Estudiando el tema de las raíces judías de la eucaristía, y los perfectos paralelismos entre la Pesaj (Pascua judía) y la Pascua católica, me encontré con un dato que me pareció fascinante.
Es evidente que Dios tiene todo planeado, y su plan es perfecto hasta en las cosas que nos parecen más extrañas. Y cuando puedo ver un poquito de ese plano y comprender algo de la manera en cómo él obra, me sorprende, me maravilla, me emociona.
Este texto lo escribo en base a la conferencia de Scott Hahn sobre “la Cuarta Copa” y también al capítulo sobre la cuarta copa del libro de Dr. Brant Pitre Jesus and the Jewish roots of the Eucharist.
¿A qué se refiere Jesús con estas palabras, las últimas pronunciadas antes de “entregar su espíritu”?
En un primer análisis, o según una interpretación clásica, se le atribuye a la redención del hombre. Se ha cumplido, consumado la salvación. Sin embargo, para esto era necesario que Jesús resucitara (Rom 4, 25).
La salvación, la justificación, como dice San Pablo, no se consuma con la muerte de Jesús, sino con su resurrección. De este modo podemos afirmar que Jesús no se podría haber referido a eso con la frase “todo se ha cumplido”.
Para poder entenderlo hay que ir más atrás, y comprender el contexto en donde esto fue dicho, y sobre todo conocer con más profundidad el judaísmo de Jesús. Y en particular, una singularidad de la celebración de la pascua judía.
La Pascua judía, Pesaj, es la festividad más importante del judaísmo, donde se conmemora la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Esta libertad fue conseguida gracias a la intervención de Dios.
Con la última plaga de las diez, la muerte de los primogénitos, Dios da específicas indicaciones acerca de cómo debían celebrar la Pascua los israelitas esa noche. Indica detalladamente los ritos que debían hacer y cómo tenían que comer el cordero pascual. En el capítulo 12 del libro del Éxodo están todas las regulaciones y lo que se debía hacer esa noche, cuando finalmente el faraón iba a permitir al pueblo de Israel que se fuese.
En este relato no sólo se cuenta la historia, sino que al mismo tiempo se establece la liturgia pascual, que debía ser llevada a cabo por el pueblo hebreo esa misma noche y conmemorarlo todos los años, para siempre.
Hoy en día se sigue celebrando cada año esta festividad, y desde sus inicios se le han sumado también tradiciones que es esencial analizar y conocer para comprender el modo en que se celebraba la Pascua en la época de Jesús.
La cena de Pascua se llama Seder, que significa orden. Y éste se constituye en torno a cuatro copas de vino:
“En la víspera de pascua, cuando se avecina el tiempo de Minjá (sacrificio vespertino), nadie debe comer hasta que no anochezca. Incluso el más pobre de Israel no comerá mientras no esté reclinado en la mesa, y no tendrá menos de cuatro copas de vino, aunque sea de los de la olla popular” (Mishná, capítulo 10, Masejet Pesajim).
Tomar las cuatro copas de vino era obligatorio para todos, incluso hasta para el más pobre, a quien le resultaba muy difícil poder acceder al vino.
La primera copa es la que nos introduce a la celebración. Es la copa de la bendición, el Kiddush.
La segunda copa se sirve y da inicio a la liturgia pascual, donde se relata la historia de lo que pasó en el éxodo a través de un orden particular, y otros ritos entre el padre de la mesa y el niño menor. Se explican los símbolos de las comidas especiales de este día y se canta el salmo 113.
La tercera copa está relacionada con la cena, la comida. El pan sin levadura, las hiervas amargas, y demás.
De acuerdo a la Mishná, está prohibido tomar vino entre la tercer y cuarta copa (Mishná, capítulo 10.7, Pesajim). Entre éstas, se cantan los salmos del 114 al 118 y al finalizarlos se toma la copa final.
La cuarta copa, la copa de la alabanza, da fin a la celebración y completa el rito pascual.
Los estudiosos de la Biblia, analizando la última cena en los Evangelios, identificaron la presencia de tres copas.
“Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios» .Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes» (Lc 22, 14)".
De acuerdo al evangelista Lucas, esta copa fue la que se tomó luego de la comida: “Después de la cena hizo lo mi
smo con la copa” (Lc 22, 20), lo que implica que fue la tercera copa.
En el evangelio de Marcos (Mc14, 24) y en el de Mateo aparece lo mismo y luego cuenta que “Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos” (Mt 27, 30), indicando una vez más que no se tomó la copa final.
San Pablo, en su primera carta a los Corintios, hace referencia a la copa de la bendición, que es la tercera, cuando habla de la copa eucarística de la sangre de Jesús: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (10, 12)
Teniendo en cuenta esto podemos ver que no sólo Jesús no tomó la cuarta copa, sabiendo el significado que eso tenía, sino que aseguró que no volvería a beber del fruto de la vid hasta que llegase el reino de Dios. Viéndolo desde el punto de vista judío, Jesús no finalizó la celebración de la Pascua judía, y por lo que pudimos evaluar, lo hizo intencionalmente.
Continuemos el trayecto de esa noche.
Cuando salieron de la cena, del cuarto donde estaban celebrando la pascua, se dirigieron al jardín de Getsemaní donde Jesús “cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26, 39).
Y nuevamente… “Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad» (Mt 26, 42). "Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras" (Mt 26, 44).
En el jardín de Getsemaní Jesús reza al Padre tres veces pidiéndole que lo libre del “cáliz”. Es normal asociar esto hoy a la cruz, a la pasión, pero ¿no era algo extraño para ese momento acaso, comparar esto con un cáliz, con una copa?
Jesús está hablando sobre la cuarta copa, la copa que lleva a la culminación la liturgia pascual.
En el camino de la pasión: “Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo” (Mt 27. 31).
Y luego de ser crucificado nos encontramos al final de todo con esta escena tan conmovedora descripta por el evangelista Juan: “Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: «Tengo sed». Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19, 23-30).
Retomando la pregunta inicial acerca de a qué se refirió Jesús con «Todo se ha cumplido», podemos ver que aquí Jesús toma la cuarta copa, y culmina así la celebración pascual, su sacrificio pascual.
Jesús no finalizó la celebración pascual en el cuarto de la Última Cena, él la extendió para consumarla en la cruz, con su propia muerte, el sacrificio pascual por excelencia.
El sacrificio de Jesús no comenzó con la pasión, sino en la cena de Pesaj. Y esta celebración a la vez, no terminó en el cuarto de arriba, sino en el Calvario.
Jesús une la cena de Pascua con su muerte en la cruz y lleva los sacrificios pascuales de la Torá a su plenitud.
“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17).
Es hermoso ir descubriendo cómo Jesús fue dejando huellas en su vida que sólo pueden ser descubiertas analizando las raíces judías, su propia identidad.
Meditando este tema de las cuatro copas, pienso que de algún modo Jesús se nos ofrece Él mismo como la cuarta copa. Por eso al “traspasarlo” brotan de su interior sangre y agua, del mismo modo que las copas de vino del Seder de Pesaj eran diluidas con un poco de agua.
Jesús se brinda tomando la cuarta copa en la cruz, y a la vez se hace para nosotros ese cáliz. Para que podamos beber de él, ya no una vez al año en la Pascua, sino todos los días. Recordando y dando gracias por el nuevo éxodo, la nueva liberación, la “nueva alianza”. Saboreando este nuevo maná, llevado a la plenitud, mediante el cual “jamás volveremos a tener sed”.
Publicado en el blog Judía & Católica.