Hace quince días escribí sobre los nuevos mosqueteros, aludiendo a una plataforma titulada One of Us, que busca la renovación de Europa, una Europa que, como decía San Juan Pablo II en Santiago de Compostela, sea fiel a sus raíces, y entre ellas la antropología. El debate del presente y del futuro gira y girará sobre el hombre, la antropología, qué concepción tenemos del ser humano.
Una de esas raíces que tenemos que cultivar en España, en Europa y en todo el planeta es la de salir al encuentro de todos, no cultivar lo que repetidamente señala el Papa Francisco como la cultura del descarte que lleva a descartar y desechar a los menos productivos, los discapacitados. Defender la dignidad humana comienza con la defensa de la vida humana, no sólo la vida animal y vegetal, no sólo la casa común, sino, sobre todo, la vida de los hombres y las mujeres en todas sus fases, la vida de los que habitamos esa casa común, es decir, una ecología integral como defiende el papa en Laudato Si'. Tenemos que defender la vida humana desde el primer instante de su concepción, desde el primer instante de la fecundación del útero en el vientre de su madre hasta el final natural de la vida humana. Hay que defender la vida humana de cada persona en la situación que se encuentre, y por las razones que sean. Es más: se debe defender la vida de cada persona positivamente, facilitando todos los medios que tenga la sociedad de su alcance para que pueda realizarse plenamente y en las circunstancias concretas. Esto es buscar y defender el bien común, que supone el bien de todos los hombres, y de todo el hombre. Y el primer derecho es el derecho a la vida. No sólo, es verdad, porque para vivir dignamente el hombre necesita también una vivienda, el trabajo digno, salario justo, la educación, formar una familia, el cuidado de la salud con las posibilidades actuales de la sociedad, la pensión, el cariño, el amor, la práctica de la libertad religiosa, etc. Todo esto lo debemos apoyar con nuestros votos, nuestra opción política, social, económica y cultural, en nuestras conversaciones en los bares, supermercados, peluquerías y calles y debates en los medios de comunicación social. No todos lo hacen ni patrocinan.
Detrás de algunas expresiones reclamando una muerte digna o la eutanasia está la afirmación de la enfermedad es la mayor de las miserias, así como la mayor miseria de la enfermedad es la soledad. Lo que realmente está detrás de la enfermedad está el deseo de vivir de otra manera, de ser atendido, comprendido y acompañado para vivir el final humanamente, centrando la atención en el enfermo, sus necesidades y relaciones. Debemos potenciar y apoyar ante las enfermedades crónicas y situaciones terminales, para que sean asumidas con paz, los cuidados paliativos tanto en los hospitales como en los hogares familiares. Lo que tenemos que hacer es evitar abusos y presiones y los padecimientos de grandes dolores físicos y psíquicos, y no sólo los del enfermo sino también de las personas que atienden a los enfermos terminales o enfermedades degenerativas y crónicas.
La sociedad debe afrontar el problema del dolor y la muerte, sin hacer lo que dicen hace el avestruz ante el peligro, meter la cabeza en tierra o debajo del ala. Desde la infancia hay que plantear, no ocultar, la vida como un don de Dios, un regalo, y la condición mortal del hombre y de su historia, pero a la vez, y desde la fe cristiana, hacer presente el amor de un Dios que en Cristo se ha revelado como Padre misericordioso, Dios de vivos y no de muertos, que quiere la felicidad plena de todos, que en Cristo y con su Espíritu nos acompaña siempre, que ha vencido al mal, al pecado y a la muerte con su entrega total por amor, hasta la muerte y muerte de cruz, una muerte que como el grano de trigo sembrado en la tierra es fecunda, porque el amor de Dios es más grande y fuerte que la muerte y todos los sepulcros. Como dice Julio Martínez, SJ, citando a Javier Gafo, SJ, “lo realmente difícil, lo auténticamente humano, es saber vivir con un problema que no tiene solución; ante determinados problemas no hay soluciones terapéuticas, sino que piden de nosotros actitudes mucho menos costosas y sofisticadas como es estar cerca, poder mirar a los ojos del enfermo y apretar su mano... Es saber vivir y convivir con un problema que no tiene solución médica, pero si una respuesta preñada de humanidad, de amor y esperanza”.
Publicado en el portal de la diócesis de Palencia.