Las sociedades humanas no se han distinguido precisamente por un respeto exquisito hacia la vida de sus integrantes ni, menos aún, por las de los otros. El cautiverio, la tortura o la muerte han sido procedimientos habituales de coacción y represión en todas ellas, pero es muy llamativo que cuando la conciencia se ha revuelto contra tales ignominias en nombre de la dignidad y la compasión, se haya producido el deslizamiento de la valoración de la vida humana al que asiste nuestra época. Las sociedades más avanzadas no toleran la pena de muerte para los más temibles asesinos, pero en cambio, en pocas décadas, se han sentado los presupuestos para que los poderes públicos dispongan de las vidas de la gente, sin necesidad de imputación de delito alguno. Los sátrapas del pasado hubieran temblado de emoción si hubieran podido arrogarse esas capacidades.
No es difícil hacer la genealogía de esta aberración, y ahí siempre encontraremos la quiebra que las guerras mundiales supusieron en la consideración del valor de la vida humana, disponible por millones para operaciones que daban por descontadas pérdidas inasumibles en cualquier otro momento de la historia. Desde entonces y hasta hoy las sociedades occidentales han ido procediendo a una radical desconfiguración cultural de la vida humana. Se ha dañado el ámbito destinado a su generación y cuidado, que es la familia, normalizado el horror que suponen las prácticas abortivas, destrozado la consideración social de la maternidad e ignorado, cuando no se ha aplaudido, el consiguiente advenimiento de una crisis demográfica. La insostenibilidad derivada del envejecimiento de la población que ello está provocando se pretende resolver ahora, aunque se disimule la intención con la palabrería acostumbrada, mediante la eutanasia a la espera de las "soluciones" prometidas por el transhumanismo.
¿Qué puede hacerse frente a tanta locura? Tomar conciencia de ella e insertarla en los procesos de pérdida de calidad moral y espiritual de nuestra sociedad no es poco, pero aún cabe más. Este fin de semana se reúne en Madrid, para abordar estos problemas con la necesaria hondura, el 22º Congreso de Católicos y Vida Pública con el lema ¡El momento de defender la Vida! Que el formato haya de ser necesariamente on line puede favorecer la participación de los interesados a través de la red y, tal vez, aliviar así los rigores de tanto confinamiento. Ya daremos cuenta próxima del Manifiesto que se prepara.
Publicado en Diario de Sevilla.