Estos días he leído en un artículo de periódico lo siguiente: “El primer Orgullo mundial se celebró en Roma en el año 2000. En vano trató de impedirlo el Vaticano y el Papa Juan Pablo II habló desde el balcón de la plaza de San Pedro, que es el púlpito preferido de los últimos pontífices, de ‘afrenta’ y de que los actos homosexuales son ‘contrarios a la ley natural’. Nadie se atrevería hoy a decir esas cosas por miedo a quedarse sin clientela. Hay que ser tolerantes o partidarios. A eso le llamamos prudencia”.
En este párrafo hay una frase que me llama especialmente la atención: “Nadie se atrevería hoy a decir esas cosas por miedo a quedarse sin clientela”. No dudo que en muchas ocasiones a los católicos nos puede vencer el miedo o el respeto humano, que tratamos de camuflar como prudencia. Pero somos seguidores de Jesucristo, Dios y hombre a la vez, sus enseñanzas son sagradas y debemos seguirlas. Recuerdo lo que me decía un sacerdote, poco antes de morirse y sabiendo que se moría: “A mí me importa muchísimo lo que piense de mí Dios, algo lo que yo pienso de mí, nada lo que piensen los demás”.
Ello significa que entre seguir a Jesucristo o quedarme sin clientela, cosa que por otra parte dudo, porque al ser humano le gusta la Verdad, el Bien y la Libertad, la opción es muy clara: prefiero seguir a Jesucristo, convencido además que eso es lo que Él espera de nosotros, sean cuales sean las consecuencias.
Los creyentes no ponemos en duda la existencia de la Ley Natural. Cristo nos llama a un orden sobrenatural, pero este orden reconoce y asume el orden natural. La familia, fundada por Dios sobre la base del matrimonio, es la primera sociedad natural y su fuerza reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar, lo que favorece y conduce a la maduración de las personas. La Ley Natural expresa el sentido moral que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira, cosa de la que el Relativismo es incapaz. Los seres humanos somos una indisoluble unidad de naturaleza y libertad, puesto que la libertad se encarna en una naturaleza que asume e intenta perfeccionar, mientras que la naturaleza condiciona la libertad y le indica su ámbito.
Ahora bien, es evidente que en nuestra naturaleza, la anatomía apunta hacia la heterosexualidad, y que para la procreación natural se necesitan un varón y una mujer. La pareja homosexual se encuentra en la imposibilidad objetiva de transmitir la vida, y tampoco puede realizar la complementariedad interpersonal, ni la entrega total propia del varón y de la mujer en el plano físicobiológico y en el psicológico, dándose entre ellos, especialmente entre varones, muy poca fidelidad. Los actos homosexuales son contrarios al orden moral objetivo. Sólo la relación entre los dos sexos puede realizar la dimensión conyugal, porque ésta implica la diferencia sexual y la capacidad de ejercicio de la paternidad y la maternidad, mientras que los actos de la pareja homosexual no pueden realizar estas funciones.
La maduración de la sexualidad en el hombre y en la mujer, además de ser un proceso biológico, es también un proceso psicológico, que necesita ser ayudado y dirigido para que termine bien, es decir para que termine en una personalidad integrada, libre y responsable. Todos tenemos el deber moral, de luchar contra nuestras caídas sexuales, empleando para ello los medios y ayudas apropiados. La libertad humana se extiende también a la sexualidad. Pensar que alguien es incapaz de ello, es negar que sea una persona libre.
Para responder a las preguntas de quienes tienen tendencias homosexuales, recordemos que somos sacerdotes de la Iglesia católica, y por tanto la contestación o consejo que demos a quienes recurran a nosotros, debe responder a esta otra pregunta: ¿qué es lo que dice el Magisterio de la Iglesia sobre el problema homosexual? A la gente le importa no lo que yo piense del asunto, sino lo que piensa la Iglesia católica, y de ello hemos de ser muy conscientes. Sólo así podremos no sólo tener unidad de criterios, sino que nuestra respuesta sea una respuesta católica al interrogante planteado.
Y ¿cómo saber lo que piensa la Iglesia católica sobre el tema? Como primera respuesta, recomendaría leer lo que el Catecismo de la Iglesia católica dice al respecto. Es cierto que el tener tendencias homosexuales no es en sí pecado, pero sobre el acto en sí “apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2357) y “gravemente contrarios a la castidad” (CEC nº 2396). La actividad homosexual no es sólo moralmente errónea, sino que es destructiva porque aleja a la persona de Dios y del auténtico bien humano. Pero también la Iglesia considera deficientes, pecaminosas y contrarias a la virtud de la castidad las relaciones sexuales genitales entre personas heterosexuales fuera del matrimonio.