No se puede concebir la Iglesia como una gran administración (aunque al mismo tiempo necesita una administración mejor que la que ahora posee) ni como una gestora formal de liturgia y sacramentos. La Iglesia cobra sentido en la medida que vive en la fe, la viven todos sus miembros y se esfuerzan en seguir con la mayor fidelidad posible a Jesucristo. Y esto no consiste en un uso permanente de una especie de lenguaje codificado propio de una profesión, como en el ejemplo de sus prácticas. No creo que sobre estas consideraciones exista demasiada controversia, y por mis conversaciones, y no solo lecturas, sé que son muchos los sacerdotes que señalan que esa es la cuestión fundamental, la fe vivida y testimoniada con hechos.
Esta introducción sirva para plantear una reflexión necesaria. En 1959 Balthasar publicó una breve Teología de la Historia de la que Ediciones Encuentro tiene una impresión de 1992.
De este texto, breve, denso, complejo y dramático, deseo situar unos elementos clave en la reflexión con relación al papel de la Iglesia.
Balthasar expone, en relación con el Apocalipsis y sus cuatro jinetes (6,1-8), que también pueden ser interpretados como principios teológicos insertados por Dios en la historia como respuesta a los pecados del mundo. En sí, y en contra de la visión habitual, estos principios no son malos. Manifiestan caminos por los que Dios orienta hacia sí la Historia caída.
Estos principios son:
1. La fe cristiana que atraviesa como vencedora la Historia.
2. La lucha, que mantiene la decisión en el caos y la tibieza, de manera que el logos cabalga por la batalla con la lucha, y con la hoz cosecha la tierra (Apocalipsis 19,15; 14,14).
3. La justicia en la escasez y la necesidad, que equivale a la lucha por el mejoramiento del mundo.
4. La muerte, como destino de toda generación y del pecado original.
Esta visión teológica del sentido de la Iglesia he de decir que en absoluto sé percibirla en el relato que trasmite la Iglesia como institución, aquella que se concreta en la gran organización humana y material. Su tendencia creciente a una predicación que se refiere al individuo como ente aislado, sin consideración alguna al Pueblo de Dios, y su parecido creciente con una especie de manual de autoayuda para adultos frágiles, no constituyen una buena preparación para captar la grandeza y tragedia de la Redención y su dimensión personal histórica y cósmica. Desearía estar equivocado, pero no sé ver este relato. Mas todavía, creo que evita cualquier connotación en este sentido.
1. No sé ver que trasmita la dimensión eclesial como un hecho irrepetible y único que atraviesa la Historia para alcanzar la victoria final como portadora de la fe.
2. No sé ver en nuestro país, y en muchos otros de Occidente, en el propio gobierno de la Iglesia, esa lucha ante el caos mundano y la tibieza eclesial, más allá de llamadas que se asemejan demasiado a reclamos de ONG y postulados de autoayuda, donde es difícil percibir la grandeza histórica de la llamada.
3. Sí que puede ser formalmente más evidente el llamamiento a la justicia, pero desde la más pura teoría de su doctrina social, porque no empuja ni organiza al pueblo laical a ese mejoramiento del mundo. Esto, necesariamente pasa por esa práctica que llamamos política, y que demasiados resumen equivocadamente como partidismo político, que es solo una expresión instrumental de aquélla, cuyo fin es ese mejoramiento de las condiciones de vida basado en la justicia en todas sus dimensiones, comenzando por la justicia hacia Dios, lo que implica plantear su reconocimiento en el espacio publico político.
4. Y, finalmente, aunque la Iglesia te acompaña bien hasta el final, su tarea para manifestar esta realidad al ser humano no forma parte de sus planteamientos habituales. La muerte no es el final no es solo para los funerales, sino uno de los componentes centrales de la Redención.
Debajo de todas estas omisiones creo que late un temor al mundo y al poder, a sus represalias, a la pérdida de parcelas materiales. Si fuera así, una de las advertencias del Apocalipsis resonaría con fuerza, y es que, como explica Balthasar en las páginas finales del libro, en último termino, la última verdad de la historia “es la lucha amorosa del Señor con su Esposa, la Iglesia, cuya imagen de vaticinio no es y sigue siendo solo la del capitulo 60 de Isaías, sino también la del capitulo 16 de Ezequiel”.
Publicado en Forum Libertas.