para justificar implícitamente el voto a quienes jamás han dado ningún bandazo, porque nunca defendieron la causa de la vida más allá de unas vagas –en los dos sentidos– declaraciones oportunistas.
Hecha mi reverencia, confieso mi decepción. Lo que me planta en el punto que el lúcido Carmelo López-Arias ha sabido detectar: “Está claro qué opción ha elegido Trump y que dicha opción es moralmente inasumible, pero ¿es políticamente suya toda la responsabilidad?”
Si repasamos las encuestas de opinión, vemos que no. El abortismo gana por un 64% a 33% a la causa provida. Trump es político y tiene, como objetivo prioritario, ganar elecciones. Se pliega al curioso abuso de la estadística, que decía Borges. La batalla cultural por la vida no la estamos dando bien. Y ojo al porcentaje mayoritario de católicos estadounidenses que apoyan el aborto (60%). ¿Por qué algo tan del catecismo no ha sido explicado a los fieles? ¿Qué ejemplo de firmeza en la doctrina, más allá de exigírsela a un no católico como a Trump, se da?
Entiendo a Trump, no lo apoyo. Una clave es que él sabe –como Le Pen en Francia– que el electorado proabortista no sólo es mayoritario, sino que, además, no le votará si lo enfrenta, mientras que el provida, por la doctrina del mal menor, que frente a Kamala es evidente, pasará por el aro. Yo no. No podemos evitar que hoy por hoy rendirse al aborto sea una jugada ganadora, pero, al menos, que no sea una estrategia win-win. Nuestra minoritaria pérdida debe sentirse. Como dijo Peter Altenberg: “Es triste ser una excepción. Pero más triste es no serlo”. Si queremos que los políticos y la sociedad se tomen en serio el derecho a la vida, la seriedad la tenemos que poner nosotros –en los análisis, en las críticas y en los votos– para empezar.
Publicado en Diario de Cádiz.